Sagrista. Sala X. 21 de abril de 2022
A Robert Fripp le pitarían los oídos sin duda alguna durante la noche del pasado jueves mientras José María Sagrista extraía de su guitarra el grandioso solo de la canción Creíamos, la segunda de las que interpretó en la Sala X durante la presentación del disco que ha grabado con su nueva reinvención, Sagrista, al que da título La senda de los elefantes, la canción que lo abre y con la que también inició este concierto.
Y digo esto de Robert Fripp porque aunque en el disco las canciones tengan el sonido distintivo de José María, en directo este es todavía más acusado porque él se deja llevar de otra forma. En el disco, grabado con bastante calma en su propio estudio de Punta Paloma, él lo controló y tocó prácticamente todo, recibiendo la ayuda instrumental de algunos músicos esporádicos, conocidos y compañeros suyos, que pasaban por el estudio a grabar sus cosas o a los que José María les pedía alguna colaboración concreta. En directo cuenta mucho el feeling momentáneo del intérprete, el impulso que le lleva a manejar su instrumento de la forma en la que ese sentimiento le dicta. Y cuando sobre el escenario hay cinco músicos interactuando entre sí, recibiendo cada uno el feedback de los demás, las emociones se arremolinan, los recuerdos brotan en ti, los dedos se mueven por la cuerdas dibujando aquella melodía que estás rememorando inconscientemente y sobre el fondo que pusieron los demás músicos que acompañaban a José María comenzó a flotar el airecillo del Starless crimsoniano… y ahí lo tienes: una de las melodías favoritas de su vida, sin ser ella misma la que sonase, empapando de una forma bellísima la interpretación de una de sus canciones más personales, siendo la luz que, como canta al final, le permite encontrar el rastro entre la niebla. La canción comienza diciendo creíamos que todo pasaba sin rozarnos, pero no es así, claro, y lo que escuchamos durante nuestra vida nos marca. Y nos guía en momentos como este, inmersos en el interior de la música, como estaba Sagrista entonces.
Una, dos, tres ráfagas del teclado de Neil Armstrong; tres notas entre ellas. Otra ráfaga más, y una quinta; un temblor del violín de María de Grandi, mantenido en los próximos segundos. Sobre la atmósfera que se estaba creando comenzaron a asomar unas notas de la guitarra de Sagrista. Los platillos de la batería de Marcos Gamero y el bajo de Pablo Cadenas hicieron aumentar la tensión. Y Sagrista empezó a darle velocidad a los dedos sobre sus cuerdas, María deslizó más rápidamente el arco sobre las suyas, Marcos ejecutó un redoble sobre su batería y ya, todos juntos, empezaron a recorrer La senda de los elefantes. Sagrista recitó más que cantó, en una fantasía onírica de la que los aplausos que se iniciaron ocho minutos después intentaron despertarles. Pero María no lo permitió; su violín se impuso a la ovación, que no tuvo más remedio que doblegarse para dejar el camino expedito de nuevo a la voz de Sagrista… creíamos que el mundo pasaba sin rozarnos…
Llevábamos ya un cuarto de hora de concierto y estábamos ante una fusión perfecta de instrumentos; Neil aumentaba la potencia de fuego y la generosidad sonora general; Sagrista y María, sus interpretaciones de violín esenciales y emocionantes, transmitían un sonido orgánico en un proceso hermosísimo, con una gran libertad para explorar en medio de los episodios de llamada y respuesta de alto octanaje que representaban los esfuerzos solistas del teclado de Neil. Marcos subía la apuesta con polirritmias arremolinadas y Pablo generaba los fundamentos de empuje del sonido, que era cristalino. Nadie diría que esta banda se ha conjuntado así en tres o cuatro ensayos y dos conciertos de prueba en pequeños recintos playeros, antes de subirse por primera vez al escenario de una gran sala como esta. La respuesta del público ha sido pobre, sin embargo; pero ya aburre quejarse de eso.
La tensión se rompió cuando Sagrista paró Hay una canción tras unos fraseos de guitarra porque se le había olvidado encender el aparatito que llevaba al oído. Ninguna meditación de ensueño se resiste a una carcajada. Pero de nuevo volvieron a brillar la reflexión de su voz y la pasión colectiva del grupo… hay una canción que se va sonando, hay como un rumor que sigue cantando, que me arrastra dentro… que nos arrastró a todos dentro, de nuevo; podía parecer que flotábamos, como los personajes de la siguiente canción, El viaje, dejándonos llevar, empujando nuestras mentes, volando con la guitarra de Sagrista, poseído ahora por el espíritu de David Gilmour en el solo de Nubes negras, una canción que no es del disco presentado, sino de años atrás, pero recuperada porque otra vez se siente pesimista como cuando la compuso; no aprendemos nada.
Camaleón marcó un apreciable cambio de registro. El sonido se hizo más distendido, más exuberante, con la interacción de los instrumentos más increíble aún; jazz-rock fusion de gran altura; el grito que se escuchó al final fue el mío liberando la energía contenida. El blues lento e instrumental que comienza siendo De Tarifa al cielo nos vino muy bien para contener y encauzar de nuevo las emociones; aunque cuando se transformó en algo parecido al Wish you were here de nuevo comenzaron a aparecer las escarpias sobre nuestra piel. That days es una canción de la que José María compuso la letra cantándola en espanglish, pero María le puso una letra en inglés de manera apropiada y aunque en el disco la canta él, esta noche quien lo hizo fue Neil, puro sentimiento; con cada uno de ellos llevando la música más allá de los límites creativos.
Entre el público había muchas caras conocidas de la escena sevillana más antigua. Y dos de ellas eran la de Manuel Imán y Pepe Begines, a los que José María invitó a subir al escenario. Su guitarra eléctrica pasó a manos de Manuel, cogiendo él una acústica, mientras Pepe se quedó de pie ante el micro. Para no haber ensayado siquiera este Podría llover, del que José María les había pasado un esbozo la noche antes, el dúo vocal de él mismo con Pepe no se resintió demasiado de falta de sentimiento, aunque lo cantase casi todo su autor y al estribillo le acompañásemos al final los que estábamos en la sala. Pepe justificó mejor su presencia cuando después decidieron meterse con el Red, purple and blue de Silvio, que gracias al duelo improvisado por Manuel en la guitarra y María en el violín resultó ser la mejor interpretación que haya escuchado nunca de esta canción.
A José María le hubiese gustado contar también con Kiko Veneno como invitado para la canción que siguió, Alta tensión, porque la letra es suya; pero Kiko estaba inmerso en los ensayos y pulido de su concierto de la noche siguiente en el Lope de Vega y no pudo estar presente. La banda recuperó el equilibrio de antes de las dos canciones últimas y mantuvo la capacidad de separar cada instrumento y conservar la extracción de todos los detalles de esta Alta tensión y de la que llegó después, Madre mía la filosofía, en la que brilló especialmente el teclado de Neil abriéndole paso al inmenso solo, una vez más, de José María, previo a la presentación de todos los demás, uno por uno dejándose sentir varios segundos de manera elegante cuando se escuchaba su nombre. Después de una nueva lucha con el cable de su auricular, que hizo que José María casi se desnudase buscándoselo mientras Pablo, divertido, le animaba desgranando con su bajo notas del You can leave your hat on, el bis consistió en la recreación del Montañas doradas con innegable emoción, en una versión mejorada sobre la del disco.
Profundidad y calidad en este grupo que lleva el apellido de su conductor, Sagrista. Se ha encontrado José María con una bendición al unir a músicos de tanto talento, tan ricos en sus solos y en su unión; un vehículo perfecto para sus canciones, que él además sabe usar con gran ventaja. Con ellos esta noche José María estuvo muy sólido; buscando, encontrando, empujando y luego volando sobre todos ellos. No vimos a una leyenda de la escena sevillana de los 80 a punto de retirarse, sino a un contendiente vital en esta dura batalla actual, con casi medio siglo adicional de seriedad detrás de sus notas, que sigue con gran valentía exploratoria y las habilidades intactas para enfrentarse cara a cara con el presente musical, aunque este le plante una mirada torva.
