Desvariados. Cosmo’s Factory Club. 30 de abril de 2022
Guardaba un excelente recuerdo de la única vez que había visto en directo a Desvariados. Fue en el festival SubeRock de 2019 y desde entonces la pandemia había creado en el interior de la banda un movimiento sísmico que había arrastrado a la mitad de sus cuatro componentes. Y como el sábado vinieron al Cosmo’s Factory Club, había que estar allí para ver cómo les había sentado este cambio. Les ha sentado maravillosamente, ya os lo adelanto.
Si a la temperatura elevada de la tarde se le suma el calor que es capaz de generar una banda de rock cuando su música no se pierde en la inmensidad de los espacios abiertos, sino que se dirige en estado puro hacia unas decenas de seguidores impenitentes, como los que nos juntamos para presenciar todo lo que se celebra en esta sala, en la que el ambiente siempre está ardiendo, el resultado es un concierto enérgico, sencillo y muy divertido, justo como el buen rock and roll. Y los muy cabrones estos solo necesitaron arrancar con Víctimas del sueño americano y Valientes al volante para convencernos de que eso es lo que íbamos a tener también hoy: un concierto del rock más afilado.
Todos y cada uno de los componentes contribuyeron al gran sonido que disfrutamos: Edgar Castejón y Fabio Vázquez, con el bajo y la batería, respectivamente, lo hicieron con su actitud en el escenario de repartir bombas para matar, sin hacer prisioneros; con un dominio del acento y el ritmo que iba más allá de mantener un groove simple. El guitarra solista, Alejandro Giralde, sacaba de su Telecaster riffs parecidos a los que Pepe Risi le arrancaba a su Les Paul; fue letal y rítmico, chulesco y stoniano. Y Adrián Díaz, a la voz y una segunda guitarra que de vez en cuando pasaba también ampliamente al primer plano… hacerlo bien sería absurdo, aburrido, sin sentido… lo hizo sacándole partido al trozo de la garrulería adolescente de Carabanchel de la que hizo gala durante todo el concierto, porque para eso es parte de esa Gente inteligente que da título a la canción que tiene esas líneas citadas, que fue la tercera de las que interpretaron, pasando con ella de su disco más reciente, el del sueño americano -el disco que sacamos cuando el mundo se acabó-, al anterior, el Café Caimán que lanzaron hace ya seis años. En él se quedaron un poco más, con Esta es para ti, rescatada también de allí… esta canción es para ti, no recuerdo cuántas veces mentí, cuando te dije: cariño, esta es para ti…
Los motores del rock and roll estaban ya bien engrasados y el depósito de combustible se mantenía con un nivel alto de Jack Daniels con cocacola, por lo que siguieron abriéndose paso sin problema a través de canciones de uno y otro disco alternadas, Mejor será olvidar, Escúpeme, Tu último intento, hasta que llegó el momento de reivindicar sus verdaderas raíces… tenéis que saber una cosa, en realidad el rock and roll es una puta mierda y una basura; nosotros tocamos rock and roll para intentar ganar dinero, pero si hiciésemos lo que realmente nos gusta, iríamos todos con cresta y tocaríamos temas de La Polla Records… y atacaron Ellos dicen mierda, subiendo todavía más el calor: las cervezas volaban desde la barra hasta agotar tanto la Cruzcampo como la Estrella Galicia y las gargantas las teníamos ocupadas en tragar en vez de cantar con ellos… la habéis cantado poco, eh; aquí no habéis sido punkies ninguno…
Mejor volver al rock and roll, pues. Estallido de platillos y riff clasicote para introducir referencias más clásicas aún… vendí mi alma en el cruce de sus tetas… y volver al disco reciente con un trío de ases: Su dictadura animal -con uno de los mejores solos de la noche por parte de Ale-, Aguardiente -una balada llena de preciosa pirotecnia- y Demasiado acelerado –¿era esto a lo que habíais venido, o no…?– El póker lo completaron con Todavía hay tiempo, el mayor as del disco con el que debutaron en el año 2013, El hotel de las historias, rematado con unos acordes toreros que Adrián extrajo de su guitarra.
Ni experimentaciones ni reinvenciones, canciones para hacernos subir la adrenalina, como en el corte del tempo lento para acelerarlo de pronto en La chica de Dylan. Adrián, iluso el tío, pretendía que coreásemos todos con él un par de frases de la canción: deja que suene otra vez, por un lado, y un gemido al rozar la aguja por su piel, por otro… os he dicho ya que la cerveza se agotaba a mayor velocidad que las motos que corrían por la vecina Jerez, ¿no? Ea, pues eso, coritos a estas alturas… oye, que si os molestamos nos vamos, que nosotros vamos a cobrar igual… a Adrían le volvió a salir la vena punky.
No sé si Desvariados es la banda de rock and roll más grande, genial y festiva del mundo, seguramente no, pero a nosotros nos lo parecía en estos momentos, en los que además aceleraron la marcha y le dieron más profundidad de rock duro al concierto con Muévete en la oscuridad y Camina solo, alargada esta con unas enfebrecidas guitarras de los dos, Alejandro y Adrián, para ponernos el corazón a, como dicen al final de la canción, latir más fuerte. Con un riff del más puro sabor a Chuck Berry comenzaron A mil kilómetros, otra de sus canciones primerizas, en la que metieron en medio un guiño a los Ilegales con algunas estrofas de Soy un macarra… hay un tipo dentro del espejo que me mira con cara de conejo… y derramando Amoniaco destilado, con Adrián tirado por ahí, por la barra del bar, entre la gente, se bajaron del escenario.
Pero Adrián se volvió a subir a él enseguida… yo sé que parecemos unos hijos de puta, pero también tenemos canciones muy bonitas, y esta os la voy a tocar yo solo, para vosotros; se la escribí a una chavala con la que estuve diez años… y a solas con su guitarra desgranó los versos de Todavía, al igual que hace en el cierre del último disco. Hace tiempo Desvariados solían cerrar sus conciertos con el Rock & Roll de Led Zeppelin y esa atmósfera se mantuvo durante toda la interpretación de Mamá, me quiere matar, con un gancho de guitarra efervescente soldado a un chasis reluciente de power-pop musculoso; tan pasado de musculoso, en realidad, que la quinta cuerda de la guitarra de Adrián no resistió la pelea… decimos que tocamos rock and roll pero somos más punkies que una papelera ardiendo… y así terminaron del todo, con un tempo de punk rock desgarrador en Besa mi calavera. La banda hizo que todo sonase como la cosa más natural del mundo, una explosión atemporal y alegre de rock and roll sin pretensiones y sobrecargada. Una sesión perfecta. Como todas las que llevamos en el Cosmo’s Factory Club.
