Gu Vo + Hidden Forces Trío. Sala Hollander. 5 de marzo de 2022
Hacía ya bastante tiempo que no me pasaba por la sala Hollander y tenía ganas de volver a disfrutar de un concierto en ella. Por eso el pasado sábado, aunque tenía otros compromisos por otras salas -había trece conciertos en Sevilla ese día- opté por los sonidos que encontraría aquí, donde además escucharía por primera vez las piezas que componen el disco de Gu Vo, que han editado recientemente a través del sello sevillano Sentencia Records, cuyas cabezas más visibles, Borja Díaz y Marco Serrato se encargaron también de abrir la noche, unidos a Pedro Rojas-Ogáyar, que esta vez fue el tercer vértice de Hidden Forces Trío.
El trío de fuerzas ocultas quedaba, pues, compuesto por Borja a la batería, Marco al contrabajo y Pedro, al que ya conocíamos de tocar la guitarra en bandas como Proyecto Ocnos, Larsen C & the Millenials, Molar y La Mugre, entre otras, variando de ese modo su formación habitual, en la que hoy teníamos las cuerdas de este último en vez de los vientos de Tavo Domínguez. Sin embargo, en los cuarenta minutos de pura improvisación que nos ofrecieron se mantuvo el equilibrio de espontaneidad y contrariedad que les mantiene frescos desde hace ya una década aproximadamente. A lo largo de ese tiempo fusionaron apasionadamente su entusiasmo por el jazz con el virtuosismo vertiginoso y el lirismo muscular de otras veces, sustituyendo la gama tonal que aportaba Tavo por los acordes discordantes más cáusticos y abstractos de Pedro. La música se aceleraba a veces a través de pasajes intensos, aguijoneados por la guitarra y me daba la impresión de que era la batería la que ponía plomo a las alas de esa guitarra y la hacía descender de nuevo al suelo. Cuando, por el contrario, había momentos cercanos al silencio, eran las disonancias del contrabajo las que lo rompían, en medio de golpes de batería poco convencionales.
Puede que no volvamos a escuchar de nuevo a Hidden Forces Trío con esta formación, pero la música que les escuchamos esta noche fue tan fascinante y convincente como cuando están juntos los tres músicos que tan bien se conocen entre ellos, aunque aquí, con un componente nuevo, tuviesen que desdibujar la música de una forma más intuitiva. Desconozco donde tenían el límite entre composición e improvisación, aunque creo que no me equivocaría mucho si dijese que esta última era casi un cien por ciento; qué era libertad y qué era estructura. Pero aunque todo el concierto tuviese lugar dentro de un marco estructural complejo, lo cierto es que la improvisación fue una rueda libre que nos llevó por delante a todos los que nos quedamos en las primeras filas para escucharlos atentamente.
Después el escenario lo ocuparon los tres componentes de Gu Vo: detrás del todo, Edu Escobar a la batería; a la izquierda Raúl Burrueco con el bajo y una inmensa pedalera; y a la derecha Alejandro Ruíz, al que difícilmente podemos llamar teclista porque los sintes que tenía en su set apenas tendrían tres o cuatro teclas, siendo potenciómetros todo lo demás, multitud de botones que manejar. Precisamente subiendo algunos de ellos para crear un ominoso ruido grave dio comienzo el concierto. Ese inicio lo rompió el bajo, al que siguieron las notas planeadoras de un sintetizador y el ritmo de la batería, que se unió al bajo para mantener un ritmo motorik clásico, que asentó la línea matriz en la que se desarrollaría gran parte del concierto. Lo que sonaba era The landing, la pieza que abre también su disco recién estrenado, muy años 80, aunque más fluida que las que escuchábamos en las sobrecargadas supersesiones de entonces.
Siguieron la línea temporal del disco con Bullit, pisando el acelerador un poco más y acentuando la extraña amalgama de eurobeat, a la que empezábamos a acostumbrarnos cuando se paró de golpe, antes siquiera de dos minutos de galope. Con Little lizard mantuvieron la tensión, continuaron en la línea de desarrollar el lenguaje clásico de bandas como Kraftwerk, Can, Amon Düül y sus hipnóticas propiedades, sus posibilidades de texturas ilimitadas. El arsenal de motivos sonoros, riffs y melodías era un tronco consumido por una hoguera furiosa, que hubiese tomado un sendero predecible si Gu Vo no lo corta sabiamente con la pieza siguiente, Tuunbaq, con un sonido más completo que enfatizó la rítmica incomparable que la banda nos estaba ofreciendo.
Los sonidos cósmicos se hicieron todavía más meditativos en Ocean duplicates. Alejandro había dejado de… iba a decir cantar, pero en realidad lo que hacía era lanzar palabras y frases cortas, tratadas electrónicamente, y ahora Gu Vo nos recordaba a los Can de después de haberlos abandonado su vocalista, Damo Suzuki. Cada uno de los tres músicos parecía tener total libertad para explorar su propio camino, pero los tres se dirigían hacia el mismo horizonte, unidos en su esfuerzo por romper el más allá. Eso llevó a algunos momentos emocionantes de intersección en los caminos, como cuando en Rise from your grave se unieron en un ritmo tenso, con la batería, el bajo y los sintetizadores superpuestos, de forma que cuando alguno de ellos, o incluso la voz de Alejandro, de nuevo de vuelta, parecía estar tomando las riendas, eso solo servía para incitar a los otros; ahora seguían siendo Can, pero la banda del Tago Mago, devueltos a la vida, rugiendo al doble de velocidad.
En Mud, los ritmos de fondo sueltos de batería, de platillos, poderosamente precisos, hacían difícil reconocer que proviniesen de un ser humano real como Edu. Fue una pieza para sumergirte profundamente en ella o lanzarte a un movimiento convulso, como hicieron algunos de los que estaban en las filas más cercanas al escenario. El nuevo descenso fue una recompensa. USG Ischimura fue una interpretación profundamente emotiva; los patrones extraños de batería y las líneas de bajo la investían de una intensidad dramática. Quizás esta pieza fue la más larga e informe de todas las que hicieron, el flujo libre de instrumentación fue abrumador, sobre todo para los que prefiriesen el kosmische más digerible con el que comenzaron el concierto; pero las cabezas devotas que nos rendimos a la marea, emergimos de ella con una sola frase en mente: quiero más.
Y más nos dieron con el Crab ball gate con que terminaron, uniendo en ella las dos corrientes, el maravilloso ostinato electrónico de su principio y el cambio de acorde que iluminó el camino. De la caja de Edu llovía napalm, el bajo de Raúl escupía fuego de ametralladora, los sintetizadores de Alejandro deliraban. El tiempo se deslizaba hacia adelante a 160 bpm, a tal velocidad que se había encontrado a sí mismo en un bucle y de nuevo estábamos como al principio de la noche, con Gu Vo convertidos en Hidden Forces Trío, en una sugerencia abierta de hacia donde puede ir la música cuando no está sujeta a un conjunto de reglas.