Sofar Sounds Sevilla (Mar Rodríguez & Álvaro Gil + Álvaro Ruiz + Gautama del Campo). Rompemoldes. 12 de junio de 2022
Uno de los lugares con más encanto en los que había estado antes disfrutando de una de las ediciones del Sofar Sounds Sevilla fue el Rompemoldes de la calle San Luis. Hace tres años tuvo lugar allí su última edición antes del parón veraniego y este año han vuelto a repetir la jugada, por lo que ayer tarde, cinco o seis decenas de valientes a los que el calor no nos amilana cuando se trata de ir a escuchar música en directo, nos reunimos para ver los conciertos de Mar Rodríguez & Álvaro Gil, Álvaro Ruiz y Gautama del Campo, que volvía al recogimiento de tocar entre amigos después de haberlo hecho hace poco más de una semana para las 54.000 personas que esperaban a los Rolling Stones un poco más tarde, formando parte de la Vargas Blues Band. Gautama, además, estuvo también aquí mismo, en aquella edición anterior, cuando descubrimos a Cristian de Moret, formando parte del grupo que le acompañaba.
Antes de hablar de los conciertos quiero recordaros que Rompemoldes es un espacio al que se accede por una galería que hay tras una puerta del número 70 de la mencionada calle macarena, en el que conviven artesanos de la lana, el vidrio, la alfarería, escultores, restauradores de libros y de obras de arte, ceramistas, luthiers, creadores de moda… que se retroalimentan de forma muy positiva en sus vidas familiares y laborales haciendo que las dos adquieran una riqueza envidiable. Algunos tienen allí mismo su propia tienda o taller, otros trabajan por encargo en su casa, y todos están de acuerdo en que un lugar como este tiene que usarse también para expandir la cultura de la ciudad.
Los primeros en acceder al escenario fueron Mar Rodríguez & Álvaro Gil, voz y guitarra, respectivamente, flanqueados por Tito López a las percusiones y Manu el Trompe al instrumento que da a entender su apelativo. Desde que Mar y Álvaro comenzasen a gestar su unión en la Plaza de España, sobre la base de canciones de Silvia Pérez Cruz, Omara Portuondo o Antonio Vega, después de conocerse en un bar del barrio de Santa Cruz e improvisar juntos Puro teatro, la famosa canción que Tite Curet compuso para La Lupe, hasta ahora, han tocado en prácticamente todos los bares de Sevilla en los que se admite la música en directo y tienen un EP de seis canciones propias, Los cómodos silencios, que editaron en abril del 2019. Precisamente de ese disco extrajeron las tres primeras que interpretaron ayer. Comenzaron con Qué bonito es, una canción sobre el despertar del amor, en una versión en la que la trompeta, sonando suavemente, sustituyó al violín con que apareció grabada. Mar la interpretó con una voz elegante y el sentimiento justo para expresar lo que se puede leer en una mirada. En Solos tú y yo continuaron en una línea similar, aunque acelerando el ritmo y dándole aires cubanos, e incluso brasileños con unos acordes de inicio que recordaban a una samba, repetidos en el estribillo. Mucho más desnuda sonó la voz de Mar en Y llega la noche, enredada a placer en una cadencia como de bulería. No volveré fue la última canción, esta del disco de Mar Rodríguez en solitario, cambiando la ternura de las anteriores por una dosis mayor de pasión y Tito repartiéndose el primer plano con Manu, aunque la instrumentación continuó siguiendo las guías de la guitarra de Álvaro.
Álvaro se llamaba y también llegó armado de una guitarra, el siguiente en pisar el escenario. Álvaro Ruiz tiene un nombre que nos es más familiar porque es asiduo colaborador de El Kanka, para quien ha arreglado algunas canciones y además tiene ya editados tres discos durante los últimos cinco años, siendo el tercero, La llorería, muy reciente y del que extrajo las tres primeras canciones de su concierto. Cuando comenzó a cantar La jarrita del tiempo enseguida se nos vinieron a la mente -hablo en plural por incluir al Dr. Música Ismael, que estaba a mi lado y también me comentó esta impresión- los primeros años de Hilario Camacho, porque la forma de abordar las canciones, todas de composición propia, eran las de un cantautor urbano que previamente ha mamado mucho hard rock y siendo sevillano, además, deja traslucir visiblemente influencias tan apartadas como el blues y el flamenco, pero que en nuestra ciudad tienen gran arraigo. La fusión tan bien entendida que Álvaro parece llevar dentro dio otro paso más grande todavía cuando en Todo lo que está bien se hizo acompañar por el saxo de Gautama del Campo, al que había conocido apenas un par de horas antes en las pruebas de sonido y habían congeniado. En esta canción el ritmo era mucho más latino que en la anterior y adquirió tintes muy jazzísticos cuando Gautama comenzó a improvisar entre sus estrofas. Entre los dos consiguieron transformar la intuición en buenísima música.
Tu risa, la tercera de las canciones, mostró el lado más romántico de Álvaro, enamorado de la emperatriz de la vega de Triana, y la que más invitaba a que la acompañásemos con palmas al compás, aunque estas donde se dejaron sentir ya fue cuando cerró su set con Paso a pasito, de su disco anterior, El vuelo del abejaruco, una buena muestra de cómo el folclore cubano puede adaptarse a nuestros aires sureños sin parecer un pastiche. Álvaro se mostró musicalmente bastante versátil y trabajando sobre distintos ritmos, sin encerrarse en una única fórmula concreta, algo que espero que le resulte de mucha utilidad, porque con los caminos musicales tan cerrados que tenemos ahora, seguro que por alguno de ellos encuentra una buena salida, aunque espero también que cuando la halle no deje detrás nada de su interesante bagaje.
Lo de Gautama es de otro mundo que trasciende al nuestro. Su saxo alto iluminó el flamenco y le dio alas, llevándolo a terrenos donde habitan el jazz, el funk, cualquier ritmo que tenga pasión y vitalidad. La primera de sus tres piezas -un trío de ases- fue Los grillos, con un comienzo libre porque Gautama no tiene nada pautado para guiarse en su toque, solo le guía el corazón, que le llevó a improvisar sobre una base que solamente recordaba al tema que aparece grabado en su disco Salvaje moderado. Ayer, después de sus fraseos iniciales, Los grillos se convirtió en una bulería con el primer rasgueo de la guitarra flamenca de Ezequiel Reina, poliganero de largo recorrido, como yo, que se contuvo para dejar que fuese el contrabajo de Rafa Torres el que llevase el peso inicial antes de que Gautama de nuevo nos envolviese con un aria de Gershwin, un nocturno de avant garde neoyorkino, un pasaje de free jazz, o ninguna de esas cosas, porque cuando él toca el genio de la música configura las piezas que podrían determinar un caos en una construcción que presenta hermosos ángulos por cualquier lado que se nos muestre. Ezequiel la condujo de nuevo a terrenos flamencos, para domarla con su cante… dime donde andas metía, dime… y su guitarra, junto al cajón flamenco sobre que se sentaba el Cani Huertas, ante un pequeño set de percusiones. Flamencos fueron también los siguientes toques del saxo, que la condujeron hasta el final.
De la segunda de las piezas, Gautama nos dijo que la compuso para su madre, Manuela, matriarca de una familia de artistas entre los que figuran Aquiles, hermano de Gautama, también saxofonista y piedra angular de varios grupos del rock sevillano de los 80, y Santiago del Campo, su padre, pintor y ceramista al que nunca se le reconocieron sus méritos como de verdad hubiese merecido. Todos habéis contemplado muchas veces su obra más conocida, que es el gigantesco mosaico de la fachada del estadio Ramón Sánchez Pizjuán, aunque yo le guardo mucho más afecto al mural del Cristo de las Dos Caras que pintó para presidir el altar mayor de la iglesia de San Ignacio de Loyola, donde mis hijos se bautizaron e hicieron la comunión, y donde muchas veces, de adolescente, al estar frente a mi casa, me colé mientras se construía para verle pintar encima de aquellos andamios, donde Santiago pasaba horas, sin importarle si los demás seguían allí o no, aunque a veces tuviese que esconderme entre las pilas de ladrillos blancos de la pareja de la Guardia Civil que acudía a vigilar que nadie se llevase material de construcción cuando no había nadie trabajando… pero los recuerdos nostálgicos poliganeros me están apartando del hilo narrativo del Sofar Sounds, en una forma en la que el corazón marca el camino, parecida a cómo Gautama se enfrenta a la música. Comenzó Manuela con una melodía de bolero muy reconocible, a la que le fue metiendo intensidad rítmica hasta que la guitarra flamenca de Ezequiel la devolvió a su base. Pero el absorbente realismo imaginativo de Gautama le mantuvo inquieto y otra vez su saxo tejió gritos en el aire sobre la diáfana melodía.
La delicia final, una vez cambiado el saxo alto por uno soprano, fue la forma en que llegó a La leyenda del tiempo a través de delicados guiños a Erik Satie llenos de armonías y cadencias. El tratamiento del ya mítico tema de Camarón le dio un encanto especial a las bamberas originales que a veces volvían cuando Ezequiel nos dejaba unos acordes flamencos desbordantes de sugerencias sonoras. Gautama nunca abandonó demasiado los cánones de La leyenda, aunque su improvisación final fue una escalada libre y fértil que nunca tenía escalas repetidas. La sangre nos hervía. Y no era solo por el intenso calor vespertino.
Las veladas del Sofar Sounds se interrumpen ahora para retomarlas una vez pasado el verano, seguramente ya en octubre, mes que verá como Cádiz se une a las ciudades que forman parte de la inmensa hermandad de este movimiento musical y social, porque Iván González, que será su promotor allí, así nos lo anunció en uno de los entreactos.
