Sofar Sounds Sevilla (Mashrabiya + Sara Ráez + Gitanjali). Mueblay. 26 de enero de 2020
Cuando recibí la ubicación de dónde se iba a celebrar este mes el Sofar Sounds y reconocí el lugar por el que paso muchísimas veces como la Casa de los Tresillos de Nervión de tó la vida, lo primero que se me vino a la cabeza fue el chiste fácil de que esta vez íbamos a escuchar música sentados en un sofá, haciendo mejor que nunca honor al nombre de este evento. A Marcos Donas, el que los organiza tan brillantemente en Sevilla, también se le ocurrió y lo comentó en la introducción habitual que hace de las bandas, extendiéndose incluso más al decirnos que Sofar no tiene nada que ver con sofá por aquello de que estos conciertos comenzasen a tener lugar en casas particulares ante audiencias muy pequeñas ahí sentadas, ni tampoco viene de las palabras inglesas so far, de las que ya sabéis que su significado es tela de lejos, como a veces hay que desplazarse para asistir a ellos, sino que Sofar es una palabra compuesta por las primeras letras de otras cuatro, que reflejan perfectamente el espíritu con el que todo se inició: SOngs From A Room, como el mítico disco de Leonard Cohen.
Porque, efectivamente, donde ayer nos dimos cita fue en aquella vetusta tienda de sofás de la calle Manuel Ramón Alarcón, en la esquina en que la Huerta de Santa Teresa se une con la calle Oriente, ahora remozada y reconvertida en Mueblay, aunque sigue dedicándose a lo mismo pero extendiendo la venta a todo tipo de muebles. Atravesando el amplio salón de exposición, bajamos por una escalera a la planta inferior en la que se había dispuesto el lugar de acogida al público y el escenario por el que iban a pasar Mashrabiya, Sara Ráez y Gitanjali.
Mashrabiya es el nombre que tienen esos ventanales árabes y elementos arquitectónicos similares a los balcones de nuestras antiguas casas vecinales, de los que tantos hay en los Reales Alcázares, por ejemplo, que están recubiertos de celosías y vitrales de forma que impiden ver desde la calle lo que hay dentro de la sala, pero desde esta sí se puede observar el exterior. Y Mashrabiya es también el nombre del grupo que se aglutina en torno a Muhannad Dughem, un músico sirio, de origen palestino, que se asentó en Sevilla hace más de cuatro años aunque ahora su trabajo de ingeniero le ha alejado desde aquí hasta Santander. Pero ayer vino con su laúd árabe para rodearse de nuevo de sus compañeros Óscar Acedo, Carmen Fernández y Chiqui García para trasladarnos con su música hasta las tierras del Próximo y Medio Oriente con tres largas piezas, de las que la primera fue Giresu’un Içinde, que comenzó suavemente con Muhannad acompañando su voz con el laúd árabe que usó durante todo el concierto; poco a poco fueron tomando protagonismo los demás instrumentos: la darbuka de Chiqui, el cello de Carmen y, sobre todo, el clarinete de Óscar, que cuando puso sus dulces notas en primer plano nos llevó hasta las ciudades turcas del Mar Negro. Con Halfaouine visitamos los barrios antiguos de Túnez; es un instrumental en el que aprecié tres tiempos bien diferenciados, una primera parte protagonizada por el clarinete y el cello, más lúgubre, con aires a las marchas tristes que acompañan a nuestras cofradías de silencio, para animarse luego bastante más con los sones del laúd acompañado por la darbuka, alternada por Chiqui con el riq egipcio, un instrumento primo hermano de nuestra pandereta, para terminar, de nuevo con la entrada del clarinete, como una luminosa melodía netamente mediterránea. Terminaron con Ya mahla, a la que Muhannad presentó como prácticamente un estreno y que tiene acordes de su tierra, Siria; una melodía nostálgica sobre la que él habla de paseos por el mar, en la ciudad que ahora le acoge, en la que no le es fácil hacer amigos. No es extraño que termine casi en puro grito, como una queja en soledad.
El concierto de Mashrabiya fue un gran placer sonoro que nos refrescó los oídos con matices musicales que no acostumbramos a escuchar y con cadencias lejanas a las del rock pero que a través de algunos palos flamencos nos resultaron muy familiares. Su escucha en el marco adecuado, como los Reales Alcázares, en sus ciclos de noches musicales, o la Fundación Tres Culturas, en la que Araceli Míguez tiene el hermoso empeño de darnos a conocer las músicas que nos hermanan con los demás pueblos del Mediterráneo, debe convertirse en una cita ineludible.
Después se presentó ante nosotros Sara Ráez, una cantautora de Úbeda, natural y sencilla, sin amplificación eléctrica para su guitarra ni micrófono que nos hiciese llegar su voz, lanzada directamente al aire. Nos dijo que un problema familiar casi le impide asistir y que aparecía totalmente de prestado; no ya solo la guitarra que tenía en sus manos, sino la camisa de su padre, los pantalones de su madre… nos pidió disculpas por su look muy a lo Laura Pausini, que no era el suyo habitual, como podríamos ver en su Instagram si queríamos asomarnos a él. Profesional seria y persona simpática, que como cantante hizo que a todos nos faltase el aire escuchándola.
Comenzó con Cuando todo arde y, ella sola, con su voz, sus gestos, sus ojos, nos deslumbró y dejó encandilados. La canción se iba elevando y nosotros con ella, y Sara, con confianza ciega en lo que estaba haciendo, nos mordió el corazón con la canción que siguió, la que dio lugar a todo lo que ella es y será, Si el mundo mira. No hace falta instrumentación adicional cuando la magia de una voz y una actitud plena de seducción se apodera de toda una audiencia. Después nos presentó El protagonista como una canción alegre, en la que incluso colaboramos ondeando los brazos y entonando unos coros que resultaban rácanos en comparación con la forma de dejarse el alma en cada nota de Sara y terminó con una canción nueva, todavía sin terminar, a la que llama Ventana abierta. Se fue y nos quedamos con las emociones a flor de piel. Sara Ráez es sencillamente maravillosa y podréis comprobarlo por vosotros mismos el próximo viernes, que estará cantando de nuevo en La Sala del Pumarejo.
Más tarde llegaron Gitanjali para, como dice una de las frases del libro de Tagore que les da su nombre, cantarnos canciones que aún no han sido cantadas. Porque lo que hacen ellos es flamenco, pero no tanto; flamenco divergente, le llama su guitarrista, Álvaro Gil. Ellos son un trío compuesto por guitarra, la percusión de Pablo Carmona y la trompeta de Javier Romero, que es también quien lanza una voz de esencias flamencas. Aquí en el Sofar Sounds se estrenaban en concierto y sus canciones ni siquiera tienen nombres concretos aparte de Pa quien la quiera, que es la única que tienen rodando por Youtube, la segunda de las que interpretaron, un híbrido de tientos y tangos que adquiere cadencias jazzies en cuanto Javier cambia la voz por el metal. Antes de ella interpretaron unas nanas que comenzaron por soleá y se convirtieron en bulerías con el lucimiento de Álvaro a la guitarra, que aún fue a más como protagonista de la tercera de las canciones, Azul de mar, unas alegrías de Córdoba adaptadas por ellos de una forma tal que sacarían espumarajos por la boca de los puristas del flamenco al compararla con las de Curro de Utrera… aunque, en realidad, después de lo que hicieron con ellas Los Planetas ya deberían estar curados de espanto. El punto final fue de nuevo por bulerías y en esta ocasión el que se lució fue Pablo con unos solos de percusión que adquirieron gran altura sobre todo en el tramo en el que se centra en el cajón y el charles. Se llamaba esta pieza Luna de agua y es en la que el grupo tiene puestas sus próximas ilusiones. Los seguiremos de cerca para ver cómo, parafraseando de nuevo al libro de su mismo nombre, comprobar si musicalmente les acompaña la fuerza para levantar su pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Y así se fue marchando otro domingo más, rescatado de la vulgaridad de la peor noche de la semana, una vez más por la ilusión y la fantasía de los conciertos del Sofar Sound Sevilla. Gracias por ello, y ya queda menos para saber dónde vamos en febrero.