Guille Rayo. Torre de Don Fadrique. 2 de octubre de 2020.
Guille Rayo volvió a Sevilla un año más, en esta ocasión para ofrecernos un set, al que por no llamar acústico, diremos que sobrio, que se nos va a quedar en el recuerdo. No importa que sean siempre los mismos los que acuden a sus visitas, esos mismos cuarenta a los que él alude en su canción El último poeta, con la que abrió el concierto, que refleja la ingrata y dura profesión del músico; o que esta vez viniese con un formato que tenía tó la pinta de ser un melón por calar. A Guille hay que ir a escucharlo cada vez que se tercie porque la poesía del rock siempre la lleva consigo, al igual que toda la esencia del rock and roll; aunque vaya con una guitarra acústica, él es eléctrico en cuanto pisa el escenario, no importa el lugar dónde se encuentre. Guille sabe lo que tiene que dar en un concierto, todo, alma y corazón. Y anoche lo consiguió como pocos, con canciones como La princesa azul, que siguen emocionando aunque la escuches cien veces; dándonos, a pesar de los variados problemas técnicos a los que tuvo que enfrentarse, un concierto pleno de energía, buen humor y honradez en la interpretación.
Guille Rayo no vino anoche a ser un mero cantautor, sino que fue, tal como dijo en la segunda canción del concierto, El número uno, con un delicioso dejillo a lo Hilario Camacho de su primer disco, para transfigurarse en el estribillo en un rumbero del corte de Los Chichos… son, son, para que tú la bailes; son, son, para cantarlas al viento… así son las canciones de Guille también, para cantarlas al viento.
Guille Rayo, con su guitarra, que a veces abandonaba para usar solo su voz o soplar una armónica, en este concierto del ciclo de las Noches en la Torre de Don Fadrique en el Espacio Santa Clara, estuvo acompañado solamente por Javier Galiana, uno de los componentes de La Canalla, con un piano electrónico que mereció un sonido mucho mejor que el de los añejos Casio que muchas veces le dio el técnico de sonido (venga, aceptemos pulpo), porque sus fraseos, sus introducciones, sus solos, eran una maravilla. Entre los dos dieron forma a un espectáculo llamado La Torre Herida por el (guillermo) Rayo, sencillo en su estructura y dirigido a los seguidores de Guille que, como él mismo dijo y se podía comprobar con solo mirar a los cuarenta de anoche, son todos unos puretas, hijos de la televisión en lugar de internet, por lo que la siguiente canción que interpretó, con una letra totalmente confeccionada a base de títulos de programas televisivos, estuvo dedicada al Corazón catódico de todos los presentes. Al comienzo de ella por fin su guitarra comenzó a hacerse oír y eso ayudó a crear emoción en el corazón de todos nosotros, tipos talluditos marcados por la cultura rock. Ahí fue cuando Guille nos dijo que lo suyo era el rock, pero que se sentía menos rockero cuando iba sin una banda de apoyo, quizás por eso era el momento de interpretar una canción que no tuviese nada que ver con el rock and roll, una canción basada sobre todo en los aires jazzies del piano de Galiana; y eligió Y dice ella, nueva, inédita en sus discos. Nos supo bien como quedaba, así que los dos insistieron en las melodías jazzísticas y continuaron con Vocales yonkis, aunque esta canción sonase en su primer disco como mitad rumba y mitad rock. Guille la tuvo que hacer sin guitarra porque el sonido de esta desapareció del todo y, aunque le pidió al de la mesa que se lo devolviera, no lo tuvo de nuevo hasta la siguiente canción, La princesa azul, plena de swing.
Guille continuó dándonos muestras de su riqueza musical y nos noqueó con un blues interpretado como mandan los cánones, con acompañamiento de armónica y llevando el peso de la melodía en su voz. Inspiración, riqueza y genio en este Cementerio blues, superado incluso por la canción siguiente, Falsas noticias, compuesta durante el confinamiento y grabada con gran efecto instrumental por una banda completa, que aquí solo mostró su esencia; no era una canción, en realidad, sino una pieza de spoken word en la que Guille solo cantaba el estribillo… pero es que ese estribillo nos quitó a todos el frío que comenzábamos a padecer en esta noche abiertamente otoñal. Todavía Guille se animó a seguir con su performance poética, acompañado esta vez por Galiana, que repetía el Supongo que del título de esta canción, recuperada también de su primer disco, animándose poco a poco a cantarla suavemente, aunque la guitarra dejase de sonar de nuevo y los vaivenes en el volumen de su micro con los que el de la mesa intentó solventar el feo acople que él mismo provocó, no llegasen a privarnos de su esplendor.
Pero los problemas no hicieron que Guille dejara de enfrentarse al concierto con la tranquilidad de quien sabe que su público, aunque no sea numeroso, pero sí es muy fiel, y con gran aplomo comenzó la recta final. Guille no es un depredador escénico ni un músico de aspavientos; su fuerza viene de la templanza; su carisma, de una asentada postura vital; su pasión, de la raíz de unas canciones sencillas pero elocuentes, como Gigantes, Y si muero mañana o la que sirvió para terminar el set, que tuvo un fantástico y divertido preámbulo. Nos contó que para ganarse los leuros tuvo que irse a Inglaterra y desde allí, en los inicios del internet, quiso escribirle una carta virtual a su familia y amigos… añorados compañeros, qué añejo parece el otoño aquí en Gran Bretaña; las cigüeñas abandonan sus retoños en medio de la campiña; ni siquiera el cáñamo es un buen aliño. Qué morriña, qué añoranza, sin España… No pudo escribir esta maravillosa misiva porque en el teclado del ordenador no había ñ. Y de ahí nació esta canción, llena de palabras con esa letra, que debería haberse llamado, como dice uno de sus versos recurrentes, Venganza ibérica, pero que se llamó simplemente Eñe.
El primer bis fue una petición del público: Cigarreando. Una canción que Guille dijo que haría al estilo de Elvis Presley, y en realidad sus inicios y parte del acompañamiento musical sí que nos recordaban algo más que vagamente a Scotty Moore y Bill Black, pero Guille la pasó a rumbita descará, con aromáticos toques de habanera, y la terminó bailando al borde del escenario. Ya solo quedaba entregarse del todo a ese jazz con el que Galiana había estado flirteando todo el rato y así lo hizo en la introducción de Madre audiencia, la última canción de la noche.
Y así fueron las cosas; Guille Rayo y Javier Galiana desarrollaron en poco más de una hora y cuarto una estructura vitalista, profunda y emocionante, en un concierto que fue más allá de la recuperación de viejas canciones, para recrearlas de forma que en cada una de ellas saltó la chispa de la intensidad, avivando un fuego que subió de nivel conforme avanzaba la actuación. Porque la herencia del rock, del blues, del jazz, conformaron una propuesta a la que era muy difícil sustraerse. En una de las canciones Guille decía y si me muero mañana, como algo que no esperaba, al menos habré visto, podría proseguir yo, como un músico fue capaz de darle en directo a cada una de sus canciones un tratamiento específico, una convulsión que no rompía sus cimientos originales, pero que les aportaba frescura y vivacidad. Guille es un buscador de esencias, un descubridor de interiores, un relatador de historias realista que anoche profundizó en lo esencial en las canciones y dejó lo accesorio para la charla con sus amigos, que eso eran para él los espectadores. Buscó el corazón de sus canciones y lo encontró a la vez que los cuarenta corazones nuestros.
