Compañía Malpaso + Sick Buzos + Agustín Gallardo. Sala Hollander. 5 de mayo de 2023
El viernes noche estaba en la sala Hollander asistiendo al Alle Gegen Alle Party y en la cervecita postconciertos se me acercó Luis Clemente y me dijo que se había emocionado cuando Héctor, el hijo de Epi Malpaso, se había subido al escenario a tocar el bajo con la banda de su padre y que eso le había quitado treinta años de encima. Yo le dije a él que no estaba muy seguro de si a mí me los había quitado también o, por el contrario, me los había echado encima de golpe. Héctor se subió, además, para hacer El Trip de las 5 con la Compañía Malpaso, precisamente la pieza más cercana a mí de todas las que tienen, porque fue la que compusieron a petición mía para servir de sintonía del programa con ese nombre que hacía yo en los años 80 en Radio Aljarafe, en la que Chi Ki, que fue su autor junto a Epi, toma mi lugar para ir recitando la que fuese mi habitual letanía vespertina, que suena ralentizada en el disco…hola, ¿qué tal? son las cinco y como todos los días esta hora tienes una cita con nosotros, los que hacemos para ti el trip… fundiéndose con el grito del Chuma… Sebastiaaaaaaaán… Si a todo ello añadimos que entre los espectadores que se juntaron en la buena entrada que presentó la sala había gente a la que hacía años que no veía, ya tenéis el dibujo completo de la nostalgia desplegada durante la velada.
Todo comenzó unos minutos después de las diez de la noche, cuando al escenario subió Agustín Gallardo con su guitarra y una pedalera desde la que manejaba todo un arsenal de sonidos pregrabados que le hacía parecer como si estuviese al frente de todos los demás componentes de Espejos Negros, el grupo con el que últimamente ha grabado un par de EPs, de los que recuperó numerosas canciones esta noche. La primera de ellas fue la que precisamente abría también el primero de esos discos, Cerca de ti, una balada de amor sacada adelante con la misma naturalidad con la que pasaba a alternar la guitarra solista entre la que él tenía entre las manos y la que estaba grabada, manteniéndonos enganchados con la melodía subyacente de la canción, hasta que la rompió en mil pedazos al final con la instrumentación que terminó por meter en la sala a todos los que quedaban en la puerta apurando sus copas. El aluvión de guitarras se calmó para realzar el contraste con la voz sedosa de Agustín en la siguiente canción, también de ese mismo primer disco, Zenobio. Ese primer EP se llama El verano invencible al que siguió un segundo, Lírica portátil, que es de donde extrajo la siguiente canción, Si no hay amor. ¿Os podéis imaginar que Nino Bravo hubiese grabado Libre en los estudios de Atco Records respaldado por los Buffalo Springfield, en un descanso de la grabación de su segundo disco, imbuidos todavía por la euforia de haber cantado Mr. Soul, Broken Arrow, Expecting to Fly…? Neil Young se transmutó en George Harrison para Vuelve a doler, una canción que Agustín nos interpretó en primicia total, porque es de las que formarán parte del tercer disco de esos espejos negros que nos reflejan importantes pedazos de la historia que todos hemos mamado al lado de él. Con el paso de las estrofas y el soporte frenético que le iba dando a sus palabras, a todos nos dolía la vida con él; era emocionante como se nos colaba en los poros esa canción soñadora y enigmática.
Sol de enero y Mar adentro son las últimas canciones que ha grabado, conformando un single, y las que siguieron esta noche. Los acordes de la primera de ellas son de esos que se te clavan como cuando estás viendo una película con todos tus sentidos puestos en ella y de pronto te los revoluciona el asalto de las guitarras de los Byrds para iniciar Turn turn turn. Incluso la forma en la que Agustín desafinó cantando en los primeros versos hizo más espeluznante la manera en la que se asociaron estos con la música, cuando la despojó de la guitarra para resaltar los teclados pregrabados. No sé si fue la carga en mi maltrecha rodilla o el agotamiento sensorial lo que me llevó a sentarme en uno de los bancos que recorren las paredes de la sala, pero me vino perfectamente para quedarme allí con los ojos cerrados y escuchar el fino desarrollo de una guitarra similar a la de Brian Eno, que terminaba por unirse a la guarrería de la de Neil Young en la segunda. El concierto terminó con Agustín retrocediendo en el tiempo, a la época de su anterior banda, Surpop, para recordarnos que él nació en la cara oscura de Sevilla, creció en la mala orilla de la vida y se fue a vivir a la frontera peligrosa con Machado, Cernuda y De la Rosa. Agustín se fue y nos dejó empapados de reverberaciones persistentes.
No tardó demasiado Agustín en volver al escenario, esta vez detrás de unos teclados, formando parte de Sick Buzos, junto a Chencho Fernández, voz y guitarra, Javi Neria, guitarra solista, Concha Laverán, bajista y Manolo Escacena, batería, el último incorporado, que les acompaña en esta nueva reencarnación de la que tuvimos ya un primer paso el pasado verano en el PopCAAC. Esta vez estuvieron incluso mejor que allí, donde comenzaron con la misma canción que esta noche, una Starless con la melodía oscura de Joy Division, interpretada con la claridad de New Order. Coming in flames era la canción que abría su disco Introducción en blanco y negro, con el que hace 25 años y pico se nos presentaron y esta noche fue la segunda. Si el What goes on del disco homónimo de la Velvet se alimentase con queroseno en lugar de gasoil hubiese salido propulsado como lo hizo esta segunda canción. En ese mismo disco siguieron con Maybee y Watch out Meredith, con la guitarra de Chencho obsesionada en un patrón de rasgueo primitivo acompañando su voz narcótica, que se perdía en las explosiones a cámara lenta de la guitarra de Javi provocando al final de la primera una excitación extrema de los sentidos, reforzada por la percusión de Manolo y la fortaleza del bajo de Concha, que hasta llegó a cambiar su habitual pánico escénico por la alegría desplegada en uno de los momentos del concierto, en el que llegó incluso a bajarse del escenario a bailar entre los jóvenes de la primera fila mientras tocaba.
El enfoque de Gustavo y Man Called Storm, más allá de los límites del sonido del single en que se grabaron originalmente, al que ayudó a expandir el teclado de Agustín, hizo que sintiéramos ese sonido inmersivo, como un registro ambiental que definía la declaración definitiva del slowcore. En la misma línea siguieron luego con Fingerprints. La noche siguiente estuvieron también los Sick Buzos participando en el Orbitando de Utrera y allí les vio Andy Jarman para decir después que no hay ningún otro guitarrista en Sevilla que sea capaz de sacarle a su instrumento un ruido melódico como el que logra Javi Neria; si Andy hubiese estado también aquí esta noche mientras desarrollaban esta pieza, larga, esencial, sus razones se hubiesen redoblado. Es una pena que esta canción no la grabasen nunca oficialmente y solo esté disponible en alguna maqueta, lo mismo que ocurre con Calling Her Name, la que le siguió, una clarísima muestra de cómo saben absorber las canciones de Lou Reed en su propia estética. Los teclados y guitarras en capas estuvieron aquí -casi- a la misma altura que la voz de Chencho.
Fue cegador el brillo de Syd is Going to the Beach y aún lo llevaron un paso más allá en el inicio de Introducción en blanco y negro, con una guitarra tan visceral y soberana que hacía imposible ubicarla en un contexto concreto. Sick Buzos irradiaron luz cuando no había nada que iluminar, actuando en un plano infinito, lanzando al abismo ascuas de guitarra y teclados mientras el bajo y la batería arrojaban frías brasas moradas. Los Sick Buzos anularon el mundo exterior con este paisaje sonoro tan imaginativo que crearon, convirtiendo el final en un tumulto panópticamente inmersivo. Y luego se fueron, dejando a la Compañía Malpaso la imposible tarea de socavar el impacto que nos habían causado.
Pero entraron fuerte los Malpaso, guiados por la guitarra de Epi electrificando el aire antes de lanzarse a una Intro, a la que le dio la señal de salida la batería de Javier Dastis. Estrenaban teclista también, siendo Jose Luis Bonilla, aka Peluki, al que quizás recordéis de Death Valley 69, quien convierte ahora en quinteto la clásica formación de cuatro que tenía la banda originalmente, en la que permanecen Andrés Ruíz, aka Chi Ki, en el bajo y Jesús María Domínguez, aka Chuma, que es el que pone voz a las pesadillas de estos Hijos de Dios, como se definen en la primera canción, que también era la que abría el único disco que grabaron hace ya algo más de treinta años en el sello de Paco Trilita, que también les acompañó entre el público de esta noche. En ese disco siguieron, con el mismo orden, porque luego nos arrojaron al Fuego. La adrenalina comenzaba a adueñarse de todos, empujados hacia adelante por aquellas canciones con las que esta banda nos trajo el sonido de los 90 cuando este todavía ni siquiera había comenzado a nacer. Con Sabes bien nos dolieron las patadas al bombo del Dastis y la voz del Chuma se convirtió en una amenaza salvaje para quedar luego todo anclado por el pequeño y ágil duende de Amo las cosas pequeñas, que se agitaba de manera impredecible dentro de mí… ¿es posible que yo no recordase esta canción…?
No eres tú nos metió en el mundo de la Sevilla que les vio unirse, la de la Alameda lumpen, la del Rock’n’roll caliente del Dogo, la del sistema que nos consumía poco a poco porque algo fallaba en él, algo que no éramos nosotros, como el Chuma nos hace saber a voz en grito, como si fuese Iggy respaldado por los Stooges. Todos los matices de la guitarra de Epi aparecieron seguidos unos de otros en Mil rostros, donde el Chuma volvió a sumergirse en lo que cantaba, sobre el gran muro instrumental. Algo se ha roto es una pieza de marcada intensidad que Chuma le dedicó al Bomper, nuestro amigo recientemente fallecido que, quizás muchos no lo saben, le puso el nombre de Compañía Malpaso a esta banda. Fue como el paso atrás para coger impulso y saltar a Come amor, una canción nueva, marcada por la línea de bajo trepadora y trepidante del Chi Ki, que establecía la base de la canción. Y también de la otra, Escaparé, una vez que Epi tuviese que aspirar el vacío de la quinta cuerda de su guitarra, rota y colgando del clavijero, redoblando el trabajo sobre las demás. Luego fue el turno de El Trip de las 5, la mía, la pieza que siempre me dedican, la más fulminante de la noche, con Héctor, que trajo una infusión de sangre fresca desquiciada y un segundo bajo con la leyenda en su reverso que ha servido para el título de esta crónica. En El Trip Epi cambió su guitarra por la que había estado manejando Javi Neria en el concierto anterior y las notas que extrajo de ella, tras afinarla en un momento, como pudo, en la misma clave de Hijos de Dios o Algo se ha roto, fueron tan emocionalmente abrasivas como las de esas canciones, tan furtivamente melodiosas incluso en su salvajismo after punk, del que ampliaron la estela con Solo tú calmas mi sed, una explosión total.
El concierto había llegado a su final y no habían hecho ninguna canción de Anemia, la maqueta con aspiraciones de disco que se quedó solamente en cassette, con media docena de estelas sónicas de anti-rock. Pero iniciaron los bises con una de ellas, Fulgor, para rematar la noche con el I Wanna Be Your Dog que les convirtió, esta vez de verdad, en los Stooges. El de Compañía Malpaso fue un concierto de punk, que nos robó las energías y los cuerpos, los corazones y las almas, el tiempo y las mentes, a los jóvenes que saltaban cerca del escenario celebrando el 18º cumpleaños de una de las chicas, y a los puretones que vemos demasiadas veces la música punk de manera diletante, elitista… podrida. Cuando cinco tipos como estos ponen tanta sangre y sudor en lo que hacen, aunque sea cargar de decibelios un ruido viejo como el del rock, lo convierten en arte brillante y genial. Con ellos pudimos sentir la esencia pura de lo que escupían desde el escenario; la esencia pura de lo que las dos o tres generaciones de bandas sevillanas que les han seguido en el tiempo han emulado o robado desde sus inicios.
