Iman Kandoussi. Fundación Tres Culturas. 24 de junio de 2021
Fue deslumbrante la segunda noche del Festival de las Tres Culturas, en el que la grandísima cantante marroquí Iman Kandoussi nos propuso un viaje a través de la música, que comenzó y terminó en su país natal y fue pasando por Argelia y Túnez, con recuerdos para Egipto y Libia, países todos ellos donde la música andalusí todavía se conserva como una música tradicional y clásica. Para deslumbrarnos con sus nubas y canciones tradicionales convertidas en largas y bellas suites, en las que la música tenía muchas veces tanta, o incluso más, importancia que su voz, se hizo acompañar en sus interpretaciones por tres grandes maestros: Youssef El Mezghildi, tocando un kanoun, que es una de las muchas formas del salterio, parecido al que acompañó a Ana Alcaide la noche anterior, un instrumento de cuerda pulsada de la música tradicional del Medio Oriente; también por Fathi Ben Yakoub, que hizo sonar su violín de forma tan virtuosa que muchas veces me recordó a Jascha Heifetz por la enorme carga emocional de sus interpretaciones, sobre todo en la magnífica introducción que hizo para Ya Nass, sus ritmos rápidos y un soberbio control del arco; y Mouhssine Koraichi, con unas percusiones tan discretas como efectivas.
La ubicación del festival, en el jardín andalusí del Pabellón Hassam II, que aunque sea un lugar moderno y no esté arraigado a la historia, hace que sea perfecta para una noche como la de ayer, en la que Iman recibió a la luna llena con melodías que fueron memorizadas por generaciones y preservadas por artistas como ella. Es curioso como la canción con la que abrió el concierto, Naubat Al Istihlal, me recordó por su ritmo, parecido al de una canción de coro como La Tarara, a una canción sefardí más que a una andalusí; sin embargo era una nuba muy clásica de la tradición marroquí, lo que nos vuelve a recordar la hermandad entre los tres estilos musicales de este festival. A esta le siguió otra nuba más, Gharibat Al Hussain, perfecta en este momento de la caída del día, porque según el manuscrito de al-Haík, la hora ideal para interpretarla es la del crepúsculo.
La tradición musical andalusí fue adquiriendo diversos nombres según el país en que se establecía; así en Marruecos le llaman ala al conjunto de las nubas que se conservan, de la misma forma en que en Argelia le llaman gharnati y en Tunez y Libia tiene el nombre de maaluf. De cada una de estas tradiciones Iman fue extrayendo dos muestras, por lo que después de las marroquíes que acababa de interpretar, las siguientes fueron otras dos, esta vez de la tradición gharnati argelina, Ah Ya Mokabil / Imchi Ya Rasoul, una especie de suspiro de amor femenino, y la mucho más interesante El Bulbul, que podemos traducir como el ruiseñor, y que Imán introdujo leyéndonos un poema, primero en su idioma árabe original y después traducido a nuestra lengua, de Ibn Arabi, un poeta murciano, del siglo XII, que hablaba del amor y de cómo su corazón aceptaba a todas las formas religiosas. Habría que escuchar mucho más al pasado, porque lo necesitamos para el presente y el futuro.
Las odas a la profundidad histórica de toda esta región del Magreb continuaron con dos piezas de la tradición maaluf que se conserva en Túnez y Libia. De ella Iman extrajo dos modos árabes, el primero, Mina nawa, que habla precisamente de cómo los modos nos afectan según sea el que escuchemos. Este primero era bastante alegre a pesar de que hablaba de la profunda melancolía que a veces sentimos; el segundo, Ya Nass, que Iman nos tradujo como ay mi gente, me han ocurrido curiosidades, hablaba de la añoranza, de la familia, de los amados, y lo unieron a otra canción de la mítica Umm Kalzum, llamada algo así como Al país del amado llévame, que era del mismo contexto que la anterior, a pesar de ser egipcia.
Las moaxajas son composiciones poéticas, por eso me dejó un poco fuera de lugar que la siguiente pieza, presentada como tal, que se llamaba Muniati, algo así como Mis deseos, fuese un instrumental en el que Iman no participó. Aunque se desquitó en la siguiente, la llamada Jadaka Alghaytho, una moaxaja de Ibn al-Jatib, poeta del siglo XIV que nació en la localidad granadina de Loja y murió exiliado en Fez, desde donde describió la belleza de los jardines de Al-Andalus y la añoranza por su gente de Granada en estos versos, anoche recuperados.
Ya sea que una artista esté improvisando, componiendo o cantando sus canciones, la música es una declaración de sí misma. Esto se hizo evidente anoche en el concierto de Iman Kandoussi, en cuanto comenzó a interpretar canciones tradicionales de Tetuán, su ciudad natal, desde la que sus raíces la hicieron crecer para formarla como la gran cantante e investigadora que ahora es. Por eso desde este momento hasta el final de la velada nuestra emociones se reavivaron con piezas como Habek El Kamar, que Iman nos tradujo como Te ha querido la luna llena; una canción del cantaor, violinista y compositor marroquí Abdessadek Chekara, que ella convirtió en una sinfonía de diecisiete minutos, en la que me recordaba a María del Mar Bonet en las ocasiones en que interpretaba las estrofas, y en los estribillos la acompañaban con palmas y zaghareet, el grito que lanzan las mujeres árabes, las que anoche estaban en la zona en la que yo estaba sentado, que eran numerosas. A ellas me dirigí cuando terminó el concierto para preguntarles qué era y qué significaba ese canto que desde sus asientos le dirigieron a Imán y sus músicos al término de esta pieza, en un momento muy emotivo y precioso. Me contaron que era un símbolo marroquí, algo parecido a una bendición; el canto lleva en su letra el nombre de dios y del profeta, algo similar a un deseo de que la paz sea con todos, un tributo que ellas rindieron a los músicos.
Después siguió la fiesta con Amoulati, que significa Mi señora, otro de los cantos tradicionales de Tetuán, con el que se puso al concierto el punto final, que en realidad resultó ser un punto y seguido, porque Imán y sus tres compañeros volvieron a salir al escenario para terminar con otra pieza que ya estaba fuera de programa, Dor biha ya chibani, que las amables chicas magrebíes me dijeron que significaba gira alrededor del viejito, y hablaba de como una persona mayor debe cuidar a la más joven para sembrar afecto y que esta le cuide después a él de forma recíproca. Es una canción muy célebre del patrimonio cultural marroquí, con muchas versiones, últimamente de intérpretes muy jóvenes, según me contaron también.
Y así terminó una gran noche, en la que Iman Kandoussi hizo un excelente trabajo dándole este giro global al sonido tradicional de su tierra, con el gran avance creativo que significa la exploración de su herencia marroquí para mostrárnosla con todo su trasfondo a los oyentes occidentales, educados en otra clase de sonidos. Nos cautivó con su poderosa voz y sus vibrantes interpretaciones. Anoche Iman consiguió vincular sus variadas influencias culturales y musicales en una declaración personal muy coherente y atractiva.
