MFC Chicken. Sala X. 16 de mayo de 2022
Una tras otra, una tras otra, incansables, otra más… treinta y una canciones en aproximadamente una hora y cuarto sobre el escenario de la Sala X. Aparecieron en él los cuatro músicos: un tipo que es clavado a Mortadelo y tiene nombre de cerveza baja en calorías, Ravi Low-Beer, que se sentó a la batería; Zig Criscuolo con su bajo y las gafas negras que no se quitó ni para comer en el bar donde estábamos después a la una de la noche, del que nos desalojó la policía una hora después; su hijo Dan Dan Criscuolo con una guitarra y Spencer Evoy, por el que no pasan los años, con su saxo. Este último se acercó al micrófono para vociferar buenas tardes, Sevillaaaa, somos MFC Chicken y hemos vuelto, para ponerse enseguida a soplar en su saxo y comenzar el concierto con Study hall, un instrumental sacado de su disco It’s MFC Chicken time! que empezó a ritmo de twist y siguió luego como el rumble… ¡es la hora de los MFC Chicken!, toda una declaración de intenciones. Desde ahí en adelante, sudor y alegría contagiosa. Había una familiaridad en la música de esta noche que complementaba a la perfección la energía y la sinceridad con la que actuaban estos tíos, por lo que no sorprende que en poco tiempo tanto la banda como el público de las primeras filas estuviesen empapados de sudor.
Venían a Sevilla el lunes presentando su disco Fast food and broken hearts, ya que es del 2020 y la pandemia les impidió hacerlo en su momento; de hecho, este concierto estaba programado en aquella gira y tuvo que ser suspendido por razones obvias. Y de él extrajeron la canción que lo abre, Always, always, always, a la que siguieron un par de odas al pollo que les da nombre, la segunda de las cuales, Voodoo chicken, la cantó Dan Dan en lugar de Spencer, que es el cantante además de saxofonista, por lo que volvió al micro para interpretar Rumble strip. Llegó después un amago de sosiego con I couldn’t say no, más calmada, seguida de Spy wall, otro instrumental, este de corte de rock and roll clásico, que comenzó despacito para ir metiéndose poco a poco en la marcha descarada, sobre todo después del primer gran solo de guitarra de Dan Dan, que calentó el ambiente para el rush acelerado con I’m lost, Waste of space, Tipi Tapa, White leather boots y Who gave what to who?, una tras otra, una tras otra…
Un segundo de aliento y Dan Dan de nuevo al micro en un jive a toda hostia que nos hizo entender que íbamos a seguir sudando. Y se cumplió lo que esperábamos, porque continuaron con New socks, que es otro rock and roll que parecía otra variación del Lucille que ellos tan bien saben manejar, para meterse de nuevo en el disco que presentaban con Fuck you, me, que era algo así como una canción de Rockpile pero con el acelerador pisado a tope. En este disco siguieron con Spontaneous combust para tomarse después otro respiro con los primeros compases de Sit down mess around, un blues lento al principio, que se fue acelerando a medida que lo interpretaban, para no bajar el pistón en Chicken shack y 14 girls. Después de un toque de saxo largo y sostenido atacaron otro instrumental, Bad news from the clinic, que permitió a Spencer aclarar la voz para Women who jog, Colonel Sanders’ bastard son, Goin’ chicken crazy y, sobre todo, para el pregón de mercado en el que de una bolsa de tela con el estampado de la carátula del último disco fue sacando y voceando todo lo que tenían para vender en la tienda de merchandising: camisetas, CDs, singles y LPs de vinilo, y al final sacó también el pollo desplumao que nos hizo reír a todos y fue el protagonista de las piezas siguientes, Fresh chicken (straight from the trash) y Chicken rock.
La recta final comenzó con Lake bears!, encadenada a Laundromatic y, una tras otra, una tras otra, a Beach party, para irse del escenario con el nivel de marcha todavía por las nubes. Esperábamos un bis, claro, y este fue Chicken, baby, chicken, para el que mandaron al suelo a todo el público, agachado obediente, excepto yo, sentado en mi banqueta alta, dominando el espectáculo. Cuando volvieron a irse ya asumimos que el final había llegado, pero no fue así; volvieron a salir y Spencer anunció que tenían two more songs para nosotros, la primera un instrumental que les permitió, gracias a que sus instrumentos eran inalámbricos, bajarse a tocarlos y bailar entre el público a los tres, Zig, Dan Dan y él, antes de terminar la fiesta, ahora sí definitivamente, con Wine, women, rock and roll. Se acabó el torbellino de saxofón áspero, voces gritando, guitarra chirriante y una sección rítmica más ajustada que las tuercas de un submarino.
