Vulk + Percha + Monda Formoto. Sala X. 29 de abril de 2022
Hacía tanto tiempo que no teníamos conciertos punkarras llenos de empujones y tralla de esa que te agujerea el tímpano, que hasta había caído en el olvido la terminología que usábamos para referirnos a ellos. Escribí apenas un par de renglones en las redes sociales poco después de salir de la Sala X, diciendo que lo que habíamos tenido había sido bronca de la güena y tuve comentarios alarmados preguntando qué había pasado. Nada malo, les tuve que decir para tranquilizarlos, lo que pasó es que desde que Percha ocupó el escenario, en su primer concierto en nuestra ciudad, y María comenzó a gritar en el micro una y otra vez, a toda hostia, átame en la cama y métemela dentrooo; fóllame, fóllame, fóllameee, la sala se puso patas arriba y ya no hubo manera de ponerla de nuevo patas abajo, porque después Vulk demostraron ser los que mandan en la casa del post punk y aplastaron cualquier atisbo de distensión sensorial que pudiera producirse en esta noche de sensaciones fuertes.
Una noche, no obstante, que comenzó muy al ralentí; demasiado. A la hora en que tenía que comenzar el set de Monda Formoto solo estábamos cuatro personas en la sala. Se imponía pues un poco de retraso para que la gente fuese animando la entrada, pero aunque para los conciertos de Percha y Vulk la sala ya se llenó en sus tres cuartas partes, los primeros sonidos electrónicos que salieron del escenario apenas los escuchamos media docena de espectadores. Y es una pena, porque la primera ráfaga de Monda Formoto, sin previo aviso, que ocho o diez segundos después empezó a martillearnos con los golpes sincopados de bombo, fueron trepidantes, cargados de enervantes vibraciones.
Poco a poco fue llegando más gente, a la que le era imposible no moverse con lo que escuchaba. El aspecto visual de Monda Formoto es el de un anónimo personaje, con el cuerpo prácticamente tapado por su consola electrónica y la cara semi oculta por un pañuelo, del que sabemos que se mueve en el entorno de Andalucía Über Alles, anteriormente con el grupo Culebra y ahora con Urbex. Y de su faceta sonora que, moviéndose en directo con sintetizadores, sin ordenador, es capaz de sacar unas piezas, de las que apenas tienen nombre algunas de ellas, como Never trust a cop, Genocide o F.a.s.t., que combinan ritmos ásperos con otros que, si no más delicados, una palabra de difícil encaje en lo que sonaba, menos maquinales. A veces se atrevía a emitir una voz que apenas nos resultaba audible entre las ráfagas de la programación de ritmos rápidos que parecían alargarse muchas veces antes de convertirse en un ruido abstracto de disonancias punzantes. Habrá que estar atento a sus próximas apariciones, que este inicio ha sido prometedor.
Antes del concierto de esta noche, Pecha solamente habían tocado en el Anunnaki’s Club de Aracena, por lo que, como dije antes, este era su estreno en Sevilla. Pero nada de dudas, porque sus tres componentes tienen ya un pedigrí de tal brillo que sin haberlos escuchado siquiera, porque todavía no tienen en circulación nada grabado, los de Vulk les habían pedido abrir para ellos y nosotros mismos, los de Sevilla Disonante, les habíamos pedido también que abran la noche del concierto de Hickoids en julio.
¡Qué pasaa!, suavemente, fue lo único que dijo María Relator antes de los cuatro toques de baqueta sobre baqueta de Jaime Neria que fueron la señal para empezar a triturar todos los disparatados elementos que dan forma a su música. El bajo de la propia María y la batería de Jaime establecieron una base dura y compacta sobre la que empezó a sonar la guitarra de Emilio Losada, sin agresividad todavía, y la voz de ella entonó las primeras líneas de Mírame… mírame a la cara, cantaba; todos le hicimos caso, y desde ese momento no pudimos dejar de hacerlo, dejar de mirarla, atraídos por su feroz presencia escénica. La tensión fue ascendiendo por momentos, alternándose las ardientes palabras de María con los cortos e intensos solos de Emilio, y cuando encadenaron el final de Mírame con el inicio de B de Barcelona, el infierno terminó de desatarse y de él salieron todas las criaturas que querían escuchar algo como esto desde que se aburrieron tras el segundo disco de Siniestro Total.
Sin dejar un momento de respiro fueron creando una muralla atronadoramente perfilada, sobre la que se iban estrellando todos los personajes que María sacaba, escupiéndolos, de sus canciones: el repulsivo tío de Eres un mierda, la diosa del Aula 27, la Putas que necesitan tu dinero, la infernal Azafata feroz; el paseo Sin ánimo de lucro que siguió casi fue un respiro en su desaceleración e incluso nos permitió apreciar acordes vistosos de la guitarra de Emilio, que era la que conducía con exactitud el sonido, compacto y denso, que de forma excelente nos hizo llegar Kopee, técnico de Vera Fauna, que ocupaba el puesto de Tony, habitual en la sala.
Cuando terminó Parricida decidí que un posterior dolor de mi rodilla maltrecha bien valía abandonar la banqueta y plantarme en la primera fila. Fue un acierto, porque me pude ir aclimatando mientras hacían Ombligo, lo más parecido que la banda tiene a una balada. Con Hombre fachada volvió el caos, que continuó con Olivo y se desmadró del todo con Olvídame ya, para la que Jaime, discreto y comedido siempre, hasta se había desnudado de cintura para arriba. Cuando María gritaba ¡sabes qué te digo, tío mierdaaa!, y toda la sala le respondía ¡olvídame yaaa! hasta yo, que puedo dar el perfil de una persona seria y formal, me reafirmé en mi condición de impenitente aficionado a la perversidad; hasta me vi reflejado en el Autokiller de la siguiente canción, con una instrumentación deudora de los Who más metálicos. María pedía oxígeno -y Emilio un Johnnie Walker con hielo, cada uno se reanima con lo que quiere- antes del respiro de Emily D… siempre te amaré… quizás la canción en la que la guitarra nos hipnotizó más que la voz, que de nuevo se convirtió en grito… ¿tú eres punky o qué? tú de punky nada… en No eres nada. En el grito inicial de Jordi, María se dejó la mitad de lo que le quedaba de garganta y el pogo se intensificó de tal forma que no terminó con víctimas porque la canción solo dura unos segundo más allá del minuto. En Bette Davis hundieron todavía más el pie en el acelerador y la gente comenzó a aclamarlos… peeerchaaaaa peeerchaaaa… y ellos, con Rebeca, más rápidos todavía, ¿era posible? lo que no parecía serlo es que María todavía tuviese voz para la última canción, Los lunes soy gas, con la que volvieron las atmósferas setenteras pesadas del Autokiller anterior. Un gran final para una banda que después de pasar próximamente por Monkey Weekend y volver a sonar aquí en julio quedará plenamente consolidada; no me cabe la menor duda.
Vulk comenzaron con la única canción del disco que no tiene una letra de ellos, sino la que hace unos cien años escribió el poeta vasco Erramun Maruri. Y, obviamente, la cantaron en euskera, el idioma que emplearon durante todo el resto del concierto, al igual que hacen en el disco que están presentando actualmente, Vulk ez da, en el que han dado definitivamente el salto desde el inglés, con el que antes cantaban en los otros. Es posible, de hecho me consta que así era, que una parte del público esperaba a los Vulk que ya conocían de discos anteriores o de haberles visto en algún otro concierto de por aquí, antes de la pandemia, como el del Monkey Week. Por eso este inicio con Etsai, Orpoan pilló a todos esos un poco descolocados; aunque estoy también seguro de que meterse en uno de los pogos a la menor oportunidad acabaría después con cualquier tipo de recelo. Hamar lagun baten kontra, la canción que abre el disco fue añadiendo peso; el idioma universal de la música se fue imponiendo a este otro, tan extraño para nosotros, y al final de ella el concierto era ya energía pura, casi demasiada energía, licuada un poco en Lagunak, que nos vino bien.
Jangitz Larrañaga solo, a golpes de batería, abrió Amodioa kartzelan, a la que se unieron a la vez el bajo de Alberto Eguíluz y las guitarras de Andoni de la Cruz y Julen Alberdi, destacada esta, cogiendo velocidad anfetamínica cuando Andoni dejaba de cantar. No dejaban un momento de respiro; eran un huracán de watios que no por salvaje estaba menos trabajado. Pulido high voltaje de incendiarios resultados, que convirtió la atmosfera de la sala en un estallido de electricidad que no se podía mantener así sin llegar al agotamiento. Por eso Behiaren begirada, que me costó reconocer porque es del disco anterior, que tiene ya cuatro años, llegó en un momento oportuno, aportando algo de serenidad al concierto con su tempo más pausado; prácticamente el mismo con que siguió Gaua eta odola.
Antes he dicho que estos Vulk, no por salvajes estaban menos trabajados, y me reafirmo porque tienen que tener muy afinados esos cambios en los ritmos para que Andoni, ya liberado de la guitarra pudiese dominar de esta forma impecable las transiciones entre las diferentes estructuras extravagantes que se encontraban incluso dentro de una misma canción, de la que Mailua, la que hacían ahora, era el perfecto paradigma; nos dejaba constantemente fuera de sitio, sin saber por dónde nos iba a venir la próxima andanada. El bajo, más hiperactivo aún de lo que venía siendo, abrió el camino a Vulk ez da, la canción que da titulo al disco. Significa Vulk no es, y es una perfecta (no)definición para ellos: Vulk no es una banda de las que vemos habitualmente en nuestros escenarios. Y esta pieza todavía ahondó más en el revolutum sónico, que fue un paso más allá con lo que parecía ser la recreación en directo del Agurra del disco, esa pieza que salió por accidente al escuchar al revés la cinta analógica, que es como se estaba grabando, con Julen manipulando las conexiones de su guitarra para crear un erizado muro de decibelios enfebrecidos, apoyado por el bajo y la batería, mientras Andoni permanecía al borde del escenario, quieto, como una estatua mirando al infinito, para salir del trance cuando comenzó a entonar la espectral Militantzia sutsua. Se fueron con Lanaren kanta, atravesándonos los oídos, arrasando con lo poco que quedaba en pie de nuestros sentidos.