Comienza con En la cuerda floja sonando con acordes muy suaves de guitarra. Acaba con acordes más urgentes en Ella decide; tienen el factor común y al mismo tiempo separador del cuero negro de los pandilleros de la plazuela que le dan a la cerveza soñando con el rock and roll y del de la chica a la que no dejan pagar en el bar por la cara (bonita). Entre ambos extremos están expuestas las raíces del rock sevillano, realzada su mística, sus detractores maravillosamente desafiados. Cínicamente, pero con buen gusto, como el del inicio de las notas de teclado de José María Sagrista rompiendo la intro de batería de Pablo Pérez en ¿Dónde estás?.
No hay nada inescuchable, no hay caminos sin rumbo definido ni canciones falsamente interpretadas. En lugar de eso, esta Espina desclavada de Black Ducados es un claro intento de presentarnos el pasado de sus componentes y del rock local, en una conmovedora recopilación de nostalgia puesta al día.
Más allá de los singles obvios, hay un énfasis en los momentos más determinados de nuestro legado rockero, donde nuestra memoria colectiva predomina sobre el instinto de estar al día para que te presten atención. Cualquier similitud entre estas canciones y las de los grupos que nacen para ser carne de cartel festivalero es puramente… falta de olfato comercial.
La tercera canción es Maestro Silvio, con sus aires de King Creole. Por todas partes una distintiva tradición sevillana, rica, evocadora, enraizada en el seminal sonido de las guitarras de rock antiguo bien afinadas, como la clasicista de Fran Wilbury y la setentera de Paco G. Pinilla, diferencia claramente establecida en La puerta. La música de la escuela sevillana llevada a nuevas y místicas alturas.
Es fácil seguir la progresión de Rafa Cuevas desde su introversión hasta su confirmación como gurú, perfectamente enterado, preocupado e inquieto, pero distante, como se muestra en Que sigan hablando. No sé hasta qué punto Rafa escribe estas canciones sobre su experiencia personal, pero el paisaje que describe, muchas veces desesperanzador, como en Sangre en la arena y poblado unas veces por la indiferencia de Puede que sí, puede que no, y otras por lo contrario, por el entusiasmo de Hasta el final, tiene una tremenda autenticidad, a veces dolorosa, como cuando se recuerda a los que se marcharon sin pasar el primer corte. Se nota su romántica creencia en el rock and roll. Estar en una banda, crear un ruido, es un escape, una forma de salir de la mundanidad en que se sumerge la vida, la propia y la de los que están alrededor. Y busca algo que celebrar, algo para jugar a que bebemos Moët & Chandon.
