La Big Rabia. Sala X. 20 de mayo de 2021
Cuando salí ayer del concierto de La Big Rabia en la Sala X tuve ocasión de charlar un ratito con el maestro Tomás de Perrate, que había asistido también al concierto y me decía que le había gustado mucho y que, sobre todo, le había extrañado como teniendo Iván y Sebas dos facetas tan diferentes, habían sido capaces de hacer funcionar a las dos perfectamente bien. La primera parte, me decía, era muy reposada y con aires latinos y a la gente le gustaba mucho; después en la otra parte eran punk y a la gente también les gustaba mucho… ¡y la gente era la misma las dos veces…! Y estas palabras suyas pueden servir, en realidad, como perfecto resumen del concierto. Ah, oye, me dijo también antes de despedirnos; y el guitarrista me ha parecido genial.
Ya es la segunda vez que asisto a un concierto de despedida de La Big Rabia y las dos veces han sido en la misma sala: el 17 de octubre del 2019 estuvieron para despedirse durante mucho, mucho tiempo porque los dos abandonaban la ciudad. Ese mucho tiempo han resultado ser los diecinueves meses que han pasado desde entonces, en los que a Sebastián Orellana le hemos visto de vuelta por aquí muchas veces en diferentes proyectos, pero Iván Molina no había vuelto de Barcelona hasta ahora; aunque solamente lo ha hecho de forma temporal, durante el tiempo que dure esta gira que están haciendo, esta vez como despedida definitiva. Y es una verdadera lástima que se separen del todo porque juntos forman un dúo que da unos espectáculos musicales inenarrables. Aunque yo voy a tratar de narraros el de ayer.
Contrariamente a lo que hubiésemos podido pensar, el repertorio del concierto no se basó en absoluto en su disco último, ese Boda negra con el que más se les ha conocido y apreciado por aquí, del que solo interpretaron dos canciones, Capitán y Mi compromiso, porque realmente hubiese sido un sacrilegio que esta última hubiese faltado. La primera parte, la más calmada, la basaron sobre todo en el disco que llevaba su mismo nombre, La Big Rabia, que Pedro de Dios, el guitarrista de Guadalupe Plata, les produjo en Chile allá por el 2016, antes de venirse para Sevilla. Y en la última rescataron sobre todo canciones de La Bestia, su primer disco, de hace ya algo más de diez años y que tiene un título que define perfectamente en lo que se convirtieron en este tramo final del concierto. Entre estas dos partes cuatro piezas de poesía musical, poesía cantada con la lentitud melódica en su compás de 4/4; cuatro, también, boleros maravillosos en los que Iván y Sebas acompañaron a José Guapachá, un señor venezolano de 81 años, de los que lleva 60 cantando boleros sin que nunca nadie le haya grabado un disco hasta que Sebastián se ha puesto recientemente a ello y pronto verá la luz a través del sello local Happy Place.
La Big Rabia comenzó con las dos mismas canciones que lo hizo en el último concierto que mencioné al principio: con Quiero paz, que parece un rock a medio gas, seguida de Hacia el norte, en la misma línea que la anterior, desnuda del fuzz que tenía originalmente en el disco de Leche & Mierda. Con Capitán fue con la que comenzó Sebas de verdad a conmovernos con su voz profunda y lenta, con la que fue desgranando los versos de medido lirismo que luego se enviciaron en Oh! María, una canción de sufrimiento por desamor que se tornó aquí en sentimiento positivo porque Sebas se la dedicó a María Retamero, que les hace a la vez de chófer y psiquiatra. En ese disco de Congo Zandor se quedaron un ratito más porque de él fue también El arrepentido, la canción que siguió, en la que nos invitaron a la ensoñación.
Con Vete ya comenzaron a acercarse al bolero, en una forma creativa y respetuosa a la vez, haciendo Mi compromiso de una manera lenta y sentida, lo mismo que Dime, en un bloque de tres canciones en las que estuvieron muy contenidos, desbordando imaginación, técnica y sensibilidad. Todavía remataron este bloque con otro bolero más, pero bastante más escorado a territorios bluesy, como Ya no quiero más.
Desde que José Guapachá comenzó a cantar nos dimos cuenta de que aquello que hacía era el canon del bolero: las inflexiones de su voz, sus maneras de entonar, de moverse, la forma de terminar las frases de las canciones, alargándolaaaaas… estábamos realmente ante un maestro en este arte. El Escríbeme que interpretó José en primer lugar derramaba dulzura donde la versión de Lucho Gatica estaba llena de desesperanza; es increíble como una canción escrita a escondidas en una cárcel, en el papel de un paquete de tabaco, nos pudo levantar de esa manera el alma cuando la cantó este hombre aquí, acompañado por Iván suavemente a la batería y Sebas, ahora sentado con una guitarra acústica. Otra clase de Desesperación es la que da título al que seguramente es uno de los más grandes boleros de La Sonora Matancera, que José revistió de luz interpretándolo ayer. Este combo colombiano debe ser su favorito, o al menos una de las mayores fuentes de su repertorio, porque la siguiente canción que interpretó era también una joya de ellos, En el juego de la vida. Y ya al final, como mandan los cánones del bolero, terminó por el palo de Los Panchos, con un Mar y cielo luminoso que, como estábamos en Sevilla y no podía ser de otra manera, José nos la regaló con el regusto que tenía cuando la cantaba Antonio Machín. No pudo despedirse de mejor forma.
Y tras él, con Nenita, yo realmente te amo, se despertó la bestia. La Big Rabia cargó las tintas y aunque solo eran un dúo de batería más guitarra eléctrica y voz, parecían en realidad los Cramps multiplicados por dos, porque ni esa mítica banda era capaz de atronar como estos dos lo hicieron ayer. Si la hermosa simplicidad de Iván a la batería hasta ahora había sido un distintivo de su buen gusto, ahora la cambió por una contundencia inusitada, generando furiosas tormentas en estas canciones mucho más punkies como Demolición, la versión de Los Saicos, el segundo bis, con que terminaron el concierto; aunque antes del furioso ta-ta-ta-ta-ta-ya-ya-ya habían despedido el set con otra tormenta todavía más gorda en el final de Cuando el sol cae sobre los cerros, esa cosa tan intensa en la que Sebas parece un Nick Cave desbocado sobre una historia sórdida y melodramática. Lo voy a soportar fue puro psychobilly y la Canción de amor más pareció de combate por la forma en que se enfrentaron a ella. Nadie quería irse de allí y tuvieron que salir de nuevo para improvisar un Nos gusta que sea así que hubiese sido la envidia de los Trashmen, que se fue más arriba todavía con el demoler, demoler con que terminaron del todo.
La Big Rabia se va, se deshace. Y nosotros nos quedaremos echando de menos la forma en que Iván y Sebas unían tan perfectamente los ambientes más espesos y tormentosos con la serenidad y elegancia de un buen crooner. Y por aquí no hay nadie más que consiga hacer eso.
