María Guadaña. Sala X. 31 de marzo de 2022
Dos años y casi un mes han pasado desde que María Guadaña y su banda de Afiladores dieron su último concierto antes del estado de alarma aquí mismo, en la Sala X donde estaban de nuevo en la noche del jueves, ante bastante menos público que la vez anterior. Pues ellos, los que no vinieron, se lo perdieron, porque de todos los asistentes, los que ya éramos seguidores convencidos del poder de la Guadaña nos reafirmamos en nuestra creencia y los que venían a verla por primera vez, de los que en mi entorno había alguno, quedaron extasiados ante el alma, el corazón, las entrañas de esta mujer, trueno y murmullo, descarnada y suave, dominatrix del escenario y de nuestros sentidos.
Cuando entré en la sala ya llevaba unos segundos interpretando Caballero, una de las canciones de su disco Latidos y culebras, que es el que está presentando en esta gira. Nos lo cantó entero. Y lo mismo hizo con el disco anterior, Remedios paganos, el primero que lanzó. Tuvimos además una canción inédita y una versión de Violeta Parra, la de ¿Qué he sacado con quererte?, convertida aquí en una catarsis colectiva para la que María nos invitó a pensar en algo que nos tapone el alma: un dolor, una pena, un anhelo, lo convirtiésemos en una bola y lo lanzásemos lejos al grito de ay, ay, ay que compartimos con ella en la canción. Así es María, y aunque esta canción no fuese suya, esta noche la convirtió en el arquetipo de la naturaleza de sus interpretaciones, versos que se construyeron como la calma antes de la tormenta y luego estallaron en un salvaje grito coral.
Dos canciones de este, otras dos de aquel, dos más de este, dos más del otro; y así se fueron sucediendo Plañidera, Peregrino; Oxitocina interpretada hoy manteniendo los primeros acordes de su entrada durante más tiempo que en el disco, y haciendo que el teclado y la guitarra brillasen también más que en la versión grabada. Echamos de menos el saxo, sobre todo en momentos como los inicios de Preto e Imagina, aunque en esta última canción el teclado de Chavi Ontoria cumplió el trabajo de sustituirlo de manera sobresaliente y en la anterior la introducción, sin ese instrumento, fue una suerte de Harlem nocturno alargado también más que en el disco hasta que llegó la voz… yo solo te deseo todo lo que me has dado… para sacudirnos el corazón y perforarnos el alma.
Chavi en su trío de instrumentos de teclado y Nacho Pérez con su guitarra eléctrica fueron los capiteles historiados que sostenían las columnas compuestas por la batería de Rober García y, a falta de la habitual Mey, el bajo de Javi Vega –nos ha nacido un sevillano en el grupo, nos dijo María- que con solo un día de ensayo desde su propia casa reinó sobre el sistema de subgraves de la sala. María era la cariátide que cobró vida para bailar entonando un vals en el que volcaba sus sentimientos hacia el hijoputa que degustó su cuerpo sin pensar que ella también tenía corazón. Eso es lo que hizo en Trinidad, para ponerse más triste todavía en Al viento, la siguiente canción, con campanas fúnebres al inicio y al final, a las que hacía tañer el viento que se llevaba los recuerdos de los olores perfectos, la luz de los ojos de alguien querido…
La guitarra volvió a alargar la intro de La muerte, incluso por dos veces, porque María se daba cuenta de que la cruda emoción de la canción se estaba diluyendo en una interpretación que no estaba a su altura y la paró para recomenzarla, esta vez sí, de la forma mortífera requerida. Y esta vez sí que llegó también el momento de que Nacho nos dejase el mejor riff de la noche. Después María se abandonó a Preto, una de sus canciones más íntimas, rebosante de ternura y vulnerabilidad. Tras eso era necesaria la liberación, la purificación de pasiones que llegó con la canción de Violeta Parra.
Una vez sanada el alma, teníamos el cuerpo libre para festejarlo bailando con Imagina y Cuanta belleza, en los minutos más enérgicos y poderosos que marcaron el final del set. Cuando volvió María a salir lo hizo acompañada solamente de Chavi, que abrió con el suave y melancólico goteo de las teclas de su piano eléctrico una canción tan reciente que aún no está en ningún disco; una canción, Requiem, que quizás por haberse compuesto durante el encierro va sobre abrazar el vacío y enterrar el alma. Pero después salieron los demás músicos para un definitivo final esperanzador y optimista que ascendió desde el repiqueteo de palillos de Rober… uán chú trí… hasta el estruendo de Amanece alimaña.
Cada concierto de Maria Guadaña se siente tan personal como el anterior y como seguro que también el siguiente. Los que asistimos a ellos no podemos evitar perdernos en su mundo cuando ella nos invita a entrar y nos devuelve todo lo que le entregamos, multiplicado por diez. El de María es un mundo en el que perderse, claro que sí. La alegría y la profundidad de sus interpretaciones no se pueden experimentar completamente a través de los altavoces de un móvil o un ordenador, ni siquiera de un buen equipo de sonido; porque es admirable cómo ella siempre nos da toda su esencia desde un escenario.
