The Last Internationale. Sala X. 7 de diciembre de 2021
La larga intro con las peroratas filosóficas y críticas de GZA en forma de profundo rap no nos preparó para lo que vino después. Sonaron los platillos de la batería que apenas intuíamos entre el humo del escenario y un bajo y una guitarra comenzaron una cadena de acordes pesados que bien podrían habernos llevado a pensar que estábamos antes unos Cream llenos de anfetas. Pero no era así, en el bajo lo que había era una mujer y rápidamente se hizo notar; en cuanto comenzó a cantar… You walk around with your head in the ground, you talking loud but don’t make a sound… hablas fuerte pero no emites ningún sonido… gritaba ella sobre el estruendo y vaya si el grupo emitía sonidos, ensordecedores… can you hear me?, nos preguntaba repetidamente mientras cantaba… como para no oírla… apasionada, rezumando convicción en cada frase.
Con Killing fields comenzaron The Last Internationale un concierto feroz, desmedido, colosal. A esta primera descarga unieron Life, Liberty and the pursuit of indian blood con ella, Delila Paz, repitiendo constantemente esa palabra: blood, blood, blood… quemaremos las calles, le arrebataremos el poder a los ricos para devolvérselo a los pobres… y ellos estaban devolviéndonos todo el duro y maravilloso sonido del rock que la pandemia nos había arrebatado. Aquí estábamos otra vez; con las mascarillas puestas, pero de nuevo de pie, moviéndonos al compás de una brutal carga de decibelios que nos envolvía y hacía crujir nuestros propios huesos, después de dos locos o putos años, que no llegué a entender muy bien si dijo freaking o fucking ella más tarde, antes de ponerse con Wanted man… pero eso llegaría bastante después, lo que llegó en este momento fue el primer gran solo de la guitarra de Edgey Pires para encadenar, sin solución de continuidad, la tercera hostia a nuestros sentidos, Mind ain’t free, esa canción que habla de romper las cadenas de tus pies para saltar y bailar al ritmo que te marca la música; esa canción que llegó justo en el momento oportuno.
Cuando después interpretaron Fire, ese fuego al que cantaba Delila ya nos consumía; ya casi nos daba lo mismo que alargasen esta todo lo que quisieran o que empezaran con la que todos esperábamos, estábamos totalmente entregados a ellos. Pero justo ahí de nuevo, en el momento oportuno también esta llegó, Wanted man, comenzada con un simple rasgueo de guitarra y alargada para que todos descargásemos adrenalina gritando con ellos uuuuh uuuuh, mientras Edgey se enredaba en otro solo deformado por un diabólico pedal de efectos que lo entrecortaba. Intenso Edgey. Intensos los tres.
Había que parar, Delila estaba sufriendo. Un ratito antes nos había dicho que estaba perdiendo la voz, porque en la gira por España y Portugal, que terminaba precisamente esta noche, estaba pasando mucho frío cuando después del calor del escenario se bajaba de él para sostener charlas con la gente que había ido a los conciertos. Pero estaba contenta de poder darlos de nuevo… ya sabéis, después de dos locos, putos años. Ahí fue cuando cambió de registro, cuando recordó que tiene a Nina Simone en su mente cuando canta, como nos dice en la canción que comenzó a regalarnos, Soul on fire, en la que la letra también recuerda a Coltrane, a Jimi, a Janis, a Ray Charles; y lo que era un intenso diluvio se transformó en un leve rocío cayendo en la tiniebla. Delila soltó el bajo, pidió un chupito de whisky para entonar el cuerpo y la voz y se bajó del escenario, se mezcló entre nosotros, se sentó allí en medio de todos los que le mirábamos embobados y comenzó a glorificar el A change is gonna come de Sam Cooke con el único acompañamiento de la guitarra de Edgey. Apenas dos o tres espectadores de las siete decenas que había en la Sala X se resistieron a compartir con ella el momento tierno, en el que la estrella dejó de ser inaccesible. A mi pesar, yo fui uno de esos, e incluso ella me pidió unirme a los del suelo, pero mi maltrecha rodilla me ata últimamente a las banquetas que amablemente me ceden en todas las salas para pasar los conciertos sentado.
Cuando volvió a subir al escenario no cogió el bajo de nuevo, se quedó con el micro en la mano para entonar Hit em with your blues, mientras Miguel, el chaval portugués que durante todo el tiempo de antes les atendía en los cambios de instrumentos, de púas, de cables enredados, se alzó del polvo del rincón con un fantástico Stratocaster para compartir sección rítmica con Eloy Casagrande, que por si antes no hubiésemos notado que es la bestia que se sienta tras la batería de Sepultura, ahora se empeñó en hacerse presente y el final de percusión que le metió a la canción fue salvaje. Quizás quiso dejarnos los oídos embotados para escuchar de otra forma, de la necesaria para meternos entre el feedback de Edgey acercando su guitarra al ampli. Fue el pistoletazo… no, el cañonazo distorsionado de salida para el blues más pesado y raro que hayamos escuchado en mucho tiempo, Hard times. Y en su final fue de nuevo Eloy protagonista, su batería aún más salvaje que antes, cascada de truenos que reverberaban en nuestras cabezas.
Sé que Miguel llegó al final del concierto sudando, con el torso desnudo, sacándole graves a su bajo, y no recuerdo muy bien si antes de eso, en la fantástica 1968, Delila recuperó su instrumento de nuevo; pero sí tengo clarísimo el final de lujuria animal que nos brindó, gritando una y otra vez freedom, freedom, como hubiese hecho Aretha Franklin en su Think de haber sido la cantante de una banda metalera en vez de una diva del soul. El final estaba llegando, pero Delila todavía quería darnos la oportunidad de tenerla cercana una vez más y en 5th world se bajó del escenario de nuevo para estar entre nosotros, para bailar y acercarnos el microfono, mientras los otros tres alargaban la instrumentación para convertir el momento en eterno. Pero nunca la eternidad nos pareció tan fugaz y tuvimos que volver a la calle. En la que, no sé si por raro capricho del tiempo otoñal o por obra y gracia de The Last Internationale, hacía mucho menos frío que cuando entrábamos antes a la sala.
