Desde antes de empezar todo indicaba que íbamos a vivir una gran fiesta. El bar Rodríguez parecía el camarote de los Marx durante las cervecitas previas. A cualquier lado que mirases te encontrabas una cara conocida a la distancia de un beso. Todos queríamos asistir al gran concierto que All La Glory habían preparado para celebrar su 10º cumpleaños. Y realmente salimos con las expectativas más que cumplidas y con la sensación de que esta será una noche de las que al recordarla con el paso del tiempo podremos decir: pues yo estuve allí, en primera fila de la sala Malandar cuando Juano salió al escenario con su guitarra acústica para comenzar a desgranar el Acid Tongue de Jenny Lewis, una de esas oscuras musas suyas que nadie conocería si no fuese porque él insiste en venderte alguno de sus discos en la tienda que regenta. Después fue saliendo el resto de la banda a respaldar su voz, antes de ocupar cada uno su sitio: primero Pilar, deslumbrante, completamente de rojo, de ese rojo que se quema en su ardor; luego Fran, al micrófono de la derecha; Isra y Manolo al de la izquierda. Nosotros por delante, llenando la sala y aplaudiéndoles a medida que salían, gritándoles, exhibiendo un precario equilibrio entre adoración y familiaridad, faros ellos de una devoción que hacía mucho tiempo que no se notaba tan vehemente ante una banda de rock.
Noventa intensos minutos siguieron luego para que All La Glory hiciera un repaso a su trayectoria a través de dieciocho canciones que abrasaban con el fuego asolador de las pasiones. Nadie quedaba indiferente ante ellas; cuatro del primer disco, seis del segundo, dos más del tercero y seis reescrituras de piezas ajenas pergeñadas con la belleza de las cosas que aprietan tu recuerdo. Canciones que ellos habían elegido con el corazón en vez de la cabeza, narraciones oníricas, unas veces, patadas directas al estómago, otras, pero siempre repletas de belleza y poder. Ellos respondían comportándose como si estuviesen dando su primer concierto, precisos en los solos, dulces a veces y distorsionados y furiosos cuando hacía falta. El concierto discurrió apasionado, mágico y atemporal, dejándonos cuando se fueron del escenario después de Looking For a Thrill en estado de shock, vibrando bajo los ataques eléctricos de un final que nadie quería que llegase. Y no llegó, claro; necesitábamos más y nos dieron un Devil’s on the phone a tres guitarras, unido a ellos Alvaro Suite como lo había estado antes en La noche silenciosa, y la garganta de Juano convertida en el cráter del que salió el largo grito que exorcizaba a All La Glory y le curaba todas las heridas infligidas durante los tres difíciles últimos años. Luego un Pretty Eyes que te invitaba a mirar a los ojos de quien tenías al lado y comprobar como la canción describía el brillo que les veías, y remataron la velada con el Talking in Your Sleep de los Romantics, que empujaba los límites sonoros de los años ochenta para que llegase al alma de todos los asistentes, de tres generaciones diferentes.
Hasta llegar a ese momento, detrás quedaron las abrasivas interpretaciones de Misfit Love y L.A.M.F. de su disco de power pop, el segundo; Atacama y La noche silenciosa, de cuando mostraron la cara oscura de la gloria en el tercero, con Pilar cantando la primera de las muchas canciones que hizo suyas durante el concierto y Alvaro metiéndole una marcha más a la velocidad con la que corrían arrastradas por el vértigo las guitarras de Isra y Juano. Vera supuso un impasse necesario, una balada que la banda nunca tocaba en directo hasta esta noche para el recuerdo y volvieron las guitarras explosivas en Stay Gold. En la entrevista que hace unos días les hice, me dijo Juano que incorporó a Pilar a la banda nada más conocerla porque le encantó la manera en que le armonizaba una canción de Lucinda Williams que él interpretaba en el primer ensayo juntos. Esa canción bien podría haber sido Metal Firecracker, la siguiente en este seductor repertorio, para la que ella volvió a la rutilante primera línea de una manera que le hizo decir a alguien de mi cercanía: mírala, lo mismo podría ser de Sevilla que de Austin. Y en Runaway Girl nos conmovió.
Ryan Adams siempre ha encajado muy bien en la obra de Juano y, a pesar de sentirse alguna vez defraudado por su comportamiento personal, siempre ha vuelto a él. Para nuestro deleite; porque anoche convirtió su Let it Ride en una obra maestra absoluta. El cofre del tesoro siguió abierto un rato más y de él sacaron el Dreams de Fleetwood Mac para convertir en escarpias los vellos cuando en la piel nos penetraba el escalofrío. Las cotas emocionales iban ganando altura pocas veces alcanzadas; con los que tenemos delante, Pilar, Juano, Isra, muchas veces se nos hace difícil apreciar que hay dos eminencias más apuntalando lo que hace el trío. Menos mal que para que se nos hagan presentes existe una canción como Sleeping Gold, en la que son Fran y Manolo los que prenden la ignición, los que con una combinación de emoción y simplicidad marcan el rumbo al que después se suman las guitarras y la voces. Parecía imposible seguir subiendo, pero ahí estábamos, siguiendo el impulso aún a riesgo de que, como a Ícaro, se nos fundiesen las alas acercándonos tanto al sol; que estaba ahí también, abriendo su oriente, ¿qué otra cosa podía ser sino el brillo del sol pleno lo que hicieron con el When you Dance de Neil Young? La canción siguiente describía perfectamente la situación de aniquilación en la que estábamos, I can’t take my eyes off you, no podemos apartar los ojos de vosotros. Y todavía más la de después, Looking for a Thrill; habíamos encontrado no una emoción, sino una detrás de otra.
Ya he relatado lo que pasó después. No podían irse así, os decía antes; habían dejado en nosotros una impresión tan tenaz de hipnosis que tenían que devolvernos a tierra firme y recordarnos que estábamos en una sala de conciertos y después teníamos que volver a casa. Disolver la ilusión poco a poco, meternos en la cabeza la convicción de que llegaba el final. Normalmente, el tiempo de los bises es un momento de celebración, de liberación; pero para All La Glory fue de desgarro, de sacudirse el polvo de oro de las alas. Acordándome de nuevo de Neil Young, pienso en una de sus mejores canciones, la que a él le servía para sacudir sus fantasmas, como este concierto sirvió también para estos cinco músicos nuestros. Esa canción decía que esta noche es la noche. Sí, la de ayer lo fue.
