Pájaro. CEIP Concepcion de Estevarena. 25 de mayo de 2022
He escrito ya tantas veces sobre los conciertos de Pájaro que no tenía previsto caer en la redundancia escribiendo sobre el de anoche, pero es que fue tan especial y vimos en él a un Ángel Sánchez tan lleno de la vida que el linfoma se empeña en regatearle en un juego de ruleta, del que nuestro querido amigo va a resultar vencedor sin dudarlo, que me he sentado al ordenador para dejar unas notas que, si bien no serán muy largas, espero que reflejen el sentimiento que nos causó el sonido de su trompeta erizando al viento y cómo el agua de las lágrimas saltadas evitaba que se nos quemase el alma, escuchándolo, viéndolo allí sentado en su banqueta en el rincón, saludando discreta y levemente a los aplausos que la gente de Alcosa le dedicaba una y otra vez durante esta fiesta con la que se celebraban los cincuenta años que hace desde su construcción.
Ángel fue la estrella de más brillo en una galaxia en la que el astro mayor era Andrés Herrera, tempestuoso y voluble, con la voz quebrada cada vez que recordaba algún momento de sus vivencias en el barrio o de su primera juventud en el colegio Concepción de Estevarena, donde estaba situado el escenario desde el que se dirigía a sus convecinos y amigos e incondicionales de toda la ciudad; el de más cegador brillo era Raúl Fernández, vecino antiguo también de este barrio, testigo de cómo besaba a su primera novieta en la esquina de los comerciales donde ahora está el bar La Bolera, y al que anoche le devolvía con agradecimiento unos solos de guitarra que habían arrebatado la intensidad al azul del cielo en su crepúsculo, ennegrecido luego sin esa luz; unos solos que ya quisiesen escuchar las masas de espectadores de los conciertos de Wilco. Un astro tronante era Antonio Lomas, redoblando a golpes el swing, sentado, de pie, cabalgando en surf sobre olas de forma natural; Ricky Candelas, con su bajo de color rojo que contradice su militancia bética en redes sociales y barras de bar, y Paco Lamato, en la tercera guitarra, eran los cuerpos celestes que siempre aparecían orbitando entre los otros, la fuerza gravitatoria que mantenía unida la galaxia.
Después de unos acordes iniciales, a todos nos estalló el corazón porque desde su rincón comenzamos a escuchar las notas de la trompeta de Ángel, introduciendo Corre chacal corre, sobreponiéndose a todo, incluso a que su físico no le responda a lo que le pide el alma. Andrés tampoco fundió bien las Lágrimas de plata con las que empezó a cantar, pero el repiqueteo inicial de su guitarra en Sagrario y Sacramento quizás le calmó los nervios que le anudaban la garganta y al final de la canción estaba totalmente entonado. A veces las cosas cuestan, confesó al terminarla, y de todos los sitios en los que habré tocado en mi vida, el sitio donde más miedo y más alegría me da tocar es en mi barrio. Y continuó dedicándole Los callados a todo ese barrio.
Ángel seguía poniendo bellas pinceladas de trompeta en canciones que no las tienen en las versiones del disco, como es el caso de esta que ahora interpretaban y la que le enlazaron después de arreglar unos problemas de monitores que no empañaron un sonido prácticamente perfecto durante todo el concierto; era Santa Leone, grabada con la corneta del Kini, redoblada esta noche en directo con la pasión de la trompeta de Ángel. A Silvio le dedicó Andrés la canción que entre los dos robaron a Eddie Cochran para dar Tres(cientos) pasos al cielo y sentirse en él con el primer grandísimo solo de guitarra de esta noche; la gloria, allá arriba, se arremolinó y el espíritu de Duanne Allman se estremecía arrebatado por lo que le escuchaba a Raúl. Viene con mei, Bajo el sol de medianoche y Perché marcaron un trecho de suavidad, amor y fraseos finos de la guitarra de Andrés, que precedieron a la dedicatoria de la siguiente canción al padre Castro, el párroco del barrio, que muchas veces aparecía también por este colegio… qué tío tan grande; para que los comunistas le pusieran una plaza a un franciscano ya tuvo que ser un tío legal… una canción que no tenía más remedio que ser esta…
…tres golpes de caja y todo fue sonar esa guitarra del Pájaro, que se asemeja a las cornetas de una banda de semana santa, con los primeros acordes de Rezaré, para que todo el público estallase en un ole como el que lanzan las multitudes que se agolpan ante una levantá del palio de cualquiera de Ellas: Amargura, Merced, Estrella, Patrocinio, Regla, Candelaria, Refugio, Angustias, Encarnación, Dulce Nombre, Macarena, Trianera, la O que todos repetidamente corearon con él… Antonio siguió golpeando su batería, que sonaba como una locomotora avanzando y enganchó a toda la banda a la vez. Bueno, menos a Andrés que, si antes se había puesto a citar vírgenes en un orden equivocado, ahora iba a su aire tocando los primeros acordes de Apocalipsis hasta que Raúl le dijo al oído que ese no era el camino a la Costa Ballena, que estaban tocando todos los demás. La felicidad suele descentrar a la gente.
De Luces rojas se llenó el puente que los llevó a la locura de batería y al segundo gran, enorme, infinito, solo de Raúl, continuando en un larguísimo y bello Apocalipsis a mayor gloria de Ángel, que hizo hervir la cadencia de la música y quemó todos los relojes con su trompeta, deteniendo los segundos, desmigajándonos el corazón, haciéndonos creer en los milagros; los silbidos de Andrés al final fueron un gran alivio a la tensión. Y ya, todos juntos, A galopar hasta el final; que llegó sin que nadie quisiera recibirlo.
