La guitarra de Candi Murillo sobrevuela la Metrópolis. La de Nacho Pujol le acompaña cortando la tristeza de un mundo que se acaba, monstruosamente autodestruido. Las notas que extraen de las cuerdas se alzan sobre el rugido del bajo de Daniel Risco y la batería de Manuel Escacena. También lo hace la voz con la que Candi levanta acta de la tragedia, notario del colapso de su mundo y de su tiempo.
Después de Búfalos, el anterior EP de Coyote Zora, el episodio siguiente de la serie apocalíptica es Metrópolis para advertirnos de que es un hilo muy fino lo que separa un error de un problema. Pensar en singular es poco sostenible, nos advierten en La balanza, la segunda de las tres canciones que contiene el disco; el final de las historias nunca es el que uno quiere, pero sí el que siempre fue inevitable. Cuando llegamos al Experimento final comprendemos que estábamos equivocados: no era la vida, era la muerte lo que veíamos pasar.
El repugnante, hipnotizador y hermoso video que acompaña al EP muestra cómo el arte puede ser espantosamente provocativo. En él, como en la música a la que sirve de soporte, el sonido del metal masticando carne y el metal real masticando carne real se fusionan a la perfección y muestra que las canciones pueden ser horribles e irresistibles al mismo tiempo.
Son solamente tres de ellas las que componen este disco, pero bastan para otorgarle la cualidad de la sublimidad, que es ese instante en que una cosa está a punto de convertirse en otra. El experimento en resultado. El día en noche.
Hoy mismo, en la sala Hollander, se hará la presentación del disco. Después de que los malagueños Mágicos Cabrones del Ruido se bajen del escenario, subirá a él Coyote Zora para ofrecernos uno de esos conciertos en los que amplifican los elementos que nos absorben cuando escuchamos sus canciones grabadas, elevando la mezcla y profundizando los ritmos impelidos por el bajo y la batería que, en lugar de descarrilar, les hace ganar cada vez más impulso. Déjate atropellar por la locomotora.