Sweet Hole. Sala X. 20 de febrero de 2021
El titular de esta crónica me lo dio prácticamente hecho Fran Roldán, el nuevo cantante de Sweet Hole, cuando presentó una de las canciones de su concierto de la tarde del sábado en la Sala X diciendo que eran monárquicos, pero que solo le rendían pleitesía al Rey Carmesí. Y realmente (nunca mejor dicho) la pieza que comenzaron a interpretar, One more red nightmare, contenía purísimos reflejos de los sonidos de King Crimson, la banda que más veces se nombra como referente de Sweet Hole, a la que incluso solían rendir homenaje en sus conciertos con una versión implacable y sórdida de Starless. Ahora mantienen la majestuosidad del Rey Carmesí, pero con una composición propia.
Pero Sweet Hole han ampliado el espectro sónico por el que levitan y hasta que llegaron ahí fueron dejando otros reflejos, a veces sutiles, otras veces cegadores, de Alan Parsons Project en Moon, de los grandes Genesis de Peter Gabriel en Carbon copy of the future después de que introdujese el tema Antonio Rubio con su guitarra española y Carlos Durán se le uniese con el bajo para hacer explotar la mezcla que después quemó todo el jugo de las venas de la banda al completo. En Red light, lenta al principio, acelerando el ritmo hasta la agitación más tarde, fueron Jethro Tull; y fueron Pink Floyd en los eléctricos acordes de guitarra de un Miguel Durán transfigurado en David Gilmour durante Secret hideout. Y convirtieron la sombra trémula de Van der Graaf Generator en el ansia desbocada de Deep Purple en tan solo los ocho minutos que duró Am I alive, la canción que han levantado desde los cimientos de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la biografía de Philip K. Dick.
Este gran escritor, uno de los autores esenciales del siglo XX, es el tótem sobre el que giró casi todo el concierto de Sweet Hole, ya desde el principio, cuando subieron al escenario mientras por los altavoces sonaban las notas de Lágrimas en la lluvia, la pieza que Vangelis compuso para la banda sonora de Blade runner, una película tan genial como la novela de K. Dick de la que salió. Y digo que sobre él giró buena parte del concierto porque la banda estuvo presentando Ubik, su próximo disco, una obra conceptual en la que conviven los personajes de los relatos del escritor e incluso él mismo. Personajes como Inertial, el que da nombre a la canción, plagada de atmósferas siniestras de Black Sabbath, con la que iniciaron los bises, y situaciones como la descrita en Carbon copy, cuando el futuro a veces no es lo que uno piensa, o en Secret hideout, donde Sweet Hole revela que todos tenemos un sitio, un lugar interior, en el que esconder nuestros sentimientos.
Además de estrenar nuevas piezas volvieron a elevar el misticismo y grandeza de sus composiciones más antiguas, comenzando el concierto con la ya mencionada Moon y terminándolo con Dust away, elegida como segundo de los bises, imponente y fascinante. También recrearon The first of the last days para alterarnos la consciencia y que nos pudiésemos sumergir para terminar el set en la única composición ajena que interpretaron, con la mente extenuada, dócil, para aceptar la delirante versión del Shadow on the wall de Mike Oldfield, que abrieron en canal para ir sacando de sus entrañas los solos de todos los componentes de la banda a medida que Fran los iba presentando: la guitarra eléctrica de Miguel antes de que David Alejo se volcase sobre su teclado; el galope de los dedos de Antonio sobre el mástil de su guitarra y los acordes del bajo de Carlos, menos graves que luminosos; incluso tuvieron el buen gusto de ahorrarnos el solo de batería, siempre anticuado, dejando que Javier Nuter, que también se estrenaba en la banda, respaldase a todos los demás aunque, eso sí, acercándose al primer plano.
Sweet Hole sigue apuntando a grandes alturas a pesar de los cambios recientes en su formación, bien engrasada instrumentalmente aunque Fran necesita ajustar mejor el tono de su voz. Pero la hora y cuarto de desafío musical que se impusieron la salvaron con creces y brillantez… e incluso llevando a la emoción no pocas veces a los espectadores que casi llenaban el aforo permitido de la sala. Toda la banda estuvo concentrada, meticulosa, comprometida e intensa; con una gran destreza tanto en los momentos de caos controlado como volviendo a fusionarse al unísono cuando el ritmo así lo requería. Habrá que verlos de nuevo cuando presenten este mismo Ubik, una vez germinado el ambicioso proyecto audiovisual en que quieren convertirlo, con proyecciones, cambios de vestuarios, efectos de iluminación y teatralización que hagan que se mezclen los planos de la ficción y la realidad.
