The Bo Derek’s. Cosmo’s Factory Club. 9 de abril de 2022
Los conciertos en el Cosmo’s Factory tienen unos componentes adicionales a los que se hacen en las salas sevillanas y eso les da un atractivo imposible de superar. Te podría enumerar algunos de ellos: la inmediatez del público con los músicos, la familiaridad entre los asistentes y la de Pedro, el boss de la sala, con todos ellos; la calidez de una sala pequeña pero muy cómoda, el fantástico sonido que se logra entre esas cuatro paredes, que parecen mágicas… algunos más podría nombrar, pero si a todos ellos les unes la calidad que tienen las bandas que pasan por allí, y las ganas de demostrarla, contagiadas del entusiasmo colectivo, se produce una simbiosis entre los que están arriba y abajo del escenario como en ningún otro lugar de los habituales a los que vamos. Por eso me pareció muy normal que anoche, durante el concierto de The Bo Derek’s, tanto el cantante y guitarrista, Oscar Avendaño, como el bajista, Jorge Lorre, se bajasen de él repetidas veces para mezclarse con nosotros, llegándolo a hacer incluso los dos a la vez, como ocurrió durante la loca interpretación del Bama Lama al final del set, en que dejaron solo a Rufus enfrentado a los parches de su batería y dándole unas hostias a los platillos que ni siquiera necesitaron estar amplificados microfónicamente para que se escucharan hasta en Lebrija.
The Bo Derek’s resultó ser un grupo curioso si me paro a pensar en la música que hicieron y en cómo la hicieron. Los que tenemos ya tantos años como para recordar adecuadamente un mundo sin el punk, quedamos ayer aturdidos por el golpeo sistemático de la banda, que cada dos por tres intercalaba en su repertorio el She does it right de Dr. Feelgood, el Don’t believe those lies de Roy Loney, el I was a teenage zombie que le escuchamos a los Fleshtones cada vez que vienen por aquí, incluso un clásico de la Motown, como First I look at the purse, que ellos envolvieron en la tela metálica de los J. Geils Band… canciones que dieron forma al efecto transformador de la vida de gente como Paul Weller y Joe Strummer, que cambiaron para siempre el mundo de los sonidos con su manera de interpretarlos; esa manera que, completando un perfecto círculo virtuoso, es la que tienen los Bo Derek’s de hacer las canciones ahora; con la crudeza, la agresividad, el ruido punkarrón, también el cachondeo que a Oscar se le ha quedado pegado de sus tiempos en Siniestro Total, que se gastan en sus propias canciones y en las ajenas ya mencionadas o en otras que no estuvieron a un millón de kilómetros de distancia del R&B de los años 60 ni del Merseybeat, como fueron el Nutbush City Limits (que hasta hizo llorar a mi acompañante) o el The kids are alright, con las que completaron los bises.
Oscar reunió a la vez el carisma insondable de Lee Brilleaux y la elocuencia y la imprevisibilidad con la guitarra de Wilko Johnson, que junto a la genialidad de la sección rítmica de Jorge y Rufus inyectaron un enorme entusiasmo a todo lo que hicieron, comenzando ya desde los gritos secos en Hey Bo Derek!, que usaron de intro, haciendo saltar en pedazos los suaves sonidos de la guitarra de Tommy Bolin que teníamos de fondo durante la espera. La máquina se puso ya a toda velocidad con Encerrados de una manera increíble, con Oscar gruñendo ¡Heeeey, no me tientes!, en lo que seguramente es la descripción más romántica y tentadora de reliarse con alguien haciendo que el tiempo se adhiera a nosotros en lugar de pasar fugazmente. Godzilla vs. Kong y Pringao se sucedieron sin pausa alguna, manteniendo la intensidad e incrementando la potencia de la respuesta de los asistentes, cada vez más metidos en el constante estrépito y más entregados al fragor del bailoteo. El pequeño alto antes de atacar Humo nos vino bien para tomar aire, aunque fuese por un efímero momento. Esta es una de sus mejores canciones y tal como la hicieron ayer aquí, reduciendo la música rock a sus esencias, ¿qué haces una vez que has logrado tu objetivo?, pues entregarte por completo al primitivo rock and roll como hicieron ellos con Dulceida debe morir y Como un herpes, en la que sonaron más a Dr. Feelgood incluso que en la canción siguiente, She does it right, con la que recordaron que Lee Brilleaux se fue al infierno hace veintiocho años… y dos días.
¿Quiénes sois? ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué día es hoy? A estas alturas ya nadie estaba seguro de saber responder a las preguntas que los Bo Derek’s hacían al inicio de Fireball, la canción que siguió. Más rápido que tú le dio más flujo de sangre a la vena Feelgood; demostrando que esta banda conoce sus raíces, y las tratan con amor, pero con la mínima cantidad de respeto posible, lo que hace que conviertan Para tanto en una arrolladora salva de decibelios, en las que el bajo y la batería se las ven y se las desean para no entrar tarde y poder seguir a la guitarra haciendo que la canción se convirtiera en un oleaje que llevó a la gente hasta la extenuación. Se imponía, pues, otra bajona, pero bien entendida, un blues pesado y lento como fue Otro día de furia, para ganar tiempo y resuello.
Con Don’t believe those lies parecieron unos Flamin’ Groovies espídicos, en Recuerdos del paraíso exprimió Oscar hasta la última nota de las cuerdas de acero y de las vocales; a Jueves en Hanoi le inyectaron el ritmo asesino de las bandas de Johnny Thunders, los New York Dolls, los Diamond Dogs y todos los mitos que citan en la canción; el I was a teenage zombie que siguió nos hizo recordar por qué consensuamos con Peter Zaremba, la última vez que estuvo en la Sala X, que en adelante su banda se iba a llamar los Fiestones. Y siguió el fiestón en la recta final: Sasha Sulgin sin un segundo de respiro; First I look at the purse, con un ritmo duro de rock que fue todo blues y boogie y un Bama Lama Bama Loo que en vez de contároslo voy a dejar que lo veáis en este video que alguien grabó.
Los bises ya os he dicho antes que fueron Nutbush y The kids, en versiones crudas y frenéticas despojadas de toda sutileza, como las canciones que anunciaron el punk en esa forma que os decía al comienzo de esta crónica, que vuelve también así a su principio en otro círculo sin centro que encierra la clave de conciertos como este; bola negra, girando sin cesar; con bandas como Bo Derek’s, el rock será cuento de nunca acabar.
Y aunque ya sé que las crónicas deben circunscribirse al ámbito general, dejadme que el último párrafo sea personal y con él quiera recordar a todos los cabrones que, cuando arrastrado ya por el cariz que había tomado la noche, abandoné casi al final mi cómoda banqueta para mezclarme con la primera fila de espectadores, me jalearon tanto al grito de ¡Carrasco, Carrasco!, haciendo que me viniese arriba de tal manera que la consecuencia es que hoy tenga que estar escribiendo esto con la pata tiesa y las punzadas de la rodilla recordándome que más pronto que tarde tienen que sustituirme la articulación perdida por una prótesis de titanio. Os deseo a todos que acabéis en las calderas de Pedro Botero con sesiones ininterrumpidas de reguetón como hilo musical.
