Hate Moss + Pogy et les Kéfars + Alvilda. Sala Hollander. 26 de mayo de 2022
El cartel del concierto que anoche organizaba el colectivo de Andalucía Über Alles en la Sala Hollander daba a entender que la banda principal era Alvilda de las tres que conformaban el programa, desconocidas por completo para mí y los que estuvieron allí conmigo, ávidos de nuevas sensaciones musicales que fuesen más allá de las ya trilladas de Aurora & The Bretrayers, que volvieron de nuevo ayer a Sevilla también. Pero nada más lejos de la realidad; Alvilda era un cuarteto de chicas demasiado verdes como para disfrutar con ellas de un buen concierto, que se vieron ampliamente superadas por las propuestas de Hate Moss y de Pogy et les Kéfars. Una decepción supuso también la pobrísima asistencia de público ya que, aun ofreciendo los conciertos de dos bandas francesas y una italiana por la mísera cantidad de 7 euros, en la sala apenas estábamos veinticinco personas, contando a los miembros de las bandas -nueve en total-, sus parejas, las chicas de sala y merchandising… si se llegaron a vender una docena de entradas, creo que las estoy contando con mucha generosidad.
Los primeros en subir al escenario fueron Hate Moss, un dúo compuesto por Tina e Ian, ambos de apellidos anónimos, italiana la primera y brasileño el segundo, que se mueven en un extraño mundo que va desde las afueras del trip hop a las cercanías del electroclash por un camino estilístico y conceptual en el que se ven -y se oyen- cosas muy interesantes. Y aunque ya he dicho que no tenía ninguna noticia anterior de ellos, llevan ya publicados dos discos y se mueven constantemente en giras por Italia e Inglaterra, que fue el país en el que se conocieron y dieron forma al proyecto. Si hablamos de conceptos como low fi y ruido, con ellos podemos definir lo que hicieron Hate Moss, en el que lo primero lo puso Tina con las bases que manejaba y lanzaba desde su consola electrónica y el ordenador que tenía en ella y el segundo lo puso Ian, que golpeó la batería de una forma que dejaría fuera de juego al mismísimo John Bonham si aún viviese. Y sobre la base instrumental, llena de experimentos de mezclas sonoras que responden a reglas que vete a saber dónde están escritas, los dos cantaban, pero no alternándose, si no doblándose la voz de una forma en que las dos eran perfectamente perceptibles e identificables a pesar del estruendo que tenían detrás. Y lo hicieron además usando diferentes idiomas, con cambios fluidos entre ellos.
No fui capaz de identificar las piezas que interpretaban, claro, pero sí muchos estilos interesantes, con arreglos cuidadosos, que me hicieron pensar, creo que acertadamente, que estos dos músicos tienen perfecta conciencia de qué dirección tomar cada vez para obtener los resultados deseados, porque anoche cincelaron una sustancia emocional apasionante y envolvente. Tan envolvente a veces que nos torturaban los sentidos en un éxtasis auditivo, sobre todo cuando se enfrascaban en el techno explosivo con el que notábamos que la dopamina nos salía por las orejas; menos mal que lo alternaban con sugerencias ambient muy bien construidas, que según la pieza que fuese, se bifurcaba hacia abismos oscuros empapados de psicodelia industrial o hacia sonidos tribales frenéticos.
Un excelente descubrimiento, pues, el de Hate Moss, un proyecto con unas bases estéticas y conceptuales muy sólidas; con una música de tempos extraños y sutilezas instrumentales fuera de toda lógica comercial, con inquietantes pasajes de dark ambient y de synthpop.
Tras ellos aparecieron Alvilda, una banda compuesta por cuatro chicas de París, aunque la bajista, Eva, era valenciana y la más animosa junto a Nina, la cantante y guitarra rítmica; luego estaba también la estólida Mélanie, a la guitarra solista -bueno, es una forma de llamar a una guitarra de poquísimos solos, que apenas se escuchaban- y Sandra, una chica a la que le quedan muchísimos baquetazos que dar para que podamos llamarla baterista con propiedad, aunque al bombo sí le daba bien. Su concierto apenas duró unos 20 minutos, porque no tienen más canciones que las que presentaron, así que lo remataron con una versión del Dime que me quieres de Tequila, empezada en francés y terminada en castellano, que en realidad fue lo más potente de su corto repertorio, porque canciones como Negativ, Cinema, Demain, Kylie, no pasaron de ser blandipunk, muy deudor de las armonías y el pop de las girl goups sesenteras, con salpicones moodies, que hubiesen estado muy bien y hubiesen resultado muy agradables de escuchar con una banda más madura musicalmente, algo que espero que lleguen a ser pronto, porque canciones como Cinema merecen un mejor trato en directo.
Pogy et les Kéfars fueron mucho más contundentes y de una mayor calidad. La banda la componen dos tíos, Lélé a la guitarra, prácticamente sin hacer solos, pero con varios puentes bien cruzados, y Théo, tocando un bajo que sujetaba de una forma insólita casi debajo del sobaco, y una chica, Pogy, que esta sí que sabía endiñarle bien a la batería, a pesar de que apenas se le veía detrás de ella; y el nombre que tienen parece ser que se inspira en unos dibujos animados de su país, Francia, que tienen mucho éxito entre los niños que todavía utilizan una sola cifra para contar sus años de edad. Su total falta de estética garantizaba desde el principio que no íbamos a contar con componentes visuales ni físicos, ni actitudes inútiles, para disfrutar de su pop rock macizo y robusto, que se iba ligeramente hacia el punk, con buenas melodías, un sonido claro y voces en francés no del todo desgarradas, repartidas entre Lélé y Théo, alternándose en las canciones, tratando de imponerse al ruido de la caja, que Pogy golpeaba de manera salvaje.
A pesar de cantar en francés, con un estilo que podría asemejarse al de Bijou o Soda Fraise, por mencionar algunas bandas gabachas más conocidas, escuchándolos anoche a mí me recordaban continuamente a los Dead Milkmen; poniendo mucha pasión, divertidos, crudos y, sobre todo, rockeros.