Cristian de Moret. Teatro Lope de Vega. 24 de febrero de 2022
Un Teatro Lope de Vega casi totalmente lleno recibió anoche a Cristian de Moret y su banda para la presentación estelar de su segundo disco, que lleva por nombre Caballo rojo, y del que hasta este momento solo conocíamos una de sus canciones, la de Magia negra, que es la que adelantó como single. Yo tenía, por eso, especial ilusión en asistir a este concierto, porque después de haber visto a Cristian innumerables veces sobre un escenario, con toda clase de formaciones, necesitaba escucharle canciones nuevas, otros atrevimientos en la fusión del flamenco jondo que lleva dentro con la música foránea que le ha dejado marcas a través de su vida. Y salí colmado, como todos los asistentes al teatro, que sentimos el vértigo de asomarnos al despeñadero por el que Cristian arroja los prejuicios puristas.
En realidad la primera de las canciones de anoche, el Caballo rojo que da título a la obra presentada, también nos era muy familiar a los seguidores de Cristian ya que es una guajira como las de Pepe Marchena que ya venía interpretando en sus últimos conciertos, aunque de una forma muy diferente, y con ellas abrió también el de octubre pasado en el Teatro Central, donde nos las ofreció en solitario, con unos toques de guitarra que recordaban a Al Di Meola cuando se transfiguraba en gitano elegante y una percusión que él mismo construyó, pasando por una loop station los toques con los nudillos que dio sobre su instrumento. Anoche el caballo rojo galopó mucho más suelto y salvaje, como el mustang que es; el caballo salvaje americano originario de la marisma choquera, descendiente del mostrenco sin amo ni hogar conocido, evidenciando que entre Andalucía y América hay muchas cosas en común más allá de la música que Cristian unió anoche de tantas formas.
A un par de acordes de su guitarra siguió el golpeo de palillos de Melchor Hanna, sentado ante la batería, como señal de que se uniesen los demás músicos: Jesús Flores, que estaba con los teclados; Pablo Prada, el bajista, y Gonzalo Navarro, el guitarrista que salpica de efectismo los desarrollos instrumentales de la banda. Caballo rojo comenzó con aires muy flamencos, con los giros melódicos de la voz de Cristian cantándole a la indiana Juliana, como hacía el maestro Marchena, arropados por una suave instrumentación planeadora, rota más tarde por las notas de la guitarra del propio Cristian, imbuida del alma de Carlos Santana. Sin solución de continuidad, la batería y el bajo aceleraron el sonido, convirtiendo a la banda en una locomotora que traqueteaba sobre los mismos acordes repetidos que le metían bulla a un imperturbable Cristian, que se arrancó con las soleares de Triana que cantaba Antonio el Arenero, a las que metió todavía una pisada más de turbo el riff de Gonzalo. Ya se apaga se llama esta pieza, que en su final, con Jesús Flores transfigurado en John Lord, nos hacía pensar en cómo se movería el Puente de Triana con Deep Purple tocando en el Altozano.
En Me dice que me quiere se unió a la banda Gautama del Campo para apoyar con su saxo los tientos que se cantó Cristian, con el acompañamiento de nuevo sereno de la banda. Esta pieza debe ser del tramo de Purasangre del disco, la que contiene las composiciones más cercanas a la raíz flamenca. Cristian nos explicó que el disco tiene tres partes, de la que esta mencionada es la tercera; las otras dos son Mustang, la parte más salvaje y rockera, a la que sin duda pertenecería Ya se apaga, y Furia, la parte más electrónica del disco, a la que le da nombre la pieza que interpretaron ahora, inspirada en la imagen de la portada, un caballo salvaje que se rebela a las imposiciones y el adoctrinamiento, metáfora de cómo la cultura debe potenciar el pensamiento y la crítica. El teclado y el saxo abrieron una composición melódica, la de menos matices flamencos hasta ahora, y reminiscencias de los King Crimson más cercanos a la serenidad que al caos.
Lirios y rosas, la pieza siguiente, es de la parte Mustang; son unas alegrías, pero no de la Bahía de Cádiz, sino de la de Baltimore, perjudicadas por una bola de sonido que nos dispersaba la atención de la voz de Cristian. No mejoró mucho la situación en Magia negra, la siguiente canción, para la que salió al escenario Juan Campos, al que veíamos rasgar las cuerdas de su guitarra flamenca sin poder apreciar lo que tocaba, lo que fue una verdadera tragedia porque en su versión grabada es fantástico el contrapunto de las cuerdas de nylon a los versos de inspiración lorquiana que canta Cristian.
Juan se quedó allí y volvió a aparecer también Gautama. Y volvió a aparecer también el sonido apreciable; puede que al ser Veneno, la canción que siguió, una de las que va en la parte de Purasangre, sin grandes extensiones instrumentales, o puede que porque desde la mesa de sonido dejaron de meter el efecto de delay, pero estos tangos que a Cristian le inspiraron los cantes de levante, de tarantas y tarantos que le escuchaba a Enrique Morente y Manuel Torre, fueron una delicia que reseteó nuestros oídos para volver a disfrutar de la emoción y la sensibilidad de la música ofrecida.
Después Cristian dejó la guitarra y se sentó al piano eléctrico. Allí, en sombras, entre unas notas y otras nos habló de tanto como le debe la música que hemos disfrutado al blues, otro género que también es raíz de infinidad de placeres musicales. Por eso este nuevo tema, Tren de medianoche, va en la parte Purasangre, porque era un blues, solo que dentro llevaba una soleá. Cuando Juan Talega dijo que el cante bueno no alegra, sino duele, seguro que se refería a momentos como este. Había que venirse de nuevo arriba; Cristian se había quedado solo, excepto por unos acordes finales que le puso Jesús, y ahora ya estaba otra vez la banda completa para convertir los fandangos de Pepe el Culata en una Cumbia irresistible que llevó a Cristian a decirnos que sentía que tuviésemos que permanecer sentados. En sus últimos conciertos ya nos había dejado pinceladas de esta cumbia, pero anoche sonó muy poderosa, una vez que volvió a aparecer el tren que tiró de Ya se apaga y todos nos encendimos y nos activamos; vale, no podíamos movernos, pero todas nuestras moléculas estaban despiertas y vibrando.
Con esa cumbia de la parte de Furia terminaron con el disco, aprovechando su parte final para hacer la presentación de la banda, con lugar para el correspondiente solo de cada uno. Pero como era pronto para terminar habían preparado una extraordinaria versión del Romance de la cautiva. Cristian nos contó que este antiquísimo romance medieval lo había arreglado al principio de su andadura con Gautama, y debieron dejarlo en la forma en que por entonces lo paseaban todas las semanas por el Habanilla y como yo lo escuché con aquella primera formación en que los dos estaban con Pablo en el bajo y Alexis Vallejo en la batería en el Sofar Sounds de la calle San Luis. Desde entonces lo he escuchado con muy diferentes tonos, pero nunca tan enrockecido como anoche, con tantos aires californianos, ¿quién iba a pensar que los sintetizadores iban a sentarle tan bien a unos tangos de Granada, que fue por donde tiró la voz de Cristian? Anoche veníamos a escuchar música nueva, no de recuerdos; y la forma de tocar este Romance fue el paradigma de ello. Y para despedirse definitivamente dejó su recreación de La leyenda del tiempo, con la naturalidad con que Cristian se acerca a Camarón, otro maestro que, como él, hacía añicos los convencionalismos cuando su genio se lo pedía.
Con este nuevo disco, interpretado íntegramente anoche, Cristian de Moret se aparta bastante de la síntesis del jazz y el flamenco tan estéticamente satisfactoria que le venía definiendo, para meterse de lleno en la fusión con el rock y la electrónica. Su amplia paleta sonora todavía se ha ensanchado más, pero ni aún así se traga su identidad flamenca. Su música continúa teniendo la misma chispa memorable y anoche en el Lope de Vega la exhibió con una combinación de técnica y sutileza que superó incluso las expectativas más altas.
