El Twanguero. Sala X. 23 de septiembre de 2021
Anoche en la Sala X un artista nos ofreció un viaje musical, más que un concierto, contándonos su vida a través de la música que salía de las seis cuerdas de una guitarra española Ramírez. Su voz apenas la usó para cantar, pero nos contó vivencias personales que terminaban con la vieja oposición entre verdad y fábula, que estrecharon los noventa y cinco minutos que estuvo sobre el escenario hasta la breve distancia de un suspiro. El Twanguero sabe y cuenta; y cuando calla es su guitarra la que llena la noche desnuda de palabras.
No hay nada más bello que lo que nunca he tenido; Serrat se refería a Lucía pero como su poesía es universal también podemos aplicar el verso a la versión con la que Diego García, el Twanguero, comenzó anoche: una Just like a woman como no habíamos tenido nunca, dulce como el sollozo en la nevada de García Lorca, enlazada al Green eyed girl para marcar el inicio de esta parada sevillana de la gira que ya termina hoy en Madrid, a la que ha bautizado como La gran remontada, porque tenía que ponerse al día de los conciertos que había perdido durante la pandemia.
El primer año de ese tiempo que no pudo tocar de ciudad en ciudad lo pasó viviendo en su barco, flotando en aguas de California, echando tanto de menos a España que volvió a tocar la guitarra española, que es con la que se acompaña en su gira actual, con una mezcla de nostalgia y del recuerdo al olor de la infancia que le transmitía el tacto de una cuerda de nylon. Harto de todo, se fue después con ella a la jungla de Costa Rica, a donde piensa volver dentro de pocos días, para grabar un disco, el segundo volumen de sus Carreteras secundarias, del que comenzó a desgranarnos piezas con La leyenda del cañaveral, inspirada en los pájaros, que le marcaron cuál era el acorde de la selva, para continuar con La samba de la jungla, un homenaje a esta, su ofrenda a los árboles en forma de música, por lo que le dieron, la madera maravillosa de la guitarra que tenía en sus manos. Diego nos contó que la primera vez que había visto la selva fue de forma mental, en una ceremonia de ayahuasca a la que le invitaron a tocar durante tres días; decía que cuando tomó esta bebida la primera visión que tuvo fue el sonido y el olor de la jungla, que le inspiraron este homenaje cuando vivía en Topanga. Después, cuando llegó físicamente a ella lo reconoció por el sonido de las chicharras, que bajaron su volumen cuando consiguió desentrañar la tonalidad de la jungla.
Durante el tiempo que pasó en el barco, Diego aprovechó para tocar mucho y para tratar de encontrar para qué había nacido él. Descubrió que es para contar historias a través de la guitarra, sin el uso de la palabra; y la primera canción que le salió fue la Balada para un náufrago que interpretó a continuación, transmitiéndonos con ella la inseguridad y el miedo que tenía en aquellos inciertos momentos, y aun así no lo hacía de forma triste, atisbando incluso la esperanza en los acordes finales. La soledad que estaba pasando le inspiró la pieza siguiente, Jaguar, el animal que se le había aparecido también en la ceremonia de la ayahuasca ayudándole con su llanto a tomar conciencia del daño que le estamos haciendo al medio ambiente. La figura del jaguar representa la fuerza, el misticismo, la noche, también la soledad, y está presente en toda América, desde Arizona a la Patagonia, por eso este tema es una mezcla de varios estilos americanos: milonga, música brasileira, caribeña, mexicana… incluso intuimos aquí las únicas notas de ese twang que le da su sobrenombre, aunque la guitarra no fuese eléctrica.
Después de estos apuntes del que será el segundo volumen de Carreteras secundarias, llegó el momento de recuperar la música del primero. Nos contó que ese disco salió de un viaje que hizo a Chicago intentando encontrar el rastro de la guitarra, que después de haber nacido en Almería llegó a América desde el puerto de Palos. Allí encontró el blues y un mes después vio que Nashville era como Sevilla o Jerez pero con cowboys, que llegaban a ser cansinos a todas horas con su característico sonido de country acelerado, que después de tanto escucharlo le hizo soñar con la melodía que da título al disco: Carreteras secundarias. Recuperó de él también el Spanish rag que Diego una vez improvisase durante la entrevista que en una emisora de radio de Los Ángeles le hizo un periodista que tras preguntarle por el tipo de música que tocaba no se creía que existiese un ragtime de sabor ibérico, lejano al que nació en New Orleans. La aceleración final que le imprimió al tema contrastó abrumadoramente con el sosiego del resplandor de Fields of America que le siguió, trasluz seguro de la luz versátil que veía en los paisajes de esas carreteras secundarias, campos de alfalfa y de trigo que semejaban mares, interpretada con un regusto a Mark Knopfler incluso superior al del The man’s too strong de Dire Straits que versionó más tarde.
Esa sección de versiones comenzó con Mr. Sandman, interpretada de una forma grandiosa y desconocida en su parte final, tocando a la vez los bajos, los acordes y la melodía en la forma en que solía hacerlo Chet Atkins, uno de sus grandes ídolos y maestros. Luego, con la versión citada de Dire Straits fue cuando por fin le escuchamos cantar, después de más de una hora sobre el escenario. Lo hizo también en el Mystery train que le siguió, al que devolvió la forma de blues de Memphis que le había arrebatado Elvis en su versión rockabilly y a nosotros nos es tan familiar por el descosido que le hacía Silvio cuando la pillaba de forma recurrente en todos sus conciertos. En Guitarra dímelo tú recitó la letra más que cantarla. Esta versión, que cantó Bunbury en la versión que se grabó con su guitarra, es un original de Ataualpha Yupanqui que surgió de cuando El Cigala le pidió hacer juntos un disco de música argentina y Diego investigó en los textos de Martín Fierro, en la música del Cono Sur, en las coplas de los gauchos como esta de anoche, que puso el punto final al set.
Pero El Twanguero volvió. Y lo hizo para dejarnos El camino, otra de las piezas del primer volumen de Carreteras secundarias, perfecto para una catarsis colectiva, y el viejo Blue smoke de Merle Travis que también echaba el cierre definitivo al mencionado disco, con sus ricas progresiones armónicas. Cualquiera que ame la música hubiese disfrutado anoche como todos los que llegamos a llenar algo más de la mitad de la sala, que contaba ya con todo el aforo de asientos permitido.