Cracker. Sala X. 29 de noviembre de 2021
Un signo de la normalidad que va volviendo a las salas fue que anoche en la Sala X se agolpase tanta gente para entrar que los que apuramos las cervezas previas hasta el final nos encontramos con una buena cola, por lo que de las dos primeras canciones de Cracker, que fueron Been around the world y Seven days, solo escuchamos el retumbar del bombo desde la calle. Cuando entré estaba comenzando a sonar Teen angst, que fue una introducción fidedigna a lo que luego sería todo el concierto: una banda nítida y pulida, más que fresca, con canciones a medio tiempo, construidas con muy pocos acordes repetidos, pero muy bonitas y con un sonido fantástico. La sala X tiene una capacidad para hacer brillar los sonidos más graves que no tiene ninguna otra, y Toni sabe sacarle partido como pocos técnicos. Por eso anoche estuve a punto de cagarme en la madre que parió al road manager de la banda porque me pareció que le estaba pidiendo a Toni menos sub-woofers cuando estaban tocando I want everything, con lo bien que estaba el sonido, pero prestando más atención oí que en realidad le estaba pidiendo menos humo en el escenario.
Con la cuarta de las canciones, 100 flower power maximun, la guitarra eléctrica de Johnny Hickman tuvo un brillo especial al comienzo, prometiendo algo que en realidad no llegó a cumplir, porque después, en Sunrise in the land of milk and honey, se volvió a ralentizar, tanto la suya como la de David Lowery, convirtiéndose en guitarras profundas en vez de cañeras. Y eso fue lo que más en falta eché durante todo el concierto, en el que Cracker se mostraron como una banda arquetípicamente americana, que se movió por muchos registros musicales diferentes, pero sin el nervio del pop rock de aquellos Camper Van Beethoven que fundó David, o la tralla de unos Replacements, por mencionar a otro grupo no demasiado alejado de lo que Cracker podría ser si se apartasen de su linealidad y mostrasen un mayor carisma. Pero, claro, es que sus canciones son tan bonitas y tan bien ejecutadas, que anoche nadie salió descontento de la sala; es más, todos salieron absolutamente convencidos de haber asistido a un gran concierto. Y tampoco voy yo a ponerme aquí a quitarles la razón.
Se presentaron solo cuatro de los cinco actuales componentes del grupo, los ya mencionados David y Johnny, como voz principal y guitarra solista respectivamente, aunque los dos alternaran a veces su papel; algo que deberían hacer más a menudo porque en el cierre del concierto, con una versión de su Another song about the rain alargada hasta los diez minutos, Johnny demostró que es capaz de cantar tan bien, e incluso mejor, que David, y también vimos y disfrutamos de una maraña guitarrera genial tejida por los dos, como si fuesen unos Bob Mould gemelos, en una instrumentación impecable respaldada por los que formaban la sección rítmica, Bryan Howard en el bajo y Coco Owens en la batería. Pero realmente esta fue la única ocasión en la que se mostraron arriesgados, porque durante toda la noche sus interpretaciones fueron muy clásicas y previsibles… rasgueos de guitarra, sin demasiados arreglos, y p’alante. Hubo otro momento en el que tuvieron un pie fuera de la línea que marcaba el fin de su zona de confort y le sacaron a The world is mine unos sonidos casi británicos, deudores de Ian Dury; pero lo normal es que se mostrasen imbuidos por el espíritu de los Eagles en canciones como Someday o The Golden age, que fue la que inició los bises; por el de Springsteen, en Hey Bret, o por el de cualquier banda de country rock del más pasteloso en otras como I want everything, quizás los minutos más aburridos del concierto y los momentos en los que más se escuchaban las conversaciones de los espectadores entre ellos; menos mal que, repito, el sonido, tan potente como brillante, se sobreponía de sobras a esos runruneos tan molestos.
Euro trash girl fue otra muestra de esa blandura que digo, que se quedó atrás para iniciar con California country boy, también con la voz de Johnny aunque es la canción más autobiográfica de las que ha escrito David, y sobre todo con la sobrecarga de guitarras de la intro de Sweet thistle pie, una recta final que convenció a los más escépticos como yo, si es que había algún otro, que siguió con Movie star y el gran puente de guitarras que la encadenó a Don’t fuck me up, y continuar con Show me how this thing works, Time machine y Low, soberbia, mucho más fuerte que como la conocemos grabada en disco. Hubiese sido un final espectacular si Cracker no decidiera volver a las andadas cerrando el set con Dr. Bernice, una especie de vals, con un marcado ritmo de 3×4 que a Dani Llamas, que estaba a mi lado, le llevó a decirme que aunque antes no entendía un pimiento de flamenco, ahora sí lo hacía y esa cadencia era también la típica del fandango y la jota… quillo, esto es el fandango de ellos…
Sensibilidad country americana por encima de la rockera, muy alejada de la de aquel sonido de rock ‘n’ roll que incorporaba elementos de pop con matices de punk, de los Crackers que iniciaron la década de los 90. Low es una canción que posee la marca de lo grande que puede ser esta banda y a pesar de todo iluminaron la noche de un lunes lúgubre con canciones fácilmente reconocibles para muchos de los rockeros veteranos que llenamos la sala, sobre todo para el contingente guiri que había por allí. En un entorno tan pequeño e íntimo, las emociones inherentes a las canciones se transmitieron muy directamente a la audiencia. Aunque a mí me faltaron cortes más profundos de aires noventeros, pero bueno, ya sabéis todos que yo soy así de pejiguera con las bandas extranjeras que nos visitan.
