Crazy Zombie. Tribal Bar. 29 de enero de 2023
Cada vez que voy a ver un concierto de Crazy Zombie me encuentro a la banda con una formación diferente. Pero lo que nunca varía es la pasión que los cinco componentes ponen en las canciones, grandes melodías en la mejor tradición del hard rock setentero, con una instrumentación potente, adecuada y precisa en la que todas las partes son distintas y todas claramente evidentes, como ocurrió también ayer tarde en el Tribal Bar de Mairena del Alcor.
Ya sea Roche Espinosa quien las cante, como ocurría antes, o Héctor Núñez, como ocurre desde hace tiempo, la voz calienta la atmósfera y la hace mágica y pesada, pero no en el sentido peyorativo de este término, sino en el que alude a la clase del rock que hacían Led Zeppelin, Uriah Heep, Black Sabbath, todos aquellos grandes grupos de los que encontramos regusto en la música de Crazy Zombie. Ayer era totalmente nueva en la formación la sección rítmica, que en lugar de por Sergi Rodríguez y Julián Carrasco, estaba compuesta por Ton Denoxa, un bajista portugués que portaba un bajo de seis cuerdas y las tocaba todas, al contrario de tantos otros instrumentistas a los que le sobran la mitad de las cuatro habituales, y Javier Campos, a la batería. Los factores comunes a otros conciertos anteriores seguían siendo Miguel Ángel Piky Sares, a los teclados y Fer Valero a la guitarra rebosante de riffs y solos. Casi al desnudo, dijo entre una y otra de las canciones Héctor; sin juego de luces, sin pirotecnia, sin artificios. Lo de ayer era la música de la banda desde la raíz, interpretada para las tres decenas de personas que estábamos en el bar en la misma forma en que la hubiesen interpretado de haber estado en el escenario del Cartuja Center como los Motoreta’s la noche anterior.
Crazy Zombie fue una máquina musical que interpretó las once canciones que componen su disco Crystal Reality y una más que no forma parte de él, la poderosa balada heavy Levitation, una canción que fue ganando poder y emoción a medida que se iban colando en su desarrollo la guitarra de Fer y el teclado de Pinky, para explotar en un final conmovedor que capturaba todo el sentimiento de la voz de Héctor, abrasadora de nuevo. Sirvió para marcar el final del set, que continuó tras un corto intervalo con un único bis, en el que estalló la canción que da nombre a la banda, con todos acompañando al cantante cuando gritaba el estribillo… Crazyyyy… Zombiiiii… una y otra vez.
El concierto había comenzado una hora y cuarto antes de eso con Lord of Sin, que aquí tuvo un final de guitarra y batería muchísimo menos templado que el que tiene en su versión grabada, roto por un grito de Héctor que la encadenó a Forevermore mientras los dos instrumentos mencionados seguían su cabalgada hasta que el teclado les frenó dándole al sonido una dimensión distinta, resaltando más incluso la intensidad de la voz. I’ll Protect the Flame, la canción que siguió, mantuvo viva la llama hasta que al final hubo que pausar el ritmo porque así no era posible continuar. Héctor recuperó el resuello hablándonos un poco y Room full of Mirrors llegó para demostrarnos como pudo avanzar la nueva ola del hard rock desde Uriah Heep a Iron Maiden sin apenas percibirlo. La canción, verdaderamente épica, de alguna manera logró encontrar su camino de regreso a un lugar de increíble volumen e intensidad en su eufórica conclusión, un sentimiento creado en parte por la gran precisión de su interpretación, mostrando a un grupo de músicos muy unidos -y eso que Fer me dijo antes de comenzar que venían sin ensayar- capaces de cambiar de marcha en un instante.
An Endless Groove se abrió como si fuese Black Sabbath la banda que teníamos delante para, a medida que iba avanzando, serpentear por entre todos los sonidos más añejos de la época, entre la lírica y la fuerza, convirtiéndose en una larga suite en la que la voz de Héctor alcanzó registros increíbles, que seguramente no hubiesen podido llegar a su culminación si no para un rato para presentarnos al nuevo batería y dejarle demostrar su potencia instrumental en lo que fue prácticamente un solo, aunque estuviese acompañado discretamente del bajo y la guitarra. En The Harvest la cosecha del título la recoge la guitarra asesina de Fer, convertida en guadaña, y Crazy Zombie se convierte en un bólido avanzando con una altísima velocidad de crucero; en To Live in Peace cogió el volante la guitarra, en Under the Sun lo hizo la batería, en Something Human fue el bajo, sacando gran sonoridad de sus seis cuerdas para después convertirse en un juguete para Héctor, que la rompió y la volvió a armar usando de pegamento estrofas de la parte noisie del Whole lotta love… way down inside, I’m gonna give ya my love, I’m gonna give ya every inch of my loveeee… del Rock and Roll… carry me back, carry me back, carry me back, baby where I come from, whoa-oh-ooooh… desatándose al final, subiendo la apuesta, para desembocar en un Eastern Dream en el que parecía que los Beatles, en vez de grabar su Tomorrow Never Knows se hubiesen desplazado desde el ashram del Maharishi hasta un poco más allá, a Kashmir, para enseñarles a Led Zeppelin el camino.
El final del concierto ya lo he contado en el tercer párrafo de este texto. La energía frenética que se extendió por todas las canciones nos atrapó, sobre todo cuando el cianuro eléctrico que se desprendía de la guitarra de Fer nos envenenaba, dejándonos con los ojos muy abiertos y los oídos zumbando, entregándole el corazón a la banda.