Emmett + Yogures de Coco. Sala Even. 3 de abril de 2022
Tenía ganas de ver de nuevo a Emmett, una de las bandas sevillanas que mejor cuida la producción de sus canciones y no daba ningún concierto desde antes del estado de alarma. Que este de hoy en la sala Even fuese a tener lugar una tarde de domingo me hacía sospechar que íbamos a estar en familia prácticamente, pero al final terminamos por reunirnos algo más de 80 espectadores que, aunque no pueda considerarse un gran éxito de taquilla, tampoco deja de ser una buena entrada, sobre todo considerando que tres días antes solo había una veintena y pico de personas en la sala de al lado viendo a María Guadaña. Todos salimos contentos de allí.
Un estruendo de platillos en la batería de Jorge Mesa fue la intro para Ser invisible, la primera de las quince canciones que Emmett fue desgranando durante una hora y cuarto. Esta era de su segundo disco, aquel Era inevitable que editaron hace ya cinco años, del que aún rescataron cinco canciones más. La segunda de la tarde fue Un fantasma, un satélite y yo, que formaba parte de su primer disco, el de título homónimo que apareció en 2014, del que hicieron tres más aquí. Demasiado tiempo sin canciones nuevas; era de esperar que en este concierto tuviesen algo más reciente que ofrecernos, desde que dejaron de lanzar grabaciones. Y así sucedió, dos canciones fueron estrenos absolutos: Nuestras rarezas y Mil pistolas; esta última desarrollada desde la letra que un fan de la banda, Víctor Palma, había esbozado con un poco de música hace algunos años. Aunque no es nueva, Emmett recuperó también Billy el Niño, una joyita bastante antigua que no figura en ninguno de sus discos. Y el setlist se completó con dos versiones perfectas y maravillosas, el Do it de The Sunday Drivers y el There is a light that never goes out de The Smiths, recreadas en castellano con los nombres, respectivamente, de Hazlo por ti y Hay una luz que nunca se va. La de los Smiths fue una unión tan perfecta de la guitarra de Alexis Campos y el sombrío lirismo de la voz de Ángel S. Guil, que por sí sola justificó todo el concierto.
Pero eso no significa que haga de menos las canciones propias del grupo, todo lo contrario, son dinámicas y convincentes y así lo corroboraron desde el principio las dos que mencioné antes, pero ¡Otro incendio más!, la tercera de las que hicieron, plasma bien a las claras el concepto, la idea de la música de Emmett, la que te acompaña cuando el tiempo se niega a transcurrir; por eso esas canciones intimaron tan perfectamente conmigo el domingo, acompañadas de tres vodkas con limón y ningún temor a las resacas tristes, como las de las últimas palabras de Billy el Niño, que hablaba de traición pero no te dabas cuenta de su amargura, embelesado en los acordes de la guitarra de Alex. Sumergidos en alcohol… desmontado el corazón… mil pistolas y un cuchillo… las canciones de Emmett pueden ser etílicas, sórdidas, lo que sí son es simplemente bellas; más ricas en componentes que las que ofrecen la mayor parte de las bandas locales.
Un montón de imágenes, referencias, situaciones, sueños, en las siguientes canciones, Tú… terrorista de usar y tirar… Despierta… soñar que tienes algún poder… estábamos viviendo un trance onírico y si el sol se apagaba nos guiaríamos por el sonido del teclado de Fran Rosado, que era una luz que nunca se va. Llevábamos un tramo de canciones repletas de una melancolía que se disipó confundida con los demás Restos del naufragio, en la canción que relajó la intensidad. Era el momento de escuchar Dos mil zumbidos… tenemos que soñar, que volar, que vivir, ¡que gritaaaaar!, el tiempo no nos esperará…
Nuestras rarezas no tienen por qué ser negativas, más bien funcionan como una extraña fuerza creativa que nos hace construir pequeñas maravillas, como en el caso de Ángel esta canción de ese título, que estrenaban aquí, de música fluida y etérea. Dos canciones más de su segundo disco: Busco y ¿Dónde están los monstruos?, con todos repitiendo una y otra vez su frase de todo tiene un final. Pero esto no lo tenía todavía, aunque solo fuese porque aún no os he dicho que el bajista era Luis A. Mendoza y porque Fran había dejado sonando unas sirenas festivas anunciadoras de que quedaba más tiempo que rebañar de la tarde. Hazlo por ti fue el primer bis y definitivamente Segundos fue un sedante inigualable para calmar los ánimos y ayudarme a tomar la decisión de que ya había que parar, que no podía seguir el cuelgue total de once conciertos en una semana… parar unos días… no demasiados…
Antes que ellos el escenario lo habían ocupado los madrileños Yogures de Coco. Estuvieron por encima de mis expectativas, aunque he de confesar que si estas no eran muy grandes sobre todo era debido al nombre tan feo que tiene la banda. Eran tres componentes, que anteriormente habían sido cuatro y ahora suplen la ausencia del otro con mucho material pregrabado. Técnicamente perfectos… uno de los músicos asistentes al concierto, de los que les gusta observar el movimiento de los que actúan, me dijo: quillo, yo he tocado con Placebo y no tenían tantas necesidades técnicas como tienen estos… y una gran capacidad para poner esa técnica al servicio de unas canciones dirigidas a un público muy concreto, ese que disfruta con entusiasmo de OBK y sabe tararear las canciones que sirven de sintonía a las series de jóvenes e institutos. Un perfil muy diferente al mío, aunque no por eso voy a dedicarles malas palabras de crítica; sobre todo porque su concierto tuvo tanto éxito que incluso les proporcionó una nueva fecha para volver a la sala como estrellas absolutas de la noche.
Foto de cabecera: David González, de La Filmahora
Fotos insertadas en el texto: Daniel Gata, de Sevilla Indie