Trinidá. Long Rock. 3 de febrero de 2022
A nosotros nos pilla lejísimos en el espacio y en el tiempo el New York de los años 70, pero los que viviesen allí por entonces y entrasen alguna noche en aquel garito llamado The Scene y viesen allí a Johnny Jenkins o Jimi Hendrix, seguramente tendrían una sensación similar a la que tuvieron todos los que entraron anoche al Long Rock y vieron en directo por primera vez a Nacho Collado extrayendo acordes increíbles de sus guitarras, mientras le respaldaban Alfonso Espadero al bajo y Fernando Reina en la batería. Una trinidad de músicos que se hacen llamar justo así… bueno, más o menos… Trinidá.
La máquina del tiempo comenzó a rodar para los empedernidos rockeros que nos juntamos allí en la forma de un gran puñado de canciones que contenían los sonidos familiares que alimentaron, en décadas pasadas, recovecos de la adolescencia, primerizos tímidos pasos por el lado oscuro de la ciudad, o simplemente ensoñaciones hoy ya sepultadas por el cemento de la realidad, pero que de vez en cuando vuelven a aparecer y todavía te puedes estremecer tibiamente al contacto del blues-rock. Esta posibilidad de búsqueda del tiempo perdido aparece cada vez que una banda como Trinidá vuelve a aparecer también para darnos uno de sus potentes conciertos. Como ocurrió anoche.
Cuando comenzaron, interpretando Try, ni ellos ni nosotros habíamos entrado todavía en calor. Pero ese inicio, aún frío, sirvió para que el otro Nacho, el que estaba en los controles, afinase del todo el sonido difícil de un bar con tantos claros entre los espectadores y un equipo limitado, y los tres tipos que estaban sobre el escenario, con el rock en su alma y el diablo en sus dedos, desbordaran el simple recuerdo de ese tiempo perdido o el descubrimiento de los sonidos del pasado, para convertirse en pocos minutos en una máquina de rock and roll en sus formas más puras. Y cuando empezaron a tocar Ten shots ya no hubo vuelta atrás.
Si a Gary Moore lo revestimos de la elegancia de Robert Cray nos podemos hacer una idea de cómo sonó la guitarra de Nacho en esa canción. En momentos como este es cuando más luce el sonido de Trinidá; cuando el trío trasciende más allá de las notas musicales que dan forma a las versiones que interpretan. Claro que sí, las canciones ajenas que revisan son buenísimas, son grandísimas… Let it bleed y Happy, de los Stones; el Get back beatleliano, el Stop draggin’ around, de Lenny Kravitz; otros clásicos que Hendrix llevó a su terreno, como el Rock me baby de B. B. King o el Wild Thing de los Troggs, que ellos aliñan con la sal del Vicious y la pimienta del Louie, Louie; la desbocada Manic depression y el animado While I sing the blues, con el que nos recordaron que B. B. King era también el rey del boogie; y además lo hicieron en un momento muy apropiado, justo cuando terminaron el referido Ten shots, como diciendo: pues eso tan cool que os hemos ofrecido lo hemos aprendido del que tocaba esto otro…
Cuando tengan más canciones compuestas de las ocho que interpretan ahora y puedan prescindir de la mayoría de las versiones, apreciaremos de verdad las vibraciones con que Trinidá es capaz de sacudirnos durante un concierto entero, porque son capaces de pisar cualquier terreno con firmeza: el del rock lento y de peso, con el soberbio Honey B., el de la hiper sensibilidad de los primeros tiempos de Fleetwood Mac, con el grandioso Black little birds; luego Sweet girl tuvo una cabalgada guitarrera, totalmente hard rock, que la batería de Fernando no fue capaz de tapar por mucho empeño que puso en correr tras ella; por eso había que seguir con algo más sereno, y lo hicieron con Since you came to me, con muchos aires de los Faces. Antes he mencionado que tocaron dos canciones de los Stones y lo hicieron emparedando entre ellas su propio Jim & Jinx, y así fueron capaces de mantenernos saboreando el placer stoniano durante un cuarto de hora con ese trío de maravillas, porque la interpretación de la suya no desmereció de la de las otras dos. Y Boogie nights, para reflejar que cualquier noche de rock no puede ser mejor que esta.
Trinidá lo dio todo en el escenario; jugando con el tipo de pasión que ciega a los espectadores que tenían delante. Cada toque de guitarra estuvo perfectamente ejecutado y Nacho exprimió hasta la última gota de emoción en su gran serie de solos impecables. Tampoco hay duda del poder de la sección rítmica; Alfonso y Fernando cambiaban el ritmo del blues al funk, y al revés cuando convenía, con una maestría musical muy refinada. Puede que nos engañe su apariencia limpia, pero hay una gran profundidad en las habilidades y el alma de estos tres tipos, que desde hace muchos años forman parte, por separado, de la historia musical de nuestra ciudad. Eso es lo que pasa con los verdaderos maestros, se fusionan con su música, están en ella, son uno con sus instrumentos. Y eso es lo que ha ocurrido cuando se han unido para formar Trinidá.
