Daddy Long Legs. Sala X. 7 de febrero de 2022
No vi a Daddy Long Legs cuando estuvieron en nuestra ciudad hace tres años, también en la Sala X, como el lunes, y tenía ganas de asistir a uno de sus conciertos, porque ese estilo que mantienen en su música, sobre todo cuando la interpretan en directo, invita a moverte mucho y a pasar un gran rato de diversión. En sus conciertos sabemos a lo que vamos; no les pidas fino estilismo ni armonías trabajadas, sino la simplicidad del crudo blues sureño, clave para mantener el ritmo y hacer que todo se mueva a su alrededor, impulsado por el pulso rápido de la armónica. Y así fue también esta noche; la banda demostró su habilidad para controlar a todo el público, que llenaba la sala, al que mantuvo comiendo de sus manos empapadas de blues. Sí, estos alquimistas del boogie de Brooklyn dejaron huella en Sevilla con su colección de canciones en vivo, rociadas con gasolina y encendidas con un Zippo.
Tras una intro de aires muy de película del oeste, se escucharon unos acordes de guitarra mantenidos en el tiempo y entró el Papaíto Piernas Largas que da nombre a toda la banda, Brian Hurd, que tras varios oooh yeah, comenzó a soplar la armónica, de una manera formidable, equilibrada. Brian se hundió en su solo, lanzando una mano al aire mientras la otra sacudía la armónica sobre su boca, extrayendo de ella un sonido puro; sus rodillas, mientras, golpeaban al compás y su música subía por su canijo cuerpo como una ola ondulante, enlazando el final de la intro con la primera pieza, Long John’s jump. En Ramblin cambió la armónica por una voz profunda, arenosa, que recordaba a los antiguos bluesmen del delta del Mississippi. Pero su fuerte es la armónica, así que después de un ruidoso redoble de batería, se metió de lleno en ella, con un solo larguísimo, un blues acelerado, que cuando ya no le dejó mantener el resuello, se convirtió en otro blues más lento y arrastrado, el Blood from a stone, una gloria de armónica y slide guitar… por cierto, desde aquí quiero saludar a todos esos plumillas de corta y pega que han fusilado directamente la promoción oficial del grupo, diciendo que lo que Murat Aktürk toca es la guitarra de diapositivas, que es como el Google traduce slide guitar. De igual forma que tampoco ningún medio ha tenido el detalle de mencionar a Dave T. Wave y su pumpin’ piano como cuarto músico de la gira, dejando a la banda en trío, con los mencionados Brian y Murat, junto a John Styles, el batería que lo mismo rompía baquetas aporreando los parches que empleaba para ello una maza y una maraca, y tenía el bombo a un volumen que nos hacía olvidar que pasan de bajista.
Continuaron con Nightmare, que comienza como si en lugar de los Daddy Long Legs estuviésemos viendo a unos Bay City Rollers pasadísimos de alcohol, que desembocó en Dr. Boogie, que como su nombre indica era un boogie, claro; pero con un sonido nítido y compacto, impecable. ¿Habéis visto Nosferatu, la película de Murnau? Pues Brian me pareció idéntico al vampiro cuando interpretó Evil eye on you, no solo físicamente, en lo desgarbado al moverse, sino también porque le había mordido el cuello a Buddy Guy y con su sangre le había extraído además las notas de su Got my eyes on you, que parecía la canción escondida bajo la que interpretaba Brian, gruñendo de la misma manera canina que una bestia saciada. No era una versión, pero sí lo fue la siguiente, Rockin’ my boogie, una pieza de Big Walter Horton, uno de los mejores armonicistas americanos, que Brian recreó haciéndola florecer con un sonido sorprendentemente limpio, sin trucos y lleno de musicalidad y fuego.
Y fue entonces cuando tuvimos uno de los mejores momentos de la noche, cuando lanzaron Winners circle, la mejor canción del último disco que sacaron, el día de mi cumpleaños del 2019, y pusieron a toda la audiencia a bailar. La Sala X se convirtió en el lugar que era antes de la pandemia, cuando saltábamos, girábamos, tropezábamos con el de al lado, cada vez más rápido, porque la banda iba acelerando el ritmo cada vez más y los de las primeras filas se atropellaban para ponerse justo delante del escenario cuando Brian se acercaba a su borde y les ponía el micro para que gritasen outside of the winners circleeee… en una locura desencadenada del todo cuando la banda hizo seguir la fiesta con High flyin’ baby, la canción de los Flamin’ Groovies que ellos llenan de fuego y azufre. La gente jaleaba sin parar… eh, eh, eh, eh… en un griterío continuo que hacía difícil seguir la música; por eso de la siguiente canción solo entendí que repetían On the road again, pero era un animado blues que me resultaba desconocido, porque no era la canción de Canned Heat ni tampoco me resultaba igual que la que cantaba Willie Nelson. Lo más sensato era ir a la barra a proveerse de más cerveza, a ver si así reavivaba las neuronas, y eso es lo que opté por hacer.
Y los músicos también consideraron que había que darle un respiro a tanta caña, porque lo siguiente que hicieron fue impulsar desde la guitarra de Murat un riff de blues limpio para la sencilla Pink lemonade. Se necesitaba un control increíble para hacer un sonido tan ajustado tocando en directo, sobre todo después del maremágnum anterior. Pero bueno; mariconadas las precisas, así que John empezó a martillear los platillos de su batería y Brian cogió carrera de nuevo con su armónica para semejar a un tren desbocado, el del Death train blues que venía hacia nosotros; un skiffle blues que hacía temblar los huesos. Las texturas de las armonías que creaban entre la guitarra de Murat y la armónica de Brian se mantenían como podían mientras todo se convertía de nuevo en una gran fiesta ruidosa. Yo ya no estoy para estos trotes; hubiese preferido un concierto más corto, como de tres cuartitos de hora y para de contar, pero Daddy Long Legs se empeñaron en seguir, y después de decirnos que éramos maravillosos, que nos amaba, Brian empezó de nuevo a soplar como un demonio y volvieron a aparecer el fuego y el azufre, esta vez con la canción que se llama precisamente así, Fire and brimstone, aquella con la que Link Wray, su autor original, amenazaba con cómo iba a terminar el mundo. Esta noche, sin embargo, lo que terminaba así era el concierto. Pero la gente no iba a permitirlo, por supuesto, y como no se puede ir uno cuando la gente te está rogando que te quedes, después de una rápida despedida la banda volvió al escenario; primero con Murat gritando que no se puede dormiiiir y aleccionando a todos a que gritaran lo mismo, y segundos después, con todos ya en su sitio, haciendo un blues oscuro y furtivo, que en realidad no tengo ni puñetera idea de qué era, porque los aullidos de la gente me impedían distinguir si estaba oyendo Ain’t that lovi’n you baby, o bien podría ser cualquier otra cosa de Jimmy Reed o Etta James traspasada por las vibraciones de Dr. Feelgood. Pero lo unieron a un ruido del teclado de Dave, como de moto, que con la guitarra y la armónica, mientras John desmontaba parte de su batería para acercarse a tocar al lado de ellos, se convirtió en Motorcycle madness, otra locura literal, no solo figurada, que no dejó ni un par de pies sin movimiento. Y de esa forma, ahora sí, el concierto tuvo un final caliente, sudoroso, bluesy y jodidamente perfecto.
