Andalucía Big Band y Rosario la Tremendita. Teatro Lope de Vega. 4 de febrero de 2022
Mi acompañante de la noche del viernes en el Teatro Lope de Vega me decía: yo no canto bien, pero si estuviese respaldada por toda una banda maravillosa como la Andalucía Big Band me sentiría Sarah Vaughan y me comería el mundo desde el escenario. Rosario la Tremendita no necesitó sentirse otra persona más que ella misma cuando recreó esa noche las canciones de su disco Delirium Tremens con los arreglos que les habían hecho algunos de los maestros de la Big Band, que más que cambiarlos, para que ella no se sintiese incómoda en ningún momento al interpretar las canciones, les daban un brillo especial y un sabor a jazz de alta escuela, que mezclado con el flamenco heterodoxo de Rosario fueron la base para un concierto de gran altura.
Piano y metales iniciaron una serie de sonidos discordantes, caóticos, que poco a poco, asentados por los dulces sonidos de uno de los dos saxos soprano del grupo fueron calmando la tormenta, reavivada en aplausos cuando Rosario entró para ocupar el centro de la escena, frente a veinte grandes músicos que estaban dispuestos de forma que la envolvían en un mágico semicírculo sonoro: en el centro, las cuatro trompetas; cuatro trombones de varas a la izquierda del escenario y cinco saxos, dos altos, dos sopranos y uno barítono, a la derecha. En el fondo, de izquierda a derecha, un elegante piano de cola ante el que se sentaba Javier Galiana, el principal arreglista; guitarra eléctrica, contrabajo, batería y percusiones. Delante de ellos, junto a la cantaora, el director, Miguel López, entretejiendo los hilos.
El aluvión de notas y acordes tapaba prácticamente la voz de Rosario al principio, aunque quizás fuese esto una circunstancia que le viniese bien a la obra, que consta de cuatro partes diferenciadas: Caótica, Fuga, Ahínco y Tedeum, que definen las fases de caos, aceptación, aprendizaje y agradecimiento, por las que pasa una experiencia vital. Era muy difícil distinguir las palabras de la taranta y el fandango de Mi infierno es tu gloria que surgieron desde el Delirio Degradante. Pero cuando Rosario tendió por serranas el puente de plata al Enemigo que huye, su voz ya se alzó, imponente, por encima de los instrumentos, que solamente la sobrepasarían desde entonces todos los saxos a la vez cuando se ponían a ello.
El final del caos lo marcó Galiana cambiando las primeras notas agrias de su piano por otras acompasadas a los cantes de levante con los que Rosario comenzó la etapa de aceptación del desorden vital con En la ley de la tierra, a solas con el maestro, en un final respetuosísimo, en el que durante muchos segundos el público no quiso aplaudir para romper la fascinación del momento, hasta que la propia Rosario no se movió, para alejarse del piano y volver al centro, al corazón que ella compartía con la audiencia para latir emocionado. Y fue entonces cuando llegó el momento que yo más esperaba; los trombones y trompetas dieron una suave entrada a Huyo hacia el amo, que Rosario apenas podía cantar sin que le brotasen las lágrimas. Javier Gazpacho pinzaba las cuerdas de su contrabajo extendiendo un grave velo negro para que ella se lamentase entre cantes de abandolao…no me quiero acordá, yo vi a mi madre morir… los oles surgieron del patio de butacas, levantando el ánimo general para disfrutar del Romance del silencio y de los diferentes solos de los músicos de la Big Band, que desde aquí iban saliendo frecuentemente desde su asiento para dirigirse a un pie de micro adelantado y alzar su voz metálica con vuelo y precisión de flecha o bajarla con gravedad de lluvia.
Bulerías, tarantas, esparcidas entre los cantes que Rosario llevaba hasta ahora, pero ella ejerce de trianera y quería trasladarnos ahora a su barrio con una soleá alfarera que surgió cuando se le ocurrió una línea de bajo escuchando a Bill Evans mientras se duchaba en su casa. Y Estas ansias de ser encerraban todo el saber del Arenero, de Paco Taranto, de la gente que, alma gemela de ellos, ha nacido en alguna calle de Chicago en vez de en Pagés del Corro. El bajo es el instrumento que Rosario siempre lleva entre sus manos en los conciertos y hoy lo echaba de menos… hoy estoy aprendiendo a estar entre vosotros sin un instrumento en las manos… pero se sobrepuso y los aires de zambra de Basta, bastón mudo cortaron el aire iniciando precisamente la etapa de aprendizaje, Ahinco, como el que tuvieron las tres secciones de metales en sus intervenciones consecutivas; ya habían aceptado el caos y asimilado sus consecuencias, ya daba igual meterse por donde te lleve el alma sin saber cómo caminas; ¿qué era lo que Rosario cantaba ahora, unos tientos, unas marianas…? qué más daba; era una infusión de Valeriana para relajar los nervios de los trepidantes sonidos graves de la instrumentación anterior y de su contundente percusión. Y llegaron unos tanguillos sobre un nocturno de jazz de vanguardia neoyorquino; Para cantar, la capa quitá podía haber sido el final del concierto y nos habría costado levantarnos para salir del teatro. Pero solo fue el final del aprendizaje; todavía quedaba la etapa de gratitud.
Rosario ya era el reflejo de la Lola a la que cantase Manuel Machado: ni una, ni uno, cantaora o cantaó, cantó una copla mejor que la Lola… que la Tremendita; que nos hacía una Danza de Manila apenas dibujá sobre los soplos de los metales y el piano, y en La lava ablanda la paja deconstruía las bulerías en aras de la libertad interpretativa, rompía en pedazos las cadenas del clasicismo académico. Como hizo también con las sevillanas del final. Cuatro partes para servir de resumen a los cuatro elementos: caos, fuga, ahínco y tedeum, como resumen de la obra del mismo título que lo que ahora cantaba, Delirium Tremens. Y se fue, pero volvió. Para una coda con la que encendió la luz que guió nuestros pasos hacia el exterior.
