I Am Dive + Matsu + San Jerónimo. Sala X. 17 de diciembre de 2022
El sábado en la Sala X no asistimos a unos conciertos tanto como experimentamos un viaje emocionante a través de la música electrónica, lo que se puede decir con precisión para muy pocas bandas. De la mano de San Jerónimo, Matsu y I Am Dive lo que escuchamos fue atractivo, inspirador, incómodo y aterrador, según el momento. Las tres son bandas del mismo sello discográfico, WeAreWolves, creado por la tercera de ellas hace diez años, una vez que las ediciones de sus dos primeros discos con Foehn Records no les satisfizo. El sello sevillano WeAreWolves ha sido fichado ahora por Rough Trade para su distribución mundial, algo que no ha conseguido ninguno otro de los que hay en España y eso es algo que había que celebrar, además de que tras la pandemia todas las bandas están aquí todavía, e incluso mejor que nunca; todas con discos nuevos preparados para irlos lanzando a través de la nueva gran plataforma, después de haber empezado a hacerlo con Momento, el nuevo single de Matsu, que en una semana ha tenido más escuchas que todas sus anteriores canciones juntas.
San Jerónimo fueron los primeros en subir al escenario. Son de Asturias, los únicos músicos de fuera de Andalucía que forman parte del catálogo de lobos: María Mieres y Nacho Iglesias, ambos con teclados, programaciones y guitarras eléctricas, aunque ella solamente llegó a usarla cuando Esteban Ruíz, de I Am Dive, la acompañó cantando; en todas las demás la voz fue de María. Comenzaron de forma muy suave, rescatando un par de piezas de su segundo disco, El Sur, el primero con el sello sevillano; dulzura y harmonías en Mapas infinitos y Dos torres, con el suave rasgueo de la guitarra de Nacho en la primera. Desde entonces solo han editado singles y con ellos estuvieron ya hasta el final de sus set. Año nuevo y Anita fueron las canciones siguientes que, si grabadas son realmente geniales, en vivo fueron nada menos que milagrosas, con los acordes más frágiles y delicados que he escuchado hace tiempo sobre un escenario; canciones de tensa quietud. Nacho dijo que tenían que interpretar Cuaresma porque en esa canción hay mucha parte de esta ciudad, refiriéndose a que en el single que la contenía había además dos remezclas de ella, una de las cuales estaba hecha por I Am Dive. Fue con la pieza que siguieron y de nuevo insisto, su música es tan conmovedora e inquietante en vivo como grabada, pero me atrevería a decir que la música de San Jerónimo no se experimenta realmente hasta que los ves en vivo; la naturaleza íntima de su música prácticamente lo pide. Una intimidad tal que, cuando la estás escuchando en directo, notas como forman parte de la percusión que la acompaña los latidos de tu corazón.
Aunque muchas de las canciones de San Jerónimo se encuentren entre las más bellas que haya escuchado últimamente, sus tonos musicales oscuros y sus letras inquietantes significan que también pueden ser perturbadoras. Este es el caso de la que siguió, en la que Esteban sustituyó en el escenario a Nacho para cantarla con María, ya que ha colaborado con ellos en esta canción, llamada Salvaje, el último single del dúo asturiano. Sobre fondos pregrabados y los acordes de la guitarra de ella, las voces de los dos se fueron entrelazando en la narración de una historia, musicalmente suave, líricamente desgarradora, que hizo que los que estábamos en la sala no solamente escuchásemos la música, sino que la sintiésemos con ellos. San Jerónimo le da un giro experimental a la composición de canciones tristes de una manera que nos obliga a pensar sobre qué es lo que nos hace sentir más vivo en la vida. Montaña amarilla fue la última de las que hicieron, agudizando la interioridad todavía más, en un bálsamo para los sentidos que nos los dejó totalmente desprevenidos para la intensidad posterior de Matsu.
Miguel Membrilla y Kiko Pérez son dos exploradores de atmósferas flotantes, de Granada, que formaron en 2019 el dúo Matsu, debutando discográficamente en WeAreWolves pocos meses después y ya preparando otro nuevo disco, del que ya habían adelantado dos piezas; en este concierto, además pudimos conocer otras dos, una de las cuales fue la elegida para comenzar, Inercia, de tono muy ambient, que se fue convirtiendo casi sin que lo apreciáramos en Momento y luego en Movimiento. En algún lugar dentro de esos pasajes instrumentales podíamos escuchar la belleza, máxime cuando María, de San Jerónimo, le puso voz a Momento, pero estaba cubierta de capas que la hacían borrosa y luchaba por escapar. La belleza asomó del todo cuando en Atlas y Nosotros, ya conocidas de su disco, el sonido electrónico del bombo tomó el control y se nos hizo imposible no sentirnos sumergidos en otro mundo. Este concierto de Matsu se convirtió desde ahí en uno de los más intensos en los que he estado en los últimos meses; recuerdo, allí sentado en mi banqueta, haberme quitado las gafas para que toda la realidad se me presentase borrosa e incluso haber cerrado los ojos con fuerza, sumergiéndome en el ruido fabuloso… para describiros ahora la sensación he intentado esta misma técnica en casa, poniéndome su disco, pero la inmersión total es difícil cuando estás en un sofá, el fuego de la chimenea encendido y el gato paseando por encima de ti.
Puedes escuchar y diseccionar la música en un disco, pero en vivo vas a hacer ambas cosas mientras sientes cada nota. Es una rara sensación, la de estar casi dentro de la música con sus creadores, y puede volverse muy intensa. Y eso es lo que ocurrió con Matsu. En la última pieza, Llegada, también de su disco, la música era abrasiva, pero su efecto era hipnótico y, aunque fuese sin moverte del sitio, como dicen ellos que hace su música, te impulsaba a bailar el sonido del bombo en una cadencia natural: tuc-tuc-tuc-TUC-tuc-tuc-tuc-TUCTUC-tuc-tuc-TUCTUCTUC repetido una y otra vez, con toda su fuerza, devastador, desgarrador, edificante, dejando atrás la catarsis de la pieza anterior, Reposo, con un título absolutamente engañoso hasta para la cadencia del bombo, que después de uno de los redobles siempre perdía un latido y nos dejaba una sensación de frustración disonante, como de que incrustaban la melodía en texturas dispersas, pero nada discordantes. Desde luego, nada reposado; el bombo sintético, siempre ahí, golpeando continuamente los ritmos, alimentando con determinación todo el intento de equilibrio entre ruido y melodía. A veces te hacía estremecer… en el buen sentido.
I Am Dive llevaban prácticamente tres años sin tocar en directo y para el de esta noche se presentaron además con canciones desconocidas que era la primera vez que interpretaban ante una audiencia. Y no solo eso, sino que comenzaron con ellas, una tras otra, hasta que completaron la lista de las que componen el disco nuevo que tienen ya preparado para comenzar a ver la luz desde este próximo mes de enero. Aunque en realidad no hicieron las ocho seguidas, porque entre las dos últimas de este disco intercalaron Lines, la primera de su carrera, la primera que grabaron juntos hace ya doce años José Aurelio Pérez, aka Perepi y Esteban y apareció en su primer disco, el EP Fall. Conocimos así la tormenta eléctrica que se desencadena al final de Halo, el ritmo que se corta cuando estamos empezando a apreciarlo de Neon, la dulzura de Crooked narrative, la ominosa percusión de Anymore, la majestuosidad de Fear of missing out, la maravillosa simpleza de Mirror brain y la encantadora belleza de Worship.
Una exhibición brillante del presente y el futuro de I Am Dive que, una vez expuesto, volvió a su espectacular catálogo de canciones brillantes, que forman un denso fondo y todas son amadas por al menos una parte significativa del público de la sala. Las cuatro que eligieron, además de la primeriza Lines, fueron Black times, de su disco Wolves, del 2014, al que volvieron de nuevo con The lower you fall para cerrar el concierto; y entre ellas Labyrinth, del EP Kriegszeit, del 2019 y Equals, del EP Mauve del 2018. Es difícil decir cuál fue la mejor de las cuatro, pero Black times fue respirando y tomándose su tiempo para establecer un estado de ánimo que, si recordabas la canción en su versión grabada, como era mi caso, sabías que iba a saltar por el aire desde su mitad en adelante; pero en esta recreación en directo no nos golpeó tanto el cerebro, sino que mantuvo la línea por la que la banda se movía; un concierto diseñado para enfatizar la música por encima de los efectos, de las luces, que apenas iluminaban el escenario; sentía a veces la sala como una iglesia llena de correligionarios de I Am Dive, con la paz fluyendo de todos.
Esa sensación etérea se mantuvo tras Labyrinth con Equals, donde la voz de Esteban se escuchaba claramente sobre los ritmos entrecortados que enmarcaba la atmósfera eléctrica. Y con la melodía relajada de The lower you fall y sus ecos finales, se despidieron, dejándonos la sensación de que el dúo ha hecho una buena reinvención de su proyecto. Nos asomamos al mundo que I Am Dive creó para nosotros y lo vimos como un duelo entre las energías opuestas de la luz y la oscuridad. Y estas canciones que escuchamos fomentaron la delicadeza fantasmal de la atmósfera del concierto, e hicieron que la luz asomase a través de las nubes.
