Cristian de Moret. Teatro Central. 2 de octubre de 2021
Ayer tarde, más que noche, porque a las ocho ya estábamos todos llenando por completo la sala B del Teatro Central, nos habíamos reunido un variopinto público que, como yo mismo, no ha mamado el flamenco y se ha acercado a él desde fuera, pero que sabíamos que disfrutaríamos plenamente, ganándole el pulso a los cansinos puristas, con un artista como Cristian de Moret, que no es un músico de flamenco al uso, pero que posee el pellizco y el don de la improvisación de este ancestral arte; canta como los maestros viejos, pero eleva la dimensión del puro cante fundiéndolo con el jazz, el soul, el blues, el rock incluso, creando un estilo heterodoxo al que no le cuadra del todo la etiqueta de jazz fusión, porque se queda demasiado corta para definir su encanto indefinible.
Ayer además teníamos el plus de poder escuchar algunas piezas nuevas, que formarán parte, o no, de su próximo disco. La pieza con la que comenzó el concierto sí lo hará, unas guajiras interpretadas por Cristian en solitario, con unos toques de guitarra que me recordaron a Al Di Meola cuando se transfiguraba en gitano elegante y una percusión que él mismo construyó, pasando por la loop station los toques con los nudillos que dio sobre su instrumento. Después salieron los demás músicos que iban a acompañarle esta noche, los mismos con los que le conocí hace poco más de dos años en un concierto del Sofar Sounds en el recinto del Rompemoldes de la calle San Luis. Primero Gautama del Campo arrancó notas de su saxo, contenidas al principio, saliendo a raudales luego; Alexis Vallejo les fue dando un fondo percusivo suave, que poco a poco fue adquiriendo el compás flamenco que este chileno lleva mamando en Huelva desde hace diecisiete años. Se les unió el bajo de Pablo Prada y los acordes de la guitarra de Cristian terminaron de dar forma al tapiz moruno por el que empezaron a moverse los tangos de Jaen de Gabriel Moreno, que Cristian rebautizó como El Pañuelo y que curiosamente en la versión grabada en el disco, con la guitarra de Gon Navarro comienza de forma muy zeppeliniana y es la pieza que más se aparta de los tintes sonoros mestizos del jazz y los otros estilos foráneos, pero aquí, recreada en directo, tuvo un desarrollo instrumental que la metió de lleno en ellos.
En la promoción de este concierto se decía que iba a marcar un final en la trayectoria actual de Cristian, que desde ahora iba a buscar nuevos horizontes. De ellos tuvimos atisbos en la tercera de las piezas de anoche, unos cantes antiguos por romances, que suelen meterse por bulerías, pero que Cristian y su banda acercó a esos horizontes nuevos, muy americanos, metiéndoles un sonido absolutamente funky. Y como Cristian es un tipo de esos que parecen llevarle la contraria a la gente por sistema, si a estos romances no les mete bulerías, pues va ahora y se las mete a Dos pájaros, en una apertura estilística que convierte el jazz rock en bulerías. En realidad lo que hizo Cristian aquí fueron unos cantes por malagueñas sobre un lento paisaje de jazz tradicional que se aceleró después convirtiéndose en un fondo inusual para los fandangos de Huelva por bulerías que terminaron siendo. Estos ritmos de Dos pájaros son los que están más inspirados en conceptos electrónicos de todo el repertorio de Cristian, con influencias de artistas que han sido importantes en su vida y su trayectoria, que han sido fuentes de inspiración para él, como es el caso de Massive Attack, los reyes del trip hop en los que basó este tema guadianesco que se asomaba y se escondía; las malagueñas decayeron en un fade out que Alexis reavivó a golpes de sus baquetas para empezar a marcar el ritmo que acompañaría a las bulerías, extendiéndose hasta el final con otra caída de ritmo que esta vez fue Gautama quien se encargó de subir para que Cristian volviese al palo original y ya sí terminaron entre la tercera tanda de aplausos a la misma pieza, ahora por fin continuados. Las posibilidades técnicas y expresivas del saxo nunca estuvieron mejor definidas como en ese arreón de Gautama en primer plano para acelerar la melodía después del corte y llegar a un final reposado.
En Geometría sagrada mezclaron varios cantes. Cristian comenzó con unos cantes por deblas, de los antiguos, de los que se hacían a palo seco pero que aquí comenzaron con la solitaria guitarra suya, rota después por los platillos de Alexis seguidos de unos golpes de caja de la batería apenas perceptibles. Cuando la guitarra se expandió se vino arriba con ella el bajo de Pablo, la batería adquirió más presencia y los cantes de Cristian se transformaron en unas granaínas de Tomás Pavón y de Antonio Chacón. Cuando entró Gautama todo enloqueció y se convirtió en noise por momentos, para volver a poner orden en todo la voz de Cristian con unos ecos que eran casi, casi de caracoles, pero que no… tan indefinibles como llenos de sabor.
Después la banda dejó el escenario y se quedó solo Cristian, que cambió la guitarra por el piano eléctrico para ante él, de pie, darnos un minuto, que en realidad pudo ser una eternidad porque el tiempo se detuvo y no podíamos medirlo, en el que fuimos escuchando notas altas, un puñado de acordes, para llegar lentamente a la melodía y mantenerla por debajo de su voz cuando se arrancó atreviéndose con otro cante antiguo, esta vez de trilla, de trabajo en los campos de su tierra choquera, en los que reconocimos Meteoro, una de las mejores canciones de su disco, Supernova, al que le dio el nombre la pieza siguiente, y mientras la banda entraba de nuevo Cristian aprovechó para contarnos que surgió de la forma en la que muchos compositores entienden la música, que obedece a muchas leyes físicas, igual que ocurre con los astros. Y de esa forma Cristian recogió unos fandangos de Huelva, que son su máxima raíz, con el encantamiento de la poesía popular que destilaban sus letras, en los que Antonio Rengel lloraba por su caballo, su socio en el contrabando, y Paco Toronjo nos advertía de que hay cosas que no se compran con dinero, y los recreó en forma de blues, que es la raíz de todas las músicas que él hace. Estábamos atravesando los momentos más soberbios de la noche, porque la continuación de esta maravilla fue La leyenda del tiempo. El recuerdo a Camarón comenzó sacando de las máquinas unas palmas destempladas, que no sé si ellos buscaban que fuesen realmente así o fueron producto de los fallos de sonido que se produjeron a veces, pero que no consiguieron disminuir la forma en que disfrutamos del bebop, el free jazz, las fusiones del blues y hasta la música impresionista, porque de otra forma no se pueden definir esos tempos libres de Gautama, con esas aceleraciones y deceleraciones tan del gusto de Cristian y las variaciones en las improvisaciones.
Alas fue una de las canciones con las que conocí inicialmente a Cristian de Moret en aquel concierto al que antes me referí, que aquí convirtió en unas soleares con ritmo americano… que sí, que se puede… alargadas para ir presentando a la banda y que cada uno de ellos fuese haciendo un solo en el que lucirse: el de Gautama terminó en un crescendo agudo y Pablo derrochó una catarata de notas que terminaron apoyadas por el compás de las palmas del público; el de Alexis fue discreto, cortito y usando el sonido del bajo como si fuese el del bombo. Después se unieron todos de nuevo hasta que Cristian cantó los versos finales y enlazaron unos fandangos de Pepe el Culata convertidos en una cumbia irresistible. Sin darnos cuenta había pasado una hora y media.
Pero salieron de nuevo. Cristian nos avisó de que la siguiente canción no estaba en el disco pero era muy conocida, así que si nos sabíamos el estribillo lo cantásemos con él. Empezó con su guitarra, con unas notas sueltas que se iban convirtiendo en algo que nos sonaba… pero ¿a qué? El golpe de batería de Alexis dejó claro a qué; no estábamos seguros por culpa del contexto, pero sí… era eso… ¿de verdad era eso…? Cristian comenzó a cantar y aquello era La Tarara, pero no sonaba como la canción que Ricardo Pachón arregló para el Camarón, qué va… a medida que los versos iban pasando el ritmo se iba cambiando a ese que nos parecía reconocer al principio… y cuando llegó el estribillo, sin darnos cuenta nos pusimos a cantarlo, claro, era inevitable, a todos nos salió sin querer eso de welcome to the Hotel Californiaaaa, such a lovely pleis, such a lovely feeeeeis… y así, medio entre risas, llegamos al final de una amplia paleta sonora que nunca se tragó la identidad flamenca de Cristian de Moret, plena de gusto y solera; con una lírica que se iba desarrollando tanto en los silencios como en las entradas instrumentales dando lugar a un sonido cercano al jazz fusión, pero indefinible en realidad, como dije al principio de esta crónica; una síntesis del mundo del jazz y del flamenco estéticamente satisfactoria. Y por eso todos salimos completamente satisfechos.
