Perrate. Teatro Enrique de la Cuadra (Utrera). 18 de marzo de 2022
El Teatro Enrique de la Cuadra de Utrera se sumió en la más absoluta oscuridad. Con las luces apagadas y el telón todavía bajado comenzaron a hacerse sentir los acordes de la guitarra flamenca de Paco de Amparo, a los que siguió la profunda voz del maestro Perrate por seguiriyas. Alegrarse mi corazón con la dulce nostalgia de la niñez fue todo uno con el recuerdo del Chocolate cantando y el Farruco bailando en los poyetes que había frente a mi casa en el Polígono San Pablo con estas letras del Nitri que servían de inicio al concierto de esta noche, al que, ¿por qué no?, podíamos definir como de flamenco fusión. Normalmente el flamenco se ha fundido siempre con músicas posteriores a él: el rock, el jazz, la electrónica, el rap incluso; esta noche se fundía con la música que existía en España cuando todavía no había flamenco: las chaconas, folías, romances, cantes antiguos al ritmo del 3×4 que tanto dominan en Utrera y del que Perrate tan bien se sirve en sus interpretaciones, unidas a las bulerías, tonás, martinetes, soleares, seguiriyas como estas del inicio, que ya tuviese en su cabeza un estibador gitano del puerto de Sevilla en el siglo XVI, al que el cantaó prestaba voz esta noche. Perrate se trajo todo ese folklore antiguo de Sevilla a su terreno y con él ha grabado un disco, Tres golpes de nombre, el tercero de su carrera, después de pasar once años desde que editó el anterior, que estará disponible a partir del 20 de mayo y que presentó anoche, lleno de orgullo, en el teatro de su ciudad natal que tan generosamente le brindó José Montoro, el gran concejal de cultura del ayuntamiento de Utrera, tristemente fallecido hace poco más de un mes.
Por José de Paula cantaba el maestro cuando la guitarra se calló. Ya estaban en el escenario Pepe Fernández, a la derecha, ante un piano eléctrico y otro de cola y Antonio Moreno, a la izquierda, prácticamente tapado por el gran tambor y las percusiones que justo ahora comenzó a hacer sonar creando una sensación ominosa, oscura como la noche que se avecinaba, la que se estaba abriendo paso en la voz de Perrate, cambiando el palo flamenco a la toná. Noche oscura unió lo viejo y lo nuevo; la tradición del cante del Niño de Almadén y la vanguardia de unos músicos adaptando su estructura y planteamiento con una improvisación libre. ¡Qué dulce sonó el teclado cuando amainó la tormenta y sus notas fueron como los colores del arco iris! Dejándolas detrás volvió a emerger la voz del cantaó: Todas las aves dormidas… ahora era un romance carolingio de tradición sefardí lo que entonaba, Melisenda insomne; dialéctica negativa, insumisión y materialismo histórico en el cante con que los sabatianos mantenían que como mejor se adora a Dios es incumpliendo sus Diez Mandamientos, convertido después en el himno secreto de los jacobinos franceses. Con el final del romance llegaron los aplausos que tanto rato llevaban esperando en el patio de butacas para desbordarse.
Perrate siguió con unas seguidillas antiguas, mitológicas, del Alosno, muy semejantes al fandango popular, de las que dijo que parece que fueron las precursoras del cante por sevillanas; y a ellas nos recordó su cadencia, que el maestro comenzó con suave compás, para dejarlas terminar lentamente, pausadas, después de tres estrofas, según marca la tradición alosnera, en vez de las cuatro contemporáneas. Música clásica popular de aquellos siglos eran también las jácaras, y la que eligió Perrate fue No hay que decir el primor, terminada con las palmas del maestro y toda una apoteosis de tal forma que parecía que los cuatro del escenario iban a morir abrasados bajo los rayos de la confusión por su arrogancia semejante a la de la gitana, de las que rompen el aire, de la que Perrate cantaba.
El tiempo se quedó anclado después con las soleares de la Serneta, de la que Perrate nos digo haber descubierto hace muy poco que era hermana de su tatarabuela. Es curioso como un maestro como él, que tantos prejuicios levanta entre los puristas de mente estrecha con sus interpretaciones, canta, sin embargo, estas soleares, que ahora están tan de moda y los flamencólogos le dan altura literaria y filosófica, más desnudas y sin adornos que nadie, de la forma más clásica con que la humildad del gitano estibador le hubiese acercado a ellas. Acompañado solo de la guitarra de Paco, pasó de la soleá de la Serneta a la del Talega, a la del Pilarico, a la del Terremoto de Jerez, volvió a la Serneta como la cantaba Antonio Mairena; Perrate nos hizo disfrutar de la grandeza. Y lo siguió haciendo con las Bulerías de la base, de la de Morón, de donde era Diego del Gastor, que tantas veces acompañase con la guitarra al otro Perrate, el padre; aquí sí, aquí el arte flamenco del cantaó, jugando con el compás, se fue más allá del estado de pureza y metió por bulerías las coplas de León y Quiroga, las del maestro Solano, porque las bulerías de Tomás Perrate son más, mucho más. Y después se acordó de Bambino, -en Utrera, niño- a través de un tango argentino que este no llegó a cantar nunca, La última curda, pero en el que Perrate tuvo presente su figura, su forma de entender la copla, su estilo, convirtiéndola en una histriónica confesión.
El cantaó y el guitarrista abandonaron el escenario antes de que comenzase la recta final del concierto con Pepe y Antonio, en más libre improvisación, ampliada en el tiempo, creando y ejecutando sonidos difíciles de asimilar, pero de perfecta introducción para el flamenco abstracto, con cambios de tono en la voz, que trajo Perrate volviendo de nuevo a escena, para interpretar Yo soy la locura, una folía compuesta en el siglo diecisiete por Henry le Bailly, músico de cámara del rey francés Enrique IV, que el maestro llenó de expresividad y pasión. Había que despejar la bruma creada con un palo festivo y el cantaó se arrancó con una chacona de las que se cantaban en las bodas medievales: Boa doña, chacona de negros y gitanos. Escuchando como la hace Perrate, no aflamencá, sino flamenca del tó, se explica uno como de este palo antiguo salió el fandango, el jaleo, la soleá… notable antecedente musical de buena parte de los estilos flamencos.
Y así terminaron; se despidieron los cuatro, al borde del escenario, a voz limpia y palmas… tres golpes, tres golpes, tres golpes na más; al son de la Villanueva, tres golpes na más… una y otra vez repitiendo este cante de ida y vuelta, el Caribe pasado al flamenco, que le da título al disco que Perrate presentaba; que cuando los colombianos Gaiteros de San Jacinto compusieron lo llamaron fandango callejero en perfecto mestizaje indígena, africano y español.
La forma jonda y sentía, también fiestera, con la que Perrate escuchaba cantar en la puerta de su casa, en una evolución natural digna de un maestro del flamenco que no solo se limita a cantá, sino a investigar sobre lo que canta y sus antecedentes, y a recrearlo en soledad con su guitarra, su bajo, su piano, hasta darle otra forma, fue lo que los que tuvimos la inmensa fortuna de estar anoche en el teatro de Utrera, pudimos escuchar. El legado de su linaje, mirando al futuro, que ya es presente.
