Sr. Chinarro. Sala X. 10 de julio de 2020.
Aunque el de anoche era el segundo concierto de la nueva realidad en la Sala X, fue el primero al que asistí. Su disposición para los espectadores difiere de las demás salas que he ido visitando; aquí no hay mesitas, ni grupitos de personas sin mascarillas, sino que cuando accedes al interior te encuentras un pasillo largo, que llega hasta el escenario, perpendicularmente al cual vas viendo filas de seis sillas numeradas, las de la derecha extendiéndose hasta la pared y las de la izquierda hasta la barra, ocupadas anoche en algo más de la mitad de su cantidad total; tienes que encontrar la que coincide con el número de la papeleta que te han entregado en la entrada y permanecer sentado en ella mientras dure el concierto, levantándote solamente para ir a mear o pedir bebida. Y tener siempre la mascarilla puesta, incluso entre buchito y buchito del vodka con limón. Esta forma de ver los conciertos, aparte de las incomodidades obvias que se te pueden ocurrir sin que yo te las enumere, tiene además la desventaja de que las fotos que ilustran la crónica no van a tener un brillante surtido porque todas están hechas desde el mismo ángulo; sin embargo tiene a su favor la ventaja de que se evita eso tan habitual y tan molesto de los conciertos que es el parloteo continuo del personal… «mira que si la solución era la mascarilla…», comentó Antonio Luque en un momento determinado entre canciones.
Y mencionar este nombre nos lleva, por fin, a hablar del artista en cuestión que teníamos delante anoche, que es de lo que se trata en este texto. Porque además esa fue la mayor de todas las ventajas, la que hizo que todas las incomodidades quedasen en un segundísimo plano: sobre el escenario, armado solamente de un micrófono, una guitarra acústica y unos pedales de efectos que trataban el sonido dándole un discreto aire de flauta, cello, coros e incluso orquesta completa, estaba Antonio Luque, en plena forma interpretativa y de ingenio, brindándonos un recital de canciones con las que, aun centrándose en las de su reciente disco, El bando bueno, recorrió hasta una decena más de obras de la ya amplísima carrera de Sr. Chinarro, que desprovistas de sus ropajes sónicos las presentó ante nosotros vestidas solamente con la sensibilidad de las canciones de verdad, esas que aun siendo lanzadas con voz suave, como hizo Antonio anoche, nos gritan desde sus versos. Fue un concierto de primer nivel, que incluyó unas gotas de humor autocrítico y mucho atractivo en el simple hecho de interpretar bien las canciones, aunque todas las del reciente disco fuese anoche la primera vez que Antonio las interpretaba de esta forma.
Y con la de este disco empezó… «me planto aquí y además de ser las más desconocidas, empiezo por la cara B; yo, como siempre, haciendo amigos». El inicio fue toda una declaración de intenciones post pandémicas: yo que coño voy a estar deprimido… siempre adelante con mi profesión antigua… lo que queda dicho en Depresión y Aplauso, canciones altamente melódicas a pesar de su esquemática estructura de anoche, seguidas por Arlequín, No recuerdo y La Odisea, empujadas en una dirección distinta a la conocida, pero que se benefician de este nuevo enfoque, sobre todo No recuerdo, que aumenta su tensión al llegar al estribillo, despojada de la instrumentación que dejaba la voz de Antonio en un plano más bajo; de esta otra forma, la sutil guitarra completa el sonido, mejorándolo en lugar de dejar que este domine la canción.
El segundo bloque, apartándose de El bando bueno, lo comenzó con una exuberante versión de Efectos especiales tras la que chapoteó en el barro del estereotipo con unas sevillanas totalmente indicadas para una ocasión de movimientos impedidos como esta, imbailables… «¡ojú qué arte más grande!», que eso es La plaga, y que no rechinaron fuera de su contexto normal, como ocurrió con las de aquel concierto de Califato ¾, cuya crítica me temo que me será recordada de por vida, algo que también hizo Antonio anoche antes de ponerse con estas… «me siento como una mezcla de Bill Callaham y la Pantojita de Triana». La vuelta a las nuevas canciones fue muy celebrada por el público en cuanto reconoció los primeros versos de Una famiglia reale, en una versión de naturaleza directa y doméstica, sin que este término sea aquí peyorativo, porque no lo escribo equiparando la domesticidad a la pasividad, sino más bien a la eficacia de los trabajos caseros bien hechos y que sirven para sacar adelante tareas importantes: los platos quedan bien limpios al sacarlos del lavavajillas, sí, al igual que esta canción escuchada en el disco; pero ¿y el placer de verlos brillar cuando los frotas a mano, con agua calentita, tú mismo? ¡y lo que relaja esta acción!; el estado ideal para escuchar Planeta B y, sobre todo, Escorpio, mi canción favorita de El bando bueno.
Sin lugar para el ruido infernal, del que habla Walden, la forma de cantarla anoche Antonio servía para profundizar en sus detalles prístinos, haciéndonos sentir esta canción de una manera tan vulnerable y honesta como jamás la habíamos escuchado en su disco original. Y aunque en la canción siguiente Antonio se refería a otra cosa, su título era el adecuado para la ocasión: Quiero hacerlo mejor. Y a partir de aquí fue cuando la gente comenzó a dejarse vencer por los impulsos de cada momento; sin pasarse, claro, pero comenzaron los coros, algunos bailes delante de la silla, aumentando en intensidad a medida que se sucedían De piedra, El rayo verde, Los ángeles y Babieca, alcanzando un climax como de andar por casa (para no repetirme en el uso del término “doméstico”) con esa frase de habrá que hacer el amor que domina la canción de Una llamada a la acción. Y después sí que podemos llamar explosión a las palmas por rumbas con las que casi toda la sala acompañó Del montón… «echaba de menos las palmas de Sevilla; a veces he pedido que me acompañasen así al tocarla en sitios como Valladolid, pero qué va, no había manera…».
Para los bises Antonio se acompañó de Sandra Rubio, una de las componentes de las antiguas formaciones sevillanas de Sr. Chinarro, que algo perdida al principio en los coros de Telaraña, se vino arriba en las partes solistas de El idilio y colocó una adecuada segunda voz en Quiromántico, la última de las canciones que escuchamos anoche.
En estos tiempos oscuros y problemáticos, resultó muy tranquilizador estar en presencia de Antonio, que se mantuvo en el escenario con su actitud profesional pero relajada hasta la complicidad, que se adaptó perfectamente al entorno singular que nos toca padecer. Estableció un tono maravilloso para disfrutar de un repertorio de musicalidad escasa pero bonita, en el que resaltó la textura de su voz, que si bien no es demasiado rica, funciona perfectamente dándole poder a sus increíbles letras, que tejen lo abstracto y lo absurdo en una forma parecida a la que lo hacen ese Bill Callaham al que él mismo se refirió anoche o el Mark E. Smith con el que no hace mucho le comparé. Poder y presencia para una noche que quedará en el recuerdo firmemente incrustada como una clase magistral de música como antídoto para las dificultades actuales de la vida. Acudir a esta cita, a pesar de todo lo que ocurre en nuestro entorno, fue una decisión perfecta.
