Suso Díaz & The Appaloosas. Cosmo’s Factory Club. 18 de marzo de 2023
El concierto del sábado de Suso Díaz & The Appaloosas en el Cosmo’s Factory Club de Las Cabezas era especial para él y para mí. Yo tenía muchas ganas de volver allí de nuevo, porque en lo que va de año todavía no lo había hecho y en este bar se saborea la música en vivo como en ningún otro lugar. Y para Suso era especial, muy especial, porque después de que las circunstancias le hubieran obligado a dar los últimos conciertos con el acompañamiento de los Tangerine Flavours que, aunque son también una grata y eficaz compañía no es lo mismo que cantar con sus amigos de siempre, volvía a un escenario respaldado por The Appaloosas. Aunque no por todos ellos, en realidad, porque faltaba Jaime Hortelano; pero a cambio, dio un paso adelante Elena Poza, la última incorporación a la banda, que se estrenó aquí mismo el año pasado, ya sin los miedos de entonces, haciéndose cargo de una segunda guitarra en algunas ocasiones, además de los teclados y afinando en unos hermosos coros con una voz de una tesitura completamente diferente a la grave de Suso, por lo que se complementaban perfectamente; incluso tomó la iniciativa cantando algunos solos en Appaloosas, la primera canción que editó la banda, hace unos cinco años, que les servía como estupenda carta de presentación; la felicidad solo es real cuando es compartida, escuchamos en su letra, y Suso nos lo había recordado ya desde el inicio del concierto.
En cuanto apareció en el escenario, respaldado por Elena, por Paco Jacome al bajo y por Antonio Oviedo, aka Ovi, a la batería, Suso comenzó a desgranar suaves acordes en su guitarra mientras nos reconocía que tocar aquí es como tocar en familia, por eso vienen. Y esta vez presentando un disco nuevo -que pronto dejará de serlo, porque ya tienen otro casi preparado-, aunque iban a hacer un poquito de todo, repartido en dos pases, el primero más reflexivo y el segundo dejando fluir el rock and roll de forma más diligente. Y dicho y hecho, comenzó en un tono que basculaba entre el Springsteen más sombrío y el Elliott Murphy más elegante, con la primera canción sacada de Love, Loneliness & Conclussions, el mencionado disco, que fue Nobody Calls, de versos bastante oscuros, como casi todos los de las piezas que hay en él… Hay una parte de mí bajo sospecha, viviendo con el eco de mí mismo… cajas de pizza llenas de colillas de cigarrillos, no hay nadie aquí, nadie llama… realmente tenía razón Suso cuando hablaba de que este disco está repleto de canciones foscas, umbrías; canciones para enamorar, por eso continuó con Love… a veces el sufrimiento parece ser la droga más adictiva… este no es un juego para tres…
Con Song to Elizabeth hicieron un inciso en este disco para pasar al anterior, a Nomad Tribes, y la interpretaron de una manera sutil, con la presencia estoica de Suso contrastando con su poderosa entrega vocal, haciéndola fluir de forma diferente a como sonaba en el disco, cambiando incluso la parte de la armónica de allí por el primer gran solo de guitarra de aquí. Es imposible aislar a Suso Díaz & The Appaloosas en un nicho musical concreto; country rock, rock sureño, blues rock, rock a secas, todos están ahí; a veces las influencias brillan de forma independiente, otras veces se fusionan en un sonido radiante que cambia el género, que es el sello distintivo de la música americana. En la siguiente canción, con la que volvieron otra vez al último disco, incluso los cambios se apreciaron dentro de ella. Suso nos dijo que la escribió cuando pasaba una época chunga, de esas en las que hay que tomarse una pastillita para sentirse mejor, pero luego llegan los amigos, Elena, Paco, Ovi y todo se arregló; por eso la canción, Riverside, comienza tan intimista y termina tan desbocada. El concierto comenzaba a convertirse en un portento.
Cuentan los más viejos del lugar que antes salían las mejores canciones en unos discos pequeñitos que se llamaban singles; tenían dos caras, la A, que era en la que ponían la canción bonita, y la B que era donde metían la canción que se quedaba en el olvido. Aunque siempre había gente tan peculiar como Suso, al que le gustaban más las caras B que las A de los singles de algunos artistas, como era el caso de Bruce Springsteen, y por eso él también quiso componer una canción de las que sirven para poblar la otra cara del single. Esa fue Jinglin´Around y es la que siguió aquí, después de decir Suso que era su favorita del disco que estaban presentando; algo que en aquel momento me creí, pero comencé a dudarlo cuando en el segundo pase dijo lo mismo de Hollywood. La interpretación de Jinglin’ Around fue conmovedora en tono y detalle. El aire se estaba espesando, la banda se sentía en casa, Suso cogió la armónica, Elena se acercó todo lo que pudo al micro, y convirtieron Appaloosas en una pieza de rock artesanal que causó sensación.
Tras ella, para sacudirse el marasmo, Suso se volvió a su banda y les gritó: hagamos como si The Band hubiera montado una escuela de pago… y en New Year’s Eve, Suso dejó de ser Suso para convertirse en Robbie Robertson, Paco dejó de ser Paco para convertirse en Rick Danko y Ovi dejó de ser Ovi para convertirse en Levon Helm; para suerte de todos, Elena siguió siendo ella misma. Todo se llenó de armonías vocales irregulares pero dulces, tan férvidas como un trago de bourbon. Bad moon town, la canción siguiente, no sabía Suso donde meterla. La compuso hace tiempo, pero no encajaba en este disco. Tiene que buscarle acomodo en otro, esta canción no puede quedarse solamente para los conciertos. Con ella terminó el primer pase; el ritmo de la batería era consistente y empujaba la canción, el bajo apuntalaba el empuje, la guitarra vibrante tiraba de ella hacia abajo; pero el equilibrio era perfecto.
Y si terminaron el primer pase con una canción inédita, el segundo lo comenzaron con otra de ellas, Spin Around; esta, un estreno total, porque hasta esta noche nunca la habían tocado más que en el local de ensayo. Resultó ser una balada áspera, con sabor al mismo bourbon de antes, pero después del tercer trago. Recordaron luego a los Dawes, con una canción, All your favorite bands, que habla sobre dos personas que rompen, pero manteniendo el buen rollo, por eso una le desea a la otra algo tan precioso como que todas tus bandas favoritas se mantengan unidas siempre. Con ella nos sacudieron hasta la médula, contagiados por el espíritu de la canción, que propiciaba un ambiente de celebración cuando el trasfondo era de tristeza.
Suso escribe unas letras excelentes, primorosas, y en este disco están las mejores que ha escrito. Installment Plan es una de ellas. Suso vivía de tocar la guitarra, pero llegó la pandemia y se tuvo que poner a trabajar de lo que había estudiado; no era tan feliz, pero pudo comprarse a plazos el amplificador Fender que usaba, además de otras cosas. De eso iba esta canción, de que cuando te dedicas a una cosa que no es la que realmente quieres, son tus sueños los que pones a plazos. A estas alturas del concierto no había nada imposible para esta gente; una de sus canciones más difíciles es Devil’s Den y al comenzarla, mi posición en primera fila, a menos de dos metros de Suso, me permitió escuchar cómo dudaba al volver la cara hacia los demás y decirles: a ver cómo defendemos esto entre cuatro. Pensé que quizás ahora íbamos a echar en falta a Jaime, pero no fue así; es más, en esta canción tuvimos el mejor solo de guitarra de toda la noche. The Streets Where You Used to Live demostró que esas calles a las que la canción se refiere podían ser perfectamente las de Laurel Canyon de hace 40 o 50 años, justo de donde podría venir una banda como esta, criados desde pequeñitos con vecinos como Benmont Tench, Tom Petty y Chris Robinson. Suso y los Appaloosas nos ofrecieron una veta del rock suave de los 70 con acentos de folk y country, con unos ritmos sedosos que olían a tarde de sol en el sur de California, guiados por una guitarra tersa y virtuosa; escuchándola uno no sabría muy bien si la banda favorita de esta gente del escenario era The Band o The Eagles.
La canción elegida para seguir no pudo ser más acertada: Hollywood. Llamada así porque fue allí donde Suso la terminó de escribir. Si en el disco tiene un compás suave, esta noche lo sublimaron para acariciarnos con ella. Aprovechando el vaivén de las mecidas, solo había que avivarlas más para que se convirtiesen en bailoteo con Broken Bones, la canción que cuando Suso y los Appaloosas la sacaron como single les dijo la crítica madrileña que se habían vuelto ochenteros. En realidad no deja de ser cierto que Ovi le imprimía un ritmo motorik desde la batería, haciendo de esta canción una anomalía, pero los solos de guitarra y las armonías vocales seguían llevando el rock en su corazón. Tampoco vamos ahora a recriminarles nada; precisamente Dawes, una de sus bandas de cabecera, a la que aquí incluso recordaron con la versión que os dije antes, ya metieron en su Passwords sintetizadores al estilo de los años 80. Llegábamos a la recta final con una canción que resume toda la vida de Suso y los Appaloosas, toda la vida de los que hacen música en directo, toda la vida… otro día sobre cuatro ruedas, tan lejos de casa, donde la bendición de tu madre no puede protegerte de la tormenta; viviendo como tribus nómadas… era Nomad Tribes la canción que siguió.
La despedida, los bises, ya fueron una fiesta total. El Frankie’s Gun! de The Felice Brothers tenía un tono gospel, pero no del que cantan los negros en las iglesias, sino con un estilo de gospel de Texas como el de Band of Heathens. Así y todo, los presentes nos pusimos a cantar como si fuésemos feligreses de una de esas iglesias mencionadas, pero muchísimo más desafinados. No creo que un coro de sha na na nas haya sonado nunca de una manera tan borrachuza, pero tan festiva. Y alargando con solos e improvisaciones esa joya de The Band que es The Weight, dieron por finalizado el concierto. Después de casi dos horas tocando, apenas eran las diez y pico de la noche; quedaba todavía mucho tiempo para beber y celebrar lo que habíamos presenciado.
