- Dean Wareham + Ryder The Eagle. Sala X. 7 de julio de 2022
No comenzó bien el concierto de Dean Wareham. Me defraudó la forma en que empezó a sonar The corridor of power, la canción con la que abrieron la noche; la neblina de dream pop que estaban creando era densa, como provocada por una droga mal digerida. El sonido era soñoliento más que ensoñador. Los graves estaban demasiado altos, la voz demasiado baja… la explicación la tuvimos cuando terminaron de interpretarla: los músicos estaban incómodos; no funcionaban los monitores del escenario. Entre esa primera canción y la segunda, The past is our plaything, se intentó arreglar el fallo, y aunque creo que los monitores de los lados siguieron igual de mudos, al menos el de Dean se arregló, por las señales de asentimiento que le hizo al técnico. Después del parón todavía siguieron como al ralentí, ajustando tonos, para ya en la tercera canción, Robin & Richard, tras unos golpes de baquetas de Roger Brogan, el batería, que parecieron indicar aquí estamos nosotros ya, desde ahora os vais a enterar… el concierto fue tan magnífico como esperábamos. Supongo que no tanto por arte de magia como por destreza técnica, el sonido comenzó a ser satisfactorio; la voz de Dean subió su registro y si antes era agrietada, ahora era anhelante, trascendía; el bajo de Britta Phillips se convirtió en el centro emocional de la banda; la batería bordaba la textura de las canciones. Y en la derecha del escenario Derek See, el guitarra de los Rain Parade, haciendo que su Epiphone no solo complementase el sustain de la de Dean, formando un dúo con él como el que tenía este con Sean Eden en Luna, donde lograban un sonido de guitarra único, sino que Derek se aventuraba en grandes solos, como el de la canción siguiente, The last word, o en Decomposing trees, más tarde, a la que le dio un final espectacular.
Con Under skys finalizaron el bloque de canciones extraídas del disco de Dean que apareció hace unos meses, I have nothin to say to the Mayor of LA. Precisamente esta, una versión remozada de un oscuro tema del grupo sesentero de suave rock psicodélico Lazy Smoke, estaba de actualidad porque acababan de lanzarla hacía solo unos días apoyada por un video que había dirigido la propia Britta. Me pareció en ese momento importante la mención de Los Angeles en el nombre del disco que contenía estas canciones porque en ellas Dean me recordó muchas veces a un Lou Reed mucho más luminoso, trasplantado de New York a la ciudad angelina, que es precisamente el caso de Dean. Y ahí fue cuando comenzó la cascada de canciones del On fire de Galaxie 500. Diez canciones seguidas y en el mismo orden en que parecieron en el disco, comenzando por Blue thunder y terminando con el Isn’t it a pity de George Harrison.
La interpretación de estas piezas fueron una declaración definitiva de lo que es el slowcore. Canciones con un ritmo muy ajustado por debajo del tempo medio, con la guitarra de Dean obsesionada con un patrón de rasgueo primitivo en secuencias de acordes cálidas y atractivas que nos eran tan familiares y que se saltaba a veces con los efectos de wah-wah psicodélico, resueltos en un desquiciado solo en Snowstorm, o en los de Another day, para la que le dio el protagonismo vocal a Britta, situada en el centro, y él apartado a un lado, haciendo extraños escorzos para poder pisar la pedalera. Para entonces ya se habían juntado en la primera fila de espectadores los tres miembros de Sick Buzos tan adeptos a Dean que incluso versionaban en directo el Tiger Lily de Luna. como seguramente comprobaremos el mes que viene en el CAAC. Faltaba Dani, el batería, con el que los Buzos completaban una formación exactamente igual a la que había anoche en el escenario: un cantante y guitarra, Chencho; un guitarrista, Javi, y una bajista, Concha, también fantástica fotógrafa, que se hinchó de disparar con su cámara a la banda entre lagrimones… tío, es que para mí ver en directo a Dean y Britta es como ver a Lou Reed… verles tan emocionados me devolvía a los años en que me perdí su mayor gloria porque mi trabajo me trasladó a Huelva entre 1996 y 99; recobré la emoción perdida en aquel tiempo fuera de Sevilla.
En esa Snowstorm y la siguiente, Strange, escuchamos a Dean, como ya hiciese también en Blue thunder, con su voz despegando hacia estribillos sin palabras, en una reverberación tan empapada de falsete, que él mismo bromeó con que cantaba así porque se lo había escuchado a los Bee Gees en la tele. Una ola de esa emoción que mencionaba antes fue muy audible, extendida a toda la audiencia, en cuanto sonaron los primeros compases de Strange, antes de que las estridentes líneas de las guitarras entrasen y nos atravesasen. Strange es la preferida de los que recuerdan a los Galaxie de finales de los 80 y así lo hicieron saber anoche cuando después de que la banda terminase de cantarla ellos siguieran haciéndolo en un gran coro que Britta agradeció, con cara de estar bastante sorprendida. Fue en When will you come home, la canción que siguió, cuando Roger, que hasta ahora estaba usando su batería con un efecto excelente en todo momento, se vino arriba con sus explosiones de percusión en cámara lenta, en un crescendo al estilo de la Velvet de la era White Light/White Heat, que resonó enfáticamente, arremolinado como también el final de Decomposing trees, canciones convertidas al final en bestias totalmente diferentes de lo que eran cuando comenzaban a tocarlas; después la voz de Britta nos devolvió los sonidos de ensueños en Another day.
Armoniosa y sutil fue la interpretación de Leave the planet, aunque pasase prácticamente desapercibida la armónica que Dean sopló entre algunas de sus estrofas; una canción en la que la banda subió también en un crescendo casual que, en realidad, nadie se dio cuenta exactamente de dónde comenzó y en qué momento se levantaron del suelo para levitar. Con Plastic bird volvieron de nuevo a tierra, convirtiendo en irónico ese nombre de pájaro de plástico, para terminar el set con Isn’t it a pity. Las letras poéticas de George Harrison adquirieron un nuevo tipo de crudeza emocional en la voz de Dean, mientras Derek y él se esforzaban con sentimiento sobre unas guitarras gloriosas y cálidas que aquí, más que a la Velvet Underground, recordaban a Neil Young. Se fueron y nos dejaron conmovidos.
Pero volvieron para un par de bises. El primero de ellos, el Duchess de Scott Walker que Dean ha recuperado en su último disco, construida a su modo, con una progresión de acordes que era igualita a la que usó en el Slow song de Luna. Iba a decir que fue una canción de ensueño, pero no me gusta repetir palabras y esta hubiese sido la tercera vez que la utilizo en esta crónica. Pero bueno, ya que ha sido así, haré lo mismo con otra que también aparece por tercera vez: conmovedor; profundamente conmovedor fue el Tugboat con que terminaron ya del todo. Una canción en la que el narrador quiere dejar el mundo atrás y Dean parecía reacio a querer hacer lo mismo con nosotros. Así cerraron el círculo; si habían comenzado con sus canciones más recientes, terminaron con la más antigua de todas, la que anunció al mundo la salida del primer disco de Galaxie 500, aquel Today de 1988.
Antes de que la banda de Dean Wareham subiese al escenario estuvo en él Ryder The Eagle, un -vamos a llamarlo- artista francés, residente en México, desafiando al calor vestido con un traje blanco, con camisa y chaqueta, que cantaba y recitaba en inglés. Así comenzó, recitando en el más puro estilo spoken word una charla sobre lo preocupada que estaba su familia con él, mezclado con el público, todavía escaso, aunque después llenó por completo la sala. Una vez en el escenario, arropado por música pregrabada, desgranó casi todas las canciones de su último disco, Follymoon, tierno a veces, enloquecido otras, en las que ya desnudo de cintura para arriba incluso se encaramó a la barra, haciendo peligrar los botellines que había en ella y también su cabeza con los focos, e hilarante también en ocasiones en las que usó el castellano -o español de mierda, como él lo consideraba- para que pudiésemos entender sus historias, como en la introducción de The american dream… me casé hace seis años y me divorcié hace tres, después me escribí un álbum que trata del divorcio, porque es más económico que ir a terapia; después de aquello tenía el sueño de casarme con una esposa americana y fui a los Estados Unidos, viajando desde Los Angeles a New York en bus y tocando en la calle, hasta que conocí a una chica que se llamaba Ingrid, pero que no estaba emocionalmente disponible y no nos pudimos casar… Pasamos con él media horita muy divertida antes de afrontar la profundidad emocional de verdad.
