Las Odio. Sala X. 21 de febrero de 2020
Tenía yo ganas de comprobar si Las Odio iban a seguir un camino similar al recorrido por la también banda femenina Agoraphobia entre la primera y segunda vez que las vi en directo. Entre esas dos ocasiones habían transcurrido veintidós meses, en los que la banda se había transformado por completo, dejando atrás el hard rock efectista del primer concierto para transformarlo en un embriagador punk totalmente sedicioso. A Las Odio las vi en noviembre de 2017 en este mismo escenario de la Sala X y hasta anoche había transcurrido incluso más tiempo que el que pasó entre los conciertos de Agoraphobia y además tenían en su haber que su reciente segundo disco lo habían grabado con la ayuda en la producción de Pablo Peña y Darío del Moral y algunas cosas habrían aprendido de ellos. Y no salí defraudado, Las Odio han mejorado muchísimo entre aquel concierto y este. Sobre eso nada que objetar, pero…
Algo falta en la actitud de Las Odio para dejar de ser definitivamente ese grupo gracioso y divertido que la gente va a ver para apurar las últimas copas de forma agradable. Lo tienen todo para que el balance entre lo dulce y lo siniestro pase a este atractivo lado oscuro: buenas canciones, con letras potentes y sarcásticas sobre el postureo, la gentrificación, el feminismo, la misoginia; tienen ya el dominio de los instrumentos necesario y la presencia escénica adecuada… coño, si hasta un viejo descreído como yo salió enamorado de la forma en que Sonsoles se convirtió en la puta dueña del cotarro con su forma de empezar a conducir con el bajo el Blackout; pero cuando se hace una canción tan significativa como la versión de Me gusta ser una zorra, con la que terminaron anoche, que contiene ese grito de ¡cabrón!, no pueden “decirlo” simplemente como la simple palabra final de un estribillo, hay que escupirlo, lanzarlo a la cara de los tíos que estamos allí abajo mirándolas. Ese ¡cabrón! es la línea que marca la diferencia entre estar en el lado del blandipunk o el del riot grrrl y cuando cuatro mujeres lo están gritando a la vez no tiene que agradarnos; todo lo contrario, tiene que incomodarnos. Quizás ellas prefieran mantenerse en el lado amable, el de las sonrisas y el bailoteo, pero hace mucha más falta que Las Odio se mantengan fieles a lo que dicen en la canción con que cierran su nuevo disco, Regalo de reyes, que anoche faltó también en el repertorio: Vamos a ser peores, alimentaremos vuestros temores.
Sus canciones serían una declaración de intenciones si no fuese porque están llenas de contradicciones. Anoche mismo comenzaron el concierto con Lo quiero todo, en la que te gritan lo quiero todo y además lo quiero ya, para segundos después decirte quiero tener un discurso coherente sin caerle mal a la mayoría de la gente. ¿Cómo no van a caerle mal al tipo ese al que se dirigen en su canción ¡Las Odio! cuando le dicen en su cara yo estoy tocando y tu amargado en el sofá…? Hasta que llegaron a esa canción ya estaban demostrando sobradamente que, como también cantan en ella, no son cuatro payasas que solo buscan destacar. Fueron alternando canciones de sus dos discos, haciendo diez de las once que componen el segundo y seis más recuperadas del primero de ellos, rematando en un bis con la versión de Las Vulpes antes mencionada. Si comenzaron con la primera canción del nuevo Autoficción que estaban presentando, la continuación fue con la también primera canción del antiguo Futuras esposas, convirtiendo Yo lo vi primero en un torbellino con más poder de aturdimiento que el que tiene en el disco. En Ansiedad fue la vez en la que más vibró la voz de Paula y en Impresora 3D comenzamos a ver lo que puede llegar a hacer Ágata con su guitarra, enguarrada mucho más en el Fieras que siguió. En Vitaminas, un salto atrás en el tiempo, es Alicia la que comenzó a marcar el ritmo con su batería, manteniéndolo firme y seguro en las arrancadas y acelerones que tenía la canción. Tras ella no fue la mejor elección la bajona de Meritocracia, que no hizo mucho por seguir calentando a la audiencia que se reunió para verlas, que hay que decir que fue menor de la esperada. Fue el tramo más monótono del concierto, continuado con El derecho a la pereza, pero remontó de nuevo en cuanto Alicia comenzó a marcar otro potente ritmo al que enseguida se unió Ágata con los reconocibles acordes primeros de Indiespañol y todos estábamos de acuerdo con Paula cuando gritaba ¡yo soy la artista! La energía se había vuelto a apoderar de ellas y de los espectadores y fue el momento propicio para cantar ¡Las Odio!, un estallido para decir “estamos aquí y esta es nuestra música”; esa es la tensión que la banda debería mantener en todo momento. Cuchillas es la relectura que hacen del Lamette de Donatella Rettore y fue otro paso adelante en el aumento de energía. Los platillos golpeados al inicio de Cuenta hasta diez marcaron el inicio de los saltos, con cuyos acordes finales todos deseábamos volver a botar de nuevo, sin embargo Las Odio prefirieron darnos la balada de la noche y nos aplacaron los ánimos con Ya que preguntas.
El tramo final comenzó muy bien con la combinación de la melodía de Paula y la fuerza bruta de la base grunge de la guitarra y el bajo de Ágata y Sonsoles en Mantis religiosa. Luego en El final de la fiesta le quitan el alambre de púas al bate de béisbol y empiezas a pensar que tienen razón cuando Paula canta que no compensa quedarse hasta el final de la fiesta; pero Blackout nos reconcilió con ellas, de nuevo contundentes y con un filo feroz, que sin llegar a ser letal, sí que nos dejó su marca. Y después llegó ese ¡cabrón! que nos dijo que la transición de Las Odio todavía no está completada, pero afortunadamente se apartan del declive. La cadencia general es mucho más vibrante que lánguida, la chispa en vivo transforma las canciones de los discos y las hace mucho más atrevidas y convincentes. En cuanto la franqueza incendiaria venza por completo al cliché y Alicia y Sonsoles mantengan tensas las líneas hasta hacerlas amenazantes Las Odio se convertirán en una banda distintiva. Y yo espero estar ahí para salir de su concierto con una sensación más dulce que agria pero más agria que dulce, no sé si me entendéis…