Flecha Valona. Sala Malandar. 30 de marzo de 2023
Anoche sonaron en la sala Malandar trece canciones. La banda de raíces jerezanas Flecha Valona estaba presentando su disco Los días pasarán, que contiene diez de ellas y completaron el concierto con otras tres más, nuevas, de las que dos están totalmente inéditas todavía discográficamente y la otra, Marionetas, salió como single el día antes del concierto. Ezequiel Márquez, alma mater del grupo, ha olvidado por completo ya el inglés y todas las canciones que lanzó en ese idioma en su disco anterior, el Running on a circle de hace siete años. Disco nuevo, vida nueva.
Y no les sienta nada mal esta nueva vida, aunque hubiese poca gente en la sala para apreciarla. Pero las tres o cuatro decenas de espectadores que nos reunimos disfrutamos del concierto. Más allá de que la banda no propiciase mucho bullicio y alegría en el entorno, pero sonaron muy bien la mayor parte de las canciones, a las que les sientan como un guante los arreglos percusivos del batería Adrián Rodríguez, todo un descubrimiento por mi parte, y los teclados, a veces acariciados por la mano, a veces arrasados por el puño de Jaime Hortelano, del que sí conocía ya su maestría. Con un acompañamiento musical potente, completado por Alberto Martínez a la guitarra y Borja Aguilera al bajo, Ezequiel, alternando las guitarras eléctrica y acústica, dio en el blanco cantando emocionantes y dramáticas epopeyas en miniatura como Piedra o papel, en la que habla sobre Víctor Jara y la termina diferente a como está grabada en el disco, de forma elegantísima, acompañándose solamente por suaves acordes de la guitarra acústica, con una clara alusión al último poema del héroe chileno antes de ser asesinado: Buscamos la libertad, malheridos bajo el sol; aquí somos cinco mil, en mi estadio de futbol. También fueron momentos destacados de la noche la interpretación de Qué te puedo dar, con la que todo comenzó, que tiene un majestuoso estribillo… la vida que te puedo dar no es como las demás, cerrando mil heridas que no paran de sangrar… también Ruleta rusa tiene un tratamiento diferente en directo a su forma grabada; anoche fue una pieza de verso delirante que más que por Ezequiel y su grupo parecía interpretada por el nihilista Juamba D’Estroso y el suyo de Lõbison. De las nuevas, La sal de la vida fue una canción con una enorme carga emotiva, que hubiésemos escuchado con arrobamiento hasta el final, guiada por el trabajo de batería, de la que solo sonaban el bombo y el palillero, unida al impecable teclado, si no hubiese sido porque en un momento determinado Adrián volteó las baquetas para asirlas por la cabeza y golpear inmisericordemente con la base sobre la caja y el charles, mientras subía todavía más el ritmo que marcaba el bombo con su pie. También celebramos el guiño a La leyenda del tiempo antes de sonar los ecos de guerra de El límite, una canción que se rompe un par de veces de manera encantadora para convertirse por momentos en un vals.
Claro que también hubo algunas partes que sonaron sobrecalentadas y mal cocidas, aunque fueron muy pocas; recuerdo como se me vino a la mente ese símil cocinero en Nadie te quiere ya o Los días pasarán, pero todo se olvidaba escuchando esos arreglos mencionados antes de batería y teclado, que refulgieron en La fiesta de las melodías, por citar otra más de las canciones del repertorio de anoche. Ellos, Adrián y Jaime, hacían bascular hacia el rock de alto octanaje el indie-rock que señala el marchamo de Flecha Valona, ayudados también por la guitarra de Alberto, que funcionó efectiva y perfectamente, ensamblando un armazón sónico muy estable, aunque aquí no se mostrase tan en primera línea, derramando sudor sobre las cuerdas y tirando del sonido hacia el techo, como le vi hace apenas unos días en otro escenario. No deja de ser curioso como los dos últimos conciertos que he reseñado en esta web con su crónica correspondiente, han sido los dos consecutivos ofrecidos por el Cosmo’s Factory Club, por un lado Neon Vampire, del que Alberto es guitarrista también, y Suso Díaz & The Appaloosas, banda de la que forma parte Jaime Hortelano, aunque esa noche no apareciese con ellos, debido a otros compromisos ineludibles.
El concierto terminó con una canción que casi nunca habían interpretado antes, El acróbata de los viajes, posiblemente uno de los muchos descartes del disco que andan presentando en esta gira, como lo era también La sal de la vida, a pesar de que son dos canciones muy buenas, en las que la voz de Ezequiel llegó tan fabulosa como en todas las demás, nunca perdida en la mezcla, algo que es muy de agradecer, sobre todo cuando son canciones en nuestro idioma y sus versos respiran, viven, crecen; claros y sonoros.