The Donelles. Sala X. 7 de diciembre de 2022
Los conciertos de The Donelles siempre son un agradable viaje a través de la música. Desde los años 40 a los 70, e incluso con alguna incursión posterior, recordamos grandes clásicos del swing, el rock and roll, el rhythm & blues, el soul, los sonidos de Philadelphia y de la Motown. Las tres cantantes, Litta Wheel, Elita Falcon y Laura Jam se convierten en las Ikettes, las Raelettes, las Marvelettes, las Shangri-Las, las Vandellas, las Sweet Inspirations, las Three Degrees, incluso las Bangles. La sección rítmica que las acompaña no tiene demasiado que envidiar a la que componían Earl Young y Ronnie Baker a la batería y el bajo porque Roque Torralva y Leo Aranda llevan varias décadas arropando de forma tan potente como sutil cualquier interpretación vocal que escolten. Y aunque nunca esté de más una buena guitarra eléctrica, como vimos también cuando se subió al escenario Sergio Freire, en las interpretaciones de The Donelles no la echamos a faltar porque el teclado de Santi Ruiz lo llena todo, construyendo unas armonías sólidas y llamativas con una habilidad tal que me hizo recordar también aquellos grandes momentos vividos en 1993 en A Coruña. Allí presencié las exhibiciones de Booker T. Jones acompañando a Neil Young y de Brian Auger acompañando a Eric Burdon; la cabeza se me fue al primero cuando Santi lanzó las notas de Green onions y al segundo cuando acompañó las voces de las chicas en She’s not there, ya casi al final de la velada, que nos tuvo gritando y bailando casi dos horas.
Una pequeña introducción instrumental desembocó en el Hound dog para empezar con energía rockera, suavizada después con un Smokey Joe’s sacado de la oscuridad original con la que la cantaban Candy & The Kisses, otro trío femenino como las Donelles, para presentarla luminosa y llena de ritmo contagioso. Después de una salida en falso de Roque, que se fue para Detroit en vez de para Liverpool, la Sala X se llenó del ambiente de una noche como la de aquel día cuando comenzó a sonar A hard day’s night, con Laura inmensa en los agudos. Unas suaves notas de teclado y un redoble de batería la encadenaron al Jimmy Mack de las Vandellas; el soul más selecto transmitido con energía a la audiencia de una sala prácticamente llena, latiendo de un lado a otro. Para el Shop around de Smokey Robinson cambiaron el sexo del personaje que busca y compara, buscando algo mejor, siendo ellas las que no se iban a conformar uniéndose a cualquier tío. Las voces altas de las Donelles sonaron perfectas, tanto la solista de Laura como todas a la vez, capaces de mostrar ternura y potencia bruta, a veces al mismo tiempo. Una interpretación brillante. Como lo fue la posterior del I’m blue de Sweet Inspirations, con la voz solista bajando una octava, hasta convertirse en un raspado ronco.
La noche fue muy especial y llena de invitados. La primera colaboración estelar fue la de Antonio Márquez al saxo, del que Lita dijo que acababa de llegar de New Orleans, donde había estado tocando con las Dixie Cups; no sé si sería verdad o no, pero de serlo seguro que no hubiese desentonado, por cómo sopló en el Let’s twist again y después hizo palpitar Tintarella di luna, convertida en rock and roll del más genuino. Todavía siguió Antonio una canción más, a la que se unió el siguiente invitado, o invitada, o invitade, que no sé muy bien como definir el género de Carlos Llano, aka Carletta. Juntos se pasaron al blues añejo con St. Louis blues, sustituyendo la atmósfera jazzy de Bessie Smith por la otra más pop que le dio Brenda Lee, añadiéndole alegres coritos de doo-whop a la voz solista de Lita. Luego Aquarius fue uno de los momentos álgidos y además no recuerdo otros seis segundos más emocionantes en los últimos conciertos que los que hubo entre el redoble de cierre de esta canción y el inicio de Let the sunshine in, con estribillo generalizado dirigido por Lita, en el que tuve ocasión de desbarrar y desafinar a tope; espero no aparecer en las imágenes del video que estaba filmando la operadora que andaba entre nosotros, en la primera fila. Hasta ahora Carletta solo había actuado como chica del coro, sin sobresalir, pero en Hit the road Jack se convirtió en la cantante estelar, luciendo modos de Ray Charles mientras las tres estrellas de la noche pasaban a ser las Raelettes.
Papel estelar de nuevo para ellas, ahora unas Velvelettes haciendo He was really sayin’ somethin’ con la batería potenciada por las percusiones de José Luis Alías, el tercer invitado de la noche, que se situó en un rincón del escenario, casi oculto tras dos enormes congas, que sonaron casi en primer plano en el posterior Fuck you y luego en el Cool Jerk de los Capitols, traído al terreno de las Go-Go’s incluso con las líneas de bajo iniciales que hacía Kathy Valentine, replicadas aquí por Leo. Después de eso las chicas se fueron al camerino a cambiarse de trajes y ellos se quedaron dándonos a probar las doce capas de las cebollas verdes más famosas de las progresiones de acordes del blues de ese número de compases.
De vuelta al escenario, ahora fueron las Marvelettes para el Please, mr. postman, demostrando que son brillantes tanto con las canciones icónicas como con las más oscuras, que era el caso de la siguiente, Tut tut tut tut, la canción de la francesa Gillian Hills a la que le dio una segunda vida la serie de Gambito de dama. Brenda Lee -con su cara de papa frita, según Lita- volvió a asomarse a nuestro recuerdo cuando hicieron su Dynamite acompañadas por el violín de Fátima Caballero, la nueva invitada al concierto, que le dio un contrapunto dulce a las cabalgadas vocales de las chicas y un aire de desconsuelo a I’m sorry, con Elita dando varios pasos hacia atrás, alejándose del micro y aún así sonando perfecta en su lamento vocal. El último invitado que quedaba por aparecer fue Sergio Freire, al que ya mencioné al principio y que había ocupado una semana antes ese mismo escenario, presentando Siete pecados, su propio disco; él puso la voz y la guitarra solista situando el I got a woman de Ray Charles a una distancia media del gospel y el blues, para terminarla como solía hacerlo el rey Elvis. Después homenajearon juntos a la recientemente fallecida Christine McVie con The chain, la canción más country del Rumours de Fleetwood Mac, más cercana esta noche a la balada de hard rock por la forma de cantarla Sergio, que luego estuvo genial también en el solo de guitarra al que le llevó Leo con otra brillante línea de bajo.
Todavía se vinieron mas adelante en el tiempo, situándose a mediados de los 80 con Walk like an egyptian, el primer gran éxito de las Bangles. Ese fue el inicio de la recta final, que siguió con la fuerza mágica que surge cuando se activa el interruptor de los Beatles. Ahora fue con Help, suave al principio con el teclado de Santi y la voz de Lita. El primero siguió emulando a Bach mientras las voces de Elita y Laura subían desde la nada para unirse a la de Lita en una estructura armónica perfecta para la melodía del órgano, el verso y el estribillo. Una cadencia que subió un par de puntos en el She’s not there de los Zombies, varios más en We are family, presentación de la banda incluida, con pequeños solos de cada uno de los tres instrumentistas, y se desató del todo con el Love train, acelerando a los O’Jays en un bis que, en realidad, continuó tras la canción anterior sin dar tiempo a perder ni un solo latido del pulso que manteníamos.
Las chicas Donelles se mostraron en las voces tan portentosas como siempre que las he visto, convirtiendo las canciones más enérgicas en algo arrollador, impetuoso como el tren de la última pieza y dándole a las más serenas una dulzura que nunca fue empalagosa. Las Donelles tienen unas tesituras vocales increíbles y las recreaciones de todas las canciones que nos hicieron tuvieron siempre una capacidad maravillosa para retrotraernos a una época y a un ambiente que echamos de menos de vez en cuando, porque siempre hay sitio para los clásicos que fueron la banda sonora de nuestros primeros pasos por la música. Espectaculares en su forma de cantar, capaces de llegar de una forma increíble a cualquier nota que se proponían, por muy alta que esta fuese, mantuvieron constantemente un control total sobre la interpretación, ya fuese transfiguradas en las Vandellas, las Sister Sleedge, o cualquiera de los grupos de chicas que nombré en el primer párrafo, o cuando alguna de ellas, cualquiera que fuese de las tres, tomaba la voz solista para recrear la forma en la que Karen Carpenter cantaba el Help beatleliano o Kathy Sledge rompía la melodía familiar con su pasión. Deslumbrantes.
