Coyote Zora. Sala Even. 23 de diciembre de 2022
Algo más de cuatro años de existencia y solamente dos conciertos antes que este, ninguno de ellos en nuestra ciudad. Por eso anoche en la Sala Even no podíamos faltar para escuchar por primera vez las canciones de Coyote Zora en directo. Una docena y media de ellas, de las que solo una fue ajena. Diecisiete composiciones propias y poderosas reinando sobre la audiencia, que solo completó una escasa media entrada, y la recreación -ya puestos, vamos a elegir por todo lo alto- de la mejor canción que se ha escrito en toda la historia del pop español, esa Lucha de gigantes que compuso Antonio Vega, con la que iniciaron los bises, a la que estos coyotes le dieron el tono de todas las demás suyas, convirtiéndola en una experiencia que te hacía sangrar el alma.
Desde el inicio, con Vainilla Superstar, Coyote Zora dejó clarísimo que son una banda de potente rock, con los atavismos del grunge, plena de sentimientos increíblemente directos, expresados con entusiasmo no solo a través de la música que hacen, sino de la letra que canta Candi Murillo a la vez que se deja la piel en la guitarra, compartiendo solos, a veces muy claros, a veces arremolinados con los de Nacho Pujol, mientras Manuel Escacena nos dejaba la mandíbula inferior descolgada cada vez que lo convertíamos en el punto focal del concierto, atraídos por los sonidos salvajes que venían de su batería, allí atrás; Daniel Risco transgredía las fronteras de las frecuencias bajas con su instrumento conectado a un amplificador que, si el suyo propio se rompió tras la prueba de sonido, el que le trajeron para sustituirlo era una fábrica de truenos que todo lo hacía retumbar a nuestro alrededor.
Sin solución de continuidad, la banda encadenó Sin saber lo que falta, la primera canción que les conocimos, allá por noviembre del 2019, en la que se describían cabalgando a lomos del caballo ganador. La letra que le escuchamos cantar a Candi es toda una declaración de intenciones: somos un universo en movimiento. Para ellos no hay techo de cristal que resista su ascenso y así lo cantaban en la última frase de la canción, la que antecedió a Un elefante en mi habitación, anunciada por tres golpes de platillos de Manolo. Con ella el polvo cósmico comenzó a cegar nuestros ojos; el engranaje de guitarras de Nacho y Candi enmarcaba las palabras puntiagudas y lacerantes que este nos enviaba, en un mensaje ecológico y social para despertar nuestras conciencias. Y siguieron sin compasión, sin tregua, sin parar entre una canción y otra, para hablarnos del Futuro incierto que nos espera si hacemos oídos sordos a lo que nos gritan. Coyote Zora eran cuatro activistas emocionales y su música era una auténtica hija de puta que no respetaba las demarcaciones establecidas por la estética y nos mostraba lo que somos: los habitantes de un mundo salvaje, sin solución. Los riffs de guitarra de Candi, respaldados por los acordes de acompañamiento de Nacho, dibujaban el fuego, la basura removida; el bordón del bajo de Daniel y el bombo de la batería de Manuel marcaban el estruendo de los edificios que se caen, de los cielos que estallan; solo nos pudo salvar la magia de los dados de El jugador.
El primer y casi único respiro lo tuvimos ahora; por fin las canciones dejaron de formar eslabones unidos en una cadena que no cesaba de golpearnos y Candi la rompió para decirnos que el siguiente tema sería más suave y así dio comienzo Las flores del mal y nuestros corazones se acompasaron a un mismo ritmo. Esta es la canción que cierra su más reciente disco, que contiene también las dos que siguieron, Eres más y Búfalos, la que le da el título al EP. Eres tú, soy yo, somos más que los dos, cantaba Candi y nadie lo dudaba; alta tensión en las palabras y los acordes de las guitarras. Otra parada, otro respiro, y una canción nueva, que yo no conocía, Libre, llena de anhelo y angustia, construida desde un comienzo lento hasta una catarsis eléctrica y acordes destemplados que abrieron El plan perfecto, la canción que mejor describía el plan que habíamos elegido para esta noche inolvidable, en la que Candi nos azuzaba desde el escenario: siente el ritmo, siente el ritmo, siente el ritmo…
Este momento del concierto marcó un punto de inflexión. Excepto Manifiesto, que todavía estaba pendiente, pensaba yo que para los bises, ya habían interpretado todas las canciones que tienen en sus dos discos colgados en las plataformas de escucha; a partir de aquí, el resto del set sería territorio desconocido. Candi nos dijo que la canción que venía ahora les costó cantarla sin emocionarse, porque va dedicada a todos los amigos que ya no están con nosotros, que últimamente han sido demasiados y muy cercanos -mientras estoy escribiendo esto, precisamente, el destino es cruel a veces, me han anunciado que nuestra amiga Nale acaba de fallecer y he tenido que dejar de escribir un rato-; se llama Un segundo y resulta ser una de esas canciones que nos permite conectarnos mentalmente y nos consuela de no tener cerca a personas que queríamos. Vuelven a mi memoria las últimas copas de vino con Nale en La Casa de la Moneda después de haber disfrutado del concierto de Pat Metheny en el Maestranza. Las canciones cumplen con esta función de curarnos la nostalgia, de permitir que nos reunamos en la imaginación con los ausentes.
La balanza y Experimento son otras de esas canciones nuevas; la segunda de ellas descrita por Candi como lo que anunciaba su título: un experimento, a ver cómo sale. Sale bien, claro; una canción a medio tiempo, montada sobre un bajo palpitante y algunas de las líneas de guitarra más alucinantes de la noche. Y ahora sí; comprendemos que la vida se aferra y la lucha continúa; para unirnos de nuevo a la esperanza y volver al principio sin repetir los antiguos errores Coyote Zora ha creado un Manifiesto; firmémoslo todos. Cuando lanzaron esta canción y hablé de ella en esta misma web escribí que los conciertos de esta banda iban a ser una intensa amanecida desde la oscuridad que reina a nuestro alrededor, pero que eso era algo que solo podíamos intuir; ahora ya lo sabemos con absoluta certeza. Metrópolis, la canción que cerró el set, solo fue la rúbrica de la firma; una gloriosa avalancha de guitarras agitadas y tambores contundentes.
En un mundo descomunal, sentimos nuestra fragilidad; escuchar Lucha de gigantes produjo en todos nosotros un encantamiento. Disfrutamos de cómo Candi nos brindó su manera de acentuar sílabas inapropiadas, vocalizar con un forzado relajamiento y ordenar las respiraciones en curvas melódicas poco transitadas por Antonio Vega tal como siempre le escuchamos en esta canción. No sé qué debí hacer mientras la oía, allá en la primera fila, que Daniel me dijo luego que me había visto levitar entre aullidos mientras él llevaba el ritmo con su bajo. La despedida llegó tras otras dos canciones que no conocíamos, Circus y Hashtag, con Candi tan seguro en su interpretación como en las que hemos escuchado muchas veces grabadas y con un sonido igual de bueno.
Canté con ellos cada palabra que recordaba de escuchar sus canciones, me balanceé con la música y me dejé llevar, sin restricciones. No sé si tuve más veces los vellos erizados en los brazos o la sonrisa abierta en el rostro pero, aunque tenía mis resquemores porque estar aquí me impedía estar también en el concierto de Los Fusiles, en otra de las salas de la ciudad, salí convencido de que mi elección había sido acertada.
