Emma Alonso. Fundación Tres Culturas. 13 de mayo de 2021
Decir que el concierto que dio ayer Emma Alonso en la Fundación Tres Culturas derramó belleza no es suficiente. Esta cantante sevillana, aunque nacida en la ciudad francesa de Antibes, tiene una voz de soprano, madura y bien equilibrada con la música que le acompañaba, que acariciaba en cada nota que cantaba y un oído para la melodía que en este concierto se demostró excelente, ya fuese para una canción francesa, un tango o una bossa nova, que de todo hubo en la elección de gusto tan exquisito como reflexivo que hizo de canciones de Nascimento, Theodorakis, Piazzola, Weill, Jobim, y una puesta en escena sobria y artística, en la que ella aparecía en el centro del escenario, a solas con su micrófono y su atril y en uno de los bordes, ante un magnífico piano negro de cola, José Manuel Vaquero, el Pájaro, uno de los más completos músicos que tenemos en la ciudad, fundador del grupo Artefactum y creador de grandes temas musicales como el de la serie La Peste.
Él fue quien primero salió ante los focos para desgranar unos cortos acordes que bien pudieron ser los del bolero del reloj que Manzanero no quería que marcase las horas, para unírsele Emma enseguida y comenzar a cantar María, María, la historia de la esclava que nunca se rendía al desaliento, que escribió Milton Nascimento y popularizó Mercedes Sosa.
El concierto, propiciado por esta magnífica fundación con sede en el pabellón de Marruecos que tan buenos momentos nos ha deparado hasta ahora, era la ilustración musical del Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo y a la vez el estreno del espectáculo desarrollado por Emma y Pájaro, al que le han puesto de nombre De Buenos Aires a París. Y allí comenzó, en la capital argentina, donde aún se quedó un rato más porque Emma siguió recordándonos a Mercedes Sosa con dos zambas de las que esta solía cantar, la Zamba para no morir, de Hamlet Lima Quintana, que interpretó con una fuerza y poder maravillosos y la Zamba de Balderrama, mucho más desenfadada, dedicada al Boliche de Balderrama, un bar en el que no solo se cantaba, sino que pasaban… más cosas.
En un extraño giro el viaje recaló en Grecia y Emma interpretó una canción de Mikis Theodorakis que en España fue muy popular cuando a finales de la década de los 50 la interpretó Gloria Lasso con el título de Luna de miel y una descafeinada letra de Rafael de Penagos que no le hacía justicia alguna a la original. Emma la recobró anoche así, en griego casi toda ella para rematarla en castellano, después de habérnosla recitado. Theodorakis era un maestro de la poesía de denuncia, de protesta, aglutinante de sentires y derechos, pero también era un maestro cantándole al amor, y de esa clase es esta canción, Si recuerdas mi sueño, que Emma nos brindó, vestida de luz, a todos los que llenamos el patio interior del palacio. Fue el mejor momento del concierto, que todavía se alargó con el maravilloso tango a ritmo de vals, Chiquilín de Bachín, en el que Astor Piazzola puso música al poema que Horacio Ferrer dedicó a un chaval de ocho años que vendía flores en el restaurante donde ellos estaban.
El viaje musical volvió de nuevo a Europa y conocimos la historia de Youkali, la isla mágica, el país del placer, la tierra donde abandonamos todas las preocupaciones, un paraíso que, lógicamente, no existe y solo fue fruto de la mente de Kurt Weill, el músico alemán que recaló en Francia, donde compuso este tango que Emma interpretó ayer en su idioma original, dándole aires de habanera.
De nuevo en América, Emma rescató un merengue tradicional venezolano en compás de 5/8, al que Pablo Camacaro le puso una letra bastante colonialista sobre La negra Atilia, que nos llegó con una voz y una expresividad gestual que fue pura seducción y nos dejó fascinados. Un increíble preámbulo para las Aguas de março, que cierran el verano brasileño, tras las que aparece de nuevo el esplendor verde, como si empezara la vida de nuevo. Tom Jobim les dedicó esta bossa nova, considerada como la mejor canción brasileña de todos los tiempos. Y Emma le hizo justicia. Inspiración y espiritualidad, esperanza y alegría que tuvo su contrapunto dramático cuando después nos recitó la más hermosa y triste canción de amor que se haya oído recitar en una película… me prometiste algo que no es posible… me has dejado sin este… me has dejado sin oeste… en el Dublineses de John Houston, para seguirlo con Sin piel, el tango de Eladia Blázquez que desnuda el desamor como ninguna otra canción y Emma convirtió en un susurro maravillosamente íntimo.
El final del set comenzó con las notas del piano del Pájaro, que valían por todas las que salían del bandoneón, el bajo y la batería que acompañaban a Edith Piaf cuando cantaba Sous le ciel de Paris, la canción que nos habla de la magia y el arte de la gran metrópolis que es la ciudad de la luz, y con la que aquí Emma hizo sombra al arco iris que menciona con su también mágica voz, elevada hacia los cielos sevillanos.
El viaje se había completado. Partiendo de Buenos Aires habíamos llegado a París. Pero nos resistíamos a marcharnos y los dos intérpretes salieron de nuevo para repetirnos el viaje, aunque esta vez de forma corta y veloz. Emma comenzó a entonar a capella un canto de ordeño, Lucerito, de los que popularizó Soledad Bravo, con unos escuetos acordes de piano solamente al final, para terminar recordando a George Brassens con Le parapluie. Y así terminó finalmente un concierto sencillo pero profundo, en el que brilló la impresionante voz de Emma Alonso como centro de atención, enmarcada perfectamente por las notas que le sacaba al piano José Manuel Vaquero, el maestro al que ella, con los nervios del debut de obra, olvidó presentar desde el escenario y después lo hizo, de forma desternillante, a voz en grito, desde el pasillo trasero convertido en backstage, para que lo oyésemos todos los espectadores que ya nos retirábamos de allí.
