Cristian de Moret. Sala Malandar. 18 de julio de 2020.
Anoche en la Sala Malandar nos cautivó Cristian de Moret. Con la banda que llevaba, de cuyos componentes te iré hablando a lo largo de la crónica, y con una técnica como la de Cristian, es fácil hacer música, sonar bien; pero lo que no es fácil es crear nuevas líneas de inspiración en el ámbito de la fusión del flamenco. Cristian tiene un sonido distinto a las manidas repeticiones de los esquemas del rock andaluz; su música fluye mejor, le da un gran espacio a la guitarra, no solo a la suya, que la mayoría de las veces queda en un segundo plano ante la inmensidad de los acordes y riffs de Gonzalo Navarro, se acerca a Weather Report en la composición melódica, es tremendamente efectista la forma en la que el saxo de Gautama del Campo inventa esencias originales dentro del jazz. Cuando se sale de un local en el que unos músicos han demostrado lo enamorados que están de sus instrumentos, vas con la cabeza aturdida ante tanta maravilla, pero tu alma se siente apaciguada y el cuerpo te pide hablar de ello, recordar la pequeña historia de un acontecimiento grande. Un feeling de intensidad y paz te recorre los circuitos cerebrales y los aligera de hastíos y cansancios que nos rodean, de pesares por no poderte mover de la mesa para seguir el ritmo, de mascarillas, de ausencia de besos… la música de anoche poseía esa medicina, ese extraño don mágico imposible de descuartizar en palabras, que es lo que yo, iluso, voy a intentar hacer.
El saxo de Gautama fue lo primero que se dejó oír, luego una ligera percusión de platillos, las primeras notas de la guitarra de Cristian y por fin se une toda la banda cuando este, con un registro más agudo del que le recordaba de la versión grabada, introduce los tangos de Jaen de Gabriel Moreno, rebautizados aquí como El pañuelo, una de las perlas del disco de Cristian de Moret que tendremos en las manos el mes que viene. La profusión de elementos ornamentales, sobre todo a cargo de la excelente guitarra de Gonzalo, no le quitan al estilo ni un ápice de personalidad ni del rajo que necesita para ser considerado flamenco. El sabroso ritmo de los tangos permanece cuando Cristian cambia el aire a Granada, a Graná, al Cerro, entonando los tangos ahora como lo hacía Carmen Linares, quizás su maestra para ello de cuando colaboraron. Cristian se lució con la voz y en esta parte final aún más con la guitarra, dándole una gran dimensión al inicio del Romance de la Cautiva, de donde sacó varias estrofas para entonarlas de forma profunda, antigua, con su guitarra ahora de fondo y dejando que resaltase la de Gonzalo.
Los cantes de la tierra que siguieron viajaron desde Triana a Granada. Cristian se hizo de forma muy lenta con el martinete de Tomás Pavón de En el barrio de Triana, pero con un poquito más de compás, más al estilo de como lo hacía Antonio Mairena, casi debla, engarzá con la media granaína de Viva Graná que es mi tierra…
Esta noche era la primera vez que tocaban juntos los seis músicos de la formación, los tres del primer plano, ya mencionados, y los tres que componían la sección rítmica que siempre se movió entre el riesgo y la creatividad: el bajo de Pablo Prada, la batería de Alexis Vallejo y los bongos de Fernando Maya que alucinaron al francés, estudiante de flamenco, de la mesa de al lado, con el que compartí distanciamiento social y, como no, unas copas para entonarnos. Estos tres propiciaron las escalas santaneras de fondo para una pieza inédita, estrenada anoche mismo y que por eso no estará en el disco, que convierte los fandangos de Pepe el Culata en una cumbia irresistible; qué pena de tener que permanecer sentados.
Y después Cristian dejó la guitarra para dar la espalda a la mitad derecha del escenario y ponerse al piano eléctrico. Reconocimos en su cante aquel Cada vez que nos miramos de Camarón, pero era una soleá de compás raro, que tras un break cedió el protagonismo al nocturno de saxo de Gautama, lleno de groove. Una Soleá Groove con un final espectacular en el que la percusión de Fernando, desde el primer plano, se fue fundiendo con la batería de Alexis, que terminó en un paroxismo de caja y platillos que puso el punto final a la primera parte del concierto. Descanso merecido y recarga necesaria de alcohol.
Cuando la gente todavía continuaba con sus conversaciones ya estaba en el escenario, sentado con su guitarra flamenca, Juan Campos, invitado especial para darle a la noche el momento flamenco más cabal. Sus primeros rasgueos lo acallaron todo; con su toque, cargado de sensibilidad flamenca, con unos pespuntes eléctricos de Gonzalo, Cristian se arrancó por seguiriyas, con un quejío prolongado, hondo. Como hondo fue también el solo del final de Gonzalo, tocado con cara de mala hostia, como si, para extender las concepciones sonoras, quisiese espantar con su guitarra al duende que trajo la de Juan, e imponer el suyo de la misma forma en que Cristian espantó la sombra de José Mercé, que ya no será el primer cantaó que se nos venga a la mente al escuchar estas Eran tan grandes mi penas. Que recordaremos muchas veces más porque están en el disco de Cristian, como todas las demás piezas de esta segunda parte, que ha sido un vuelo sobre él. No la presentación, porque todavía no está el disco en la calle y oficialmente no lo conoceremos en Sevilla hasta que Cristian lo ponga de largo en el Teatro Alameda el día 7 de octubre, previo paso por su Huelva de su alma unas semanas antes.
Así también pudimos escuchar Dos Pájaros, con su lento inicio de jazz tradicional y ritmo repetitivo que se acelera al final en un fondo inusual para los fandangos de Huelva en los que Cristian vuelve de nuevo a Carmen Linares… por un almendro he sabido que las apariencia engañan… y por eso, por lo falsas que son las apariencias, no sabemos si en la siguiente pieza nos canta sobre la Yerbabuena de su título, o sobre la hierba güena, de la que una buena fumada puede resultar en la única explicación a una sociedad tan loca como la de Cristian de Moret con Antílopez, que no podremos comprobar hasta que la escuchemos en el disco. El esbozo de anoche nos hace pensar que será el electrolerele llevado a otra dimensión.
Supernova es la pieza que le da título al disco completo, la que mejor refleja la forma de hacer música de este grupo, que no es realmente una mezcla, sino lo que ha surgido tras años de hacer flamenco, jazz y otras músicas. Queda la esencia de todas ellas y por eso la alquimia une de forma tan perfecta unos fandangos de Huelva, de los que se cantan desde el Parque Moret, que tan orgulloso luce Cristian en su apellido, hasta el Alosno, la cuna de este palo, que no pierden su pureza, sino que la subliman cuando sobrevuelan por encima de la progresión armónica de los doce compases del blues, también cuna de tantas músicas, que son los que hacen que el aire se quede quieto en esta fantasía flamenca en la que los solos de guitarra de Manuel Imán, que realzan el género en esta Supernova del disco, no vamos a decir que anoche se viesen superados por los de Gonzalo, pero sus toques fueron anchos, elevados, intangibles…
Y con Alas llegó el final. Alargado hasta casi el cuarto de hora con el lucimiento de todos los músicos haciendo grandes solos a medida que Cristian los iba presentando, en una interpretación muy diferente a la de aquella tarde en que le descubrí en un Sofar Sounds. Le pedimos unos bises inevitables en los que la banda volvió a los tangos del principio reinterpretando El pañuelo. Fue rizar el rizo, refinar hasta el vértigo de lo sublime. Revoloteo de duendes en un rebose de entusiasmo. La música que Cristian de Moret y los grandes músicos que le acompañaban nos ofreció anoche fue meticulosa en el flamenco y coloreada de pinceladas nocturnas en el jazz; sensual y tórrida, libre. Su fusión es pura carne, pura sensualidad.
