Hay Un Ombligo En Mí. Teatro Salvador Távora. 9 de octubre de 2020.
No sé si llegábamos a la veintena los espectadores que estuvimos anoche en el Teatro Salvador Távora asistiendo al concierto de Hay Un Ombligo En Mí, pero los pocos que nos reunimos fuimos testigos de un espectáculo con muchos momentos de genialidad y hasta divertido, que podía oler como una especie de concierto, incluso podía parecer una especie de concierto, pero desde los pocos minutos empezamos a sentir que estabamos inmersos en un mundo raro y paralelo; un mundo con un sentido del humor muy retorcido, a pesar de que la mala ecualización del sonido de la voz nos hizo perdernos la mayoría de las cosas que Antonio Martagón cantaba y que no apareciesen por ningún lado los grandes agudos que escuchamos en sus discos y videos. Pero lo que no le escuchábamos podíamos intuirlo en las imágenes proyectadas en la gran pantalla que había detrás de ellos, donde todo lo que se veía era de un surrealismo que iba de la mano de un humor que si no era negro del todo sí que estaba tintado de gris oscuro; conceptos extraños y extravagantes, que tienen mucho sentido en las canciones del dúo.
Desde que tras la banda sonora de la espera, a base de unas notas chirriantes y repetidas, rotas por otras notas repetidas también de la guitarra de Antonio Jesús Diaz y los platillos de la batería marcasen el inicio de Amalgama bruta, nos metimos de lleno en el mundo del Ombligo; un mundo en el que lo normal quedó subvertido y el Frank Sidebottom más mordaz ocupó el mismo tipo de megaespacio que los Pink Floyd de Ummagumma en el mundo real que dejamos detrás de la puerta del teatro. Golpe a golpe, canciones como Genero género o El ocaso de la industria maderera, por citar solo las que más rasgos comunes mostraron con los ejemplos de músicos que he puesto, de entre la veintena que interpretaron, se colaron en nuestra cabeza para aumentar la inquietud que empezamos a mostrar en Cuneta cuando Antonio nos gritaba que despertásemos mientras en la pantalla aparecían fusilamientos y osamentas de cadáveres en fosas comunes.
Las canciones y los videos de anoche demostraron que estos Ombligo nunca han sido de los que endulzan las duras realidades, y hay muchos motivos para estar cabreados en estos momentos. Es por eso que su música, que crece fuera de los caminos trillados, la sentimos allí tan vital. Es difícil no identificarse con ellos cuando dedicaron a los votantes de Vox ese Oveja que entre validos de Antonio definía como mucha gente se deja arrastrar al corral esperando encontrar consuelo a sus males en el rebaño; o cuando repetía una y otra vez entre los acordes atronadores de la magnífica guitarra de Antonio Jesús, doblada entre sus dedos y la loopera, el mantra de la indolencia genera desigualdad y miseria, una sociedad ruin y apática, en Relevo.
Desde el prólogo de Amalgama bruta hasta el epílogo de Muerte vertical, Antonio y Antonio Jesús dejaron que su anarquía sónica hablase, deteniéndose apenas entre canción y canción para que el primero de ellos lanzase alguna palabra o frase corta; sin embargo nunca estuvieron emocionalmente distantes. Hay Un Ombligo En Mí son una de las propuestas más audaces, brillantes y emocionantes que existen actualmente en nuestra ciudad y con creces demostraron que, a pesar de todos los inconvenientes de la pandemia, la música en vivo es un golpe en el estómago impredecible. Hay algo reconfortante en vivir momentos como el de anoche, y eso no lo obtienes con cualquier otra cosa que te ofrezcan fuera de una sala de conciertos.