Stefano Saletti & la Banda Ikona. Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. 9 de febrero de 2023
Todos los melómanos haríamos muy bien en aprendernos el camino de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. Allí rara es la semana en la que no se celebra un concierto que te levanta el ánimo y te descubre una música diferente del rock y el pop que escuchas habitualmente. Yo voy siempre que puedo y más allá del nombre de los artistas de cada velada y de la clase de música que interpretan no sé más de ellos. Y normalmente me encuentro con sorpresas agradabilísimas como la de anoche, con Stefano Saletti & la Banda Ikona, propiciado por la colaboración de Araceli Míguez, su fantástica programadora, y el Instituto Italiano de Cultura.
También sabéis que yo no soy nada partidario de las parrafadas entre canciones. Claro, que siempre hay excepciones, como cuando es un concierto en solitario de Santiago Auserón, con su ingenio y retranca o, como ayer, convierten el concierto en algo mejor. Porque cada intervención de Stefano entre una y otra canción, en un italiano de palabras muy fáciles y bien elegidas, que podíamos entender casi a la perfección, fue como una pequeña clase magistral sobre la cultura, la música, la historia y las leyendas del Mediterráneo y los países que lo rodean. Y a cada uno de los baños de sabiduría seguía una pieza musical, con las que dio forma a un abanico ecléctico y colorido, lleno de sonidos árabes, sefardíes, balcánicos, españoles; canciones de bellas melodías que nos recordaron el poder que la gente normal puede oponer al poder opresor, ya sea del gobierno, del entorno social o de la propia familia, y el poder cohesivo de la música, maravillosamente construida e interpretada por un quinteto en el que además de Stefano a la segunda voz y tocando con destreza el oud, el bouzouki y la guitarra española, estaban Gabriele Coen, al clarinete, el saxo soprano y la flauta; Mario Rivera, al bajo acústico; Giovanni Lo Cascio, a las percusiones de -básicamente- pandereta y cajón y la preciosa voz solista de Gabriella Aiello.
Anima de Moundo fue la canción con la que comenzaron el concierto; la que abre también su último disco, Mediterraneo Ostinato, con el que han conseguido innumerables premios en el ámbito de la World Music. La cantaron en sabir, la antigua lengua del Mediterráneo que Stefano ha rescatado del olvido; la lengua de toda la gente que poblaba el Mediterráneo: marineros, pescadores, estibadores italianos, franceses, españoles; mezcla de todas ellas. Star la louna, la siguiente, tenía su letra en sefardí y sonaba maravillosamente en la voz de Gabriella, para pasar después a las claras notas del saxo de Gabriele. Tercera canción y tercer idioma; Canterrante la interpretaron en italiano, para transmitirnos directamente el significado de los versos de Pier Paolo Pasolini sobre el fenómeno de la migración y la profunda brecha entre las dos orillas del Mediterráneo: Alí, cruzando el mar en la noche negra, con los ojos llenos de miedo, aferrados a la luz de la luna como una pequeña antorcha de esperanza. La sensibilidad de Gabriella en su canto, intensa, me recordó a Amalia Rodrigues, y no solo en esta ocasión.
Mediterraneo Ostinato, la que da título a la obra completa, fue la siguiente canción, a dúo entre Gabriella y Stefano, con las dos voces perfectamente audibles y discernibles debido al contraste de sus tesituras. Un homenaje a los pueblos mediterráneos, testarudos, fuertes, antiguos y resistentes; obstinados como la repetición en la música que se convierte en trance y ritual para disfrutar; como la identidad de un Sur generoso que se defiende del pensamiento único dominante y de una homogeneización cultural, social, económica y política que ha producido graves marginaciones y una brecha cada vez mayor entre riqueza y pobreza. Nos habló Stefano después de Rosa Balistreri, una cantante siciliana que escribió Ninna nanna di la guerra, una tristísima nana que cantaba una madre acunando en su regazo a su hijo mientras veía partir a su marido a la guerra, sabiendo que no volvería a casa. Aquí la llevaron al terreno tradicional egipcio de Umm Kulthum, a quien Stéfano definió como la reina, la más grande de todas las cantantes del Medio Oriente. Escuchamos llorar al bouzouki. Y cuando Gabriella comenzó a cantar, suavemente, notamos como el alma se nos serenaba. Fue una canción enormemente intensa, el símbolo del lamento mediterráneo.
Antes de la siguiente canción comenzamos a escuchar rumores de mar, de oleaje en calma, ruidos, radios, voces, espacios sonoros; todo evocaba a Lampedusa, la ciudad frontera, el primer puerto que se encuentran los emigrantes africanos. Era la introducción de Lampedusa andata, una oración sobre el mar de Lampedusa cantada en swahili. La esperanza de una vida nueva confiada al mar: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… Baba yetu, yetu uliye… conmovedora en su sencillez. Al otro lado, pero cercana al Mediterráneo está Portugal, y en ese país, está también una de sus ciudades más antiguas, Azinhaga, en la que nació José Saramago. La canción que llevaba por título el nombre de esa ciudad fue un sentido homenaje al poeta que creció en ella. Siguió Hija mía mi querida, una historia tradicional sefardita, de la España de la Edad Media, sobre una chica a la que su padre quería desposar a la fuerza y ella decide huir echándose a la mar …hija mía mi querida, no te eches a la mar, que la mar esta enfurecida, mira que te va llevar… porque prefería que el Mediterráneo la engullese para salvarla del amor que no quería. En realidad, una metáfora de la España de 1492. Cuando la muy católica España expulsó a los extranjeros de su territorio y comenzó la diáspora de los judíos sefardíes, llena de violencia para millones de personas: judíos y árabes unidos por un mismo destino. Una de las muchas heridas entre Oriente y Occidente. Pero después de tanta tristeza acumulada llegó el proverbio del modo de vida de los gitanos: cuando uno se siente triste y no sabe qué hacer, solo puede hacer una cosa, bailar. Y esto es a lo que dio lugar la siguiente canción, Balar tzigana, interpretada en sabir y rumano… baila toda la tarde, hasta tu último aliento, y el alma se salvará… alegres percusiones, ritmo de bajo marcado, clarinete y oud en duelo a ver quién levantaba el ánimo más arriba. Uno de los mejores momentos de la noche.
Las historias tradicionales sobre matrimonios concertados tuvieron una segunda parte con Moucha mía. Esta vez la historia era tradicional de Calabria y hablaba de un padre que no quería que su hijo se casase con la mujer que había elegido porque no era calabresa. Stefano hizo un paralelismo con la intransigencia actual de Rusia con respecto a Ucrania. La guerra salió a colación. En la presentación de Cantar, la siguiente pieza, Stefano nos contó la historia de un amigo bosnio que le decía que tenía 120 años, porque en su vida había visto tanto dolor y desesperación que por cada uno de nuestros años de vida él había vivido seis. Stefano compuso esta canción para mostrarnos que podemos olvidar el dolor durante algunos momentos al cantar.
Y el final fue dedicado a España. Con una de las canciones de la guerra civil, de la España oprimida por el franquismo como Italia lo estuvo por el fascismo; batallando por la libertad, ahora y siempre, porque el de la libertad es un sentimiento tan inmenso como el propio Mediterráneo. Se despidieron con El ejército del Ebro –ay Carmela, ay Carmela-, la canción más simbólica de las fuerzas republicanas del Frente Popular. Entonada de forma muy dulce al principio, tomó tintes klezmer a medida que avanzaba, como para trazar un nexo entre la derrota del Frente Popular y el Holocausto judío.
Alrededor de este mar, como en ninguna otra parte del mundo, los pueblos y las razas se han fusionado y mezclado durante siglos, dando vida a las múltiples culturas del Mediterráneo. Hoy, por desgracia, es una frontera líquida que separa un norte rico de los países vecinos cuyas poblaciones viven en condiciones de pobreza o bajo regímenes de los que quieren escapar. El Mediterráneo debe volver a ser un mar para compartir y no para separar, incluso para aquellos pueblos que miran directamente a sus orillas. Este es el sentimiento que anima a la Banda Ikona, el deseo de reconectar las distintas orillas a través de la búsqueda de un lenguaje musical común. ¿Podemos buscar un vínculo histórico, cultural, humano entre esas orillas del Mare Nostrum? Eso es lo que hicieron anoche Stefano Saletti y su banda en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. Y yo estuve allí para verlo y escucharlo. Y disfrutarlo.
