Antonio Hernando. Sala X. 24 de marzo de 2022
Que anoche en la Sala X la banda que actuaba entrase en el escenario mientras sonaba por los altavoces el Right Place Wrong Time de Dr. John y saliese de él con el Hard to Handle de Otis Redding ya os puede dar una idea de la clase de música que escuchamos durante el concierto. Demasiado sutil resultó ser también el título de la canción de la intro, porque realmente estábamos en el lugar correcto, pero en el momento equivocado; mucho mejor hubiese sido estar la noche de un fin de semana que seguramente hubiese traído a más espectadores de los apenas veinticinco que estábamos allí. Pero los afortunados asistentes de anoche disfrutamos de una gran sesión de rock clásico y atemporal, en la que Antonio Hernando y su banda interpretaron en su totalidad el disco que vienen presentando, La liturgia eléctrica, rescataron un trío de sus mejores piezas anteriores y nos dejaron dos versiones, perfectamente ajustadas al momento, de Hendrix y The Band. De Sevilla a New Orleans: sonidos dixie, soul, americana, folk, e incluso gospel y chachachá, mezclados en una coctelera a la que, a falta de buenos chorreones de Jack Daniels, le echamos varios tercios de la cerveza, por fin potable, no como la de años anteriores, que sirven en la barra de la sala.
Comenzaron con la canción que abre también el disco presentado, La noche oscura, y la batería de Jorge Malax metiendo ruido desde el principio para que nos subiese la adrenalina. Durante este primer tramo fueron alternando piezas nuevas y viejas, siguiendo con Punto de partida, de la que Antonio dijo que solo la conocerían los muy fans; Santos y sicarios relajó la atmósfera con sus aires de swing y nos hubiese recordado mucho a Tom Waits de no tener Antonio una tesitura tan aguda de voz. Mighty beat fue el primer rescate de su disco anterior, El cabaret de los aulladores licántropos, un medio tiempo muy interesante que daba la impresión como de que Coque Malla estaba entonando una canción con la cadencia de las de Hilario Camacho, aunque en realidad era un boogaloo al que la banda le fundió al final estrofas del Tequila y del Gloria, para que todos pudiésemos desgañitarnos bien con el estribillo de esta última. Aquí fue donde comenzamos a apreciar el buen trabajo de la guitarra de Javi Quintana, revalidado en la parte final de Como los demás, otra de las canciones nuevas, una preciosa balada, con la cantidad justa de tensión, en la que hizo un fantástico solo que nos trasladó a Woodstock desde Monterey, donde había comenzado con aires de sabroso soul. El propio Antonio también fue dejando solos muy notables con su guitarra, limpia a veces, distorsionada en otras ocasiones, o las dos cosas alternas, como en el caso de esta canción.
Una de las mayores influencias de Antonio es la de Mac Rebennack, su querido Dr. John, al que dedicó la canción siguiente, Bye, Doctor, con aires de Mardi Grass y referencias reconocibles a Bourbon Street, al Loop Garoo, a Such a night y El Último Vals, recordado de nuevo más tarde con The Weight y The Band, a Tipitina, y toda la liturgia eléctrica de New Oleans, con un final al ritmo de carnaval rematado con un chimpún… no hay nada como un chimpún, gritó Antonio, antes de ponerse a explicarnos el origen y significado de la expresión Elvis has left de building; estaba claro que la siguiente canción iba a ser Elvis ha abandonado el edificio, como Link Wray a ritmo de chachachá. Y para quemar los rastros de Elvis, el Fire de Jimi Hendrix. La psicodelia entró fuerte en el concierto y se mantuvo flotando allí durante toda la interpretación de Entre el polvo y mi ataúd, con un grandioso tramo final instrumental que nos hacía pensar que estábamos viendo a unos Wilco en los que Jeff Tweedy le hubiese dejado la guitarra a Jerry García.
Para hacer A la manera de Arturo Bandini cogió Antonio la armónica y nos llevó a terrenos de Elliott Murphy y la literatura simbolista, maldita, la de antihéroes como el propio Bandini, que se pasó la vida muerto de hambre con sus escritos, hasta que lo reivindicó Bukowski cuando ya era tarde para él… el olor a decepción de antihéroe prematuro, loado ahora con lololós futboleros en un sarcástico guiño final. Y hablando de perdedores, había que seguir con Los mayores perdedores del mundo, otra de las canciones del disco anterior, y de nuevo la sombra de Tom Waits se presentó alargada. Fue el momento en el que algún sieso de la sala (corramos un tupido velo) gritó que el batería se estaba durmiendo, y pasaron al rock and roll más descarao, estilo Burning, con Meri Moon, un canto de amor de Antonio a su compañera en el arte y en la vida. Incluso el rockero más duro parece dócil en canciones como esta, aunque quiera aparentar que va de macarra; ternura descarada.
Subió con ellos al escenario Jaime Hortelano, el teclista de Suso Díaz & The Appaloosas y en cuanto comenzó a hacer sonar su órgano eléctrico, magníficamente penetrante, el sonido adquirió mucho más cuerpo todavía, para mantenerse así con ellos ya hasta que terminó el concierto, en una recta final que se inició con Perdido y siguió con El aguacero, dos canciones que en el disco presentado también van seguidas, dando forma al universo más dylaniano de la noche, el de la dulzura en la primera y el del colmillo retorcido en la segunda. Suso Díaz también andaba por allí y subió al escenario para, convertidos en sexteto, recordarnos a The Band con una gran versión de The Weight, en la que acompañó con su voz a la de Antonio y también a la de Dani Patillas, distraído por unos segundos de su trabajo de bajista. Si el concierto comenzó como el disco, también terminó como él, porque se cierra con El triunfo del predicador, la última de anoche, propiciando un acelerón final en el que primero pisó el acelerador la guitarra de Javi, después el teclado de Jaime, lo clavó hasta el fondo la guitarra de Antonio y el freno lo echó él mismo con la armónica.
Salimos del concierto con la sensación de que todo lo que le habíamos escuchado a Antonio Hernando lo conocíamos ya de antes, pero eso no tiene por qué ser una contrariedad, ya que él se creció en el arte de recrear todo lo que alguna vez ha sido significativo en su vida y en su acercamiento a la música, que al fin y al cabo ha sido paralelo a la de todos los que nos encontrábamos anoche en la sala y trepidábamos con las mismas vibraciones que él. Es como si Antonio se hubiese pasado la vida haciendo anotaciones en un diario musical y ahora nos las mostrase, algo que no es fácil que resulte bien, pero que a él le funciona perfectamente. No había un tema unificador de todo el repertorio ofrecido, pero nos fuimos de allí pensando que sí lo había; más o menos lo que nos ocurre cuando escuchamos el Rubber Soul… ¿no es así?