Renny Jackson + Miryam Flores. Sala X. 7 de mayo de 2021
Los comentarios eran generalizados en las mesas de los bares cercanos a la Sala X donde disfrutaban de las cervezas posteriores al concierto de Renny Jackson todos los que habían llenado el recinto: sobre todo hoy sí que ha sido una lástima el no poder bailar, ni siquiera levantarse de las sillas. Una aseveración que apoyo rotundamente porque a pesar de que durante este estado de pandemia estoy yendo a muchos conciertos, algunos de bandas muy potentes, no he vivido en ellos desde hace mucho tiempo una situación de euforia, buen rollo, y brazos extendidos y ondulantes como el que propició Renny en la parte final de su concierto, desde Those Dancing Days Are Gone (nunca le han metido tanta marcha a unos versos de Yeats) hasta Thinkin Xtra, pasando por Where Should This Music Be?, más cargado de caña que en la versión grabada, el Move On que le daba nombre a su disco anterior y un Soul of Spain con coros generalizados de todo el entregado público. Y todo eso sin el sonido de una guitarra eléctrica siquiera. Con un final de set como ese nadie quería salir de allí y la banda volvió para un bis con River roots y, tras pedirle permiso al técnico de la sala, el increíble Toni, que es capaz de hacer sonar bien hasta una lata de tomate golpeada con una piedra, despedirse definitivamente con Ain’t Payin’ Back No Loan, la canción favorita de Renny de todas las que había en el disco Yerbazú que sacó hace ya siete años.
En nuestro recuerdo tendrá un efecto duradero este concierto de Renny Jackson, un músico que lleva muchos años ya afincado en Sevilla pero que no se prodiga en conciertos más allá de sus apariciones en el circuito de salas pequeñas y escenarios de micros abiertos de la ciudad. Pero ayer descubrimos a alguien especial que, además, para una ocasión de gala como esta, en la que presentaba el disco que veía la luz este mismo día, se rodeó de una banda excepcional compuesta por otros músicos que, como él mismo, no vemos en los escenarios de las salas de conciertos por las que nos movemos asiduamente, pero que son capaces de crear tal magia en su asombrosa interacción con todas las interpretaciones, que hicieron que lo de ayer fuese más una empresa conjunta que un concierto de Renny con mano de obra contratada. Un equipo formidable compuesto por Rafael Mira, músico de conservatorio, que toca en la Orquesta Barroca de Sevilla y que a pesar de haber contraído matrimonio por la mañana, estaba por la tarde en el escenario insuflándole vida a una trompa y una trompeta; formaba la sección de vientos con Manuel Velasco, un multinstrumentista de jazz que le sacó también increíbles notas de reggae, más necesarias ayer, a su saxo tenor. Haciendo coros estaba Dolores Berg, la chica que hace unos meses impresionó a todos los espectadores de La Voz. En el bajo estaba Enrique Mengual, que además es compositor, arreglista y productor con más de veinte años de carrera tras él. El batería era Raúl Medina, un gran músico de sesión que igual respalda a músicos de jazz, bosssa nova, flamenco fusión… la sección rítmica se completaba con las percusiones de Manuel Ballena Jiménez, otro sólido multinstrumentista. En un rincón apenas visible, tapado pos sus teclados, estaba Rafael Arregui, un pianista todo terreno que se mueve habitualmente por todos los rincones sevillanos que huelan a jazz. Y además tuvo un papel destacadísimo el violinista canadiense Kenneth Saulnier, de reconocida trayectoria internacional y últimamente recalando por aquí. Al frente de todos ellos Renny Jackson, entre bromas, entre canciones, con momentos realmente conmovedores en los que se vislumbraba el verdadero vínculo que existía entre él, los demás músicos y todos nosotros. La música rezumó una camaradería nacida de la experiencia compartida, y un profundo respeto que provenía de entender que no solo se dieron unos a otros permiso para volar, sino que alguno de ellos siempre estaría ahí para ayudar al otro a aterrizar.
Tres canciones de Seasons Of My Hand, el disco que estaba presentando, para abrir el concierto: The Longest Summer, empapada de ecos de folk rock; seguida de Bodrum Infirmary Blues, introducida por un violín que si cerrabas los ojos podías imaginar perfectamente que estabas escuchando a Scarlet Rivera en un concierto de la Rolling Thunder Review y Man of the World, agradable, esencial. Interpretadas también sin Dolores ni la sección de vientos, las tres siguientes estaban extraídas de discos anteriores; en las dos primeras Renny mostró su tono más intimista: From the Heartlands, añorando la lluvia de su ciudad natal de Birmingham y Sixty Years, una dulce melodía, con un increíble solo de violín de Kenneth, en la que cuenta como se conocieron sus abuelos Brenda y Fred, a los que dedicó la canción, tal como ha hecho también con su disco actual. Después, Loosey Goosey Blues, una animadísima canción de carnaval, comenzó a hacer que los asientos de las sillas pareciesen electrificados.
La banda se bajó del escenario para un reposo tras la descarga de energía y solo se quedaron Kenneth y Renny, quien tras expresar a duras penas la felicidad que sentía por lo que él consideraba el privilegio de estar con nosotros, reivindicó la libertad de un pueblo maltratado con Free Western Sahara. Y a solas con su guitarra acústica desgranó las notas desnudas y los versos de Life No Death, la canción que cierra su nuevo disco.
Cuando volvieron todos, metales incluidos, el escenario se quedó pequeño para nueve músicos en un caos lleno de vida similar al descrito en la canción Bric-a-Brac, que Renny nos dijo que siempre le recuerda al mercadillo de El Jueves. Esta canción también es de las nuevas, al igual que Step Outside, la siguiente, fascinante y delicada. Dos caras de una misma moneda fueron las canciones siguientes, en las que pone música a los versos del poeta irlandés William Butler Yeats: The Lake Isle of Innisfree, primero, una balada pop que alcanzó cotas de grandeza con el solo de saxo de Manolo Velasco, y después con el Those Dancing Days Are Gone que nos trajo definitivamente al Renny de barrio, que de joven mamó el reggae que ahora derramaba en las canciones que, como conté en el primer párrafo, nos tuvieron de fiesta ya hasta el final.
La tarde había comenzado de forma espléndida con Miryam Flores, que exprimió pura poesía de su voz y su vetusta guitarra en canciones propias, como Enough is Enough, The Never Ending Tale y Extrospection, su primer single, aparecido la semana pasada, y a través de versiones de ensueño del Zombie de los Cranberries y del Wicked Games de Chris Isaak, rematada con unos fragmentos del Creep de Radiohead.
La energía y emoción que surgió con cada canción de Miryam las convertía en una cascada de armonías que caían una y otra vez, en un efecto impresionante. Además, la alegría y el humor también ocuparon un lugar central en su acercamiento a los que la escuchábamos con algo parecido al embeleso, arreglándoselas siempre para encontrar la frase perfecta, como también hace en sus canciones, que son así tanto lírica como musicalmente. Desde el momento en que rasgueó y cantó la primera nota de Enough is Enough nos tuvo bajo su hechizo. Su voz clara como una campana sonó con sinceridad y pasión a través de la melancólica historia de soledad existencial de la canción; preguntas sin respuesta que se hace a sí misma mientras busca un final feliz a la historia que nunca se acaba de su siguiente canción, The Never Ending Tale, de hermosísima melodía. De la fantasía a la realidad, con una canción, Zombie, necesaria en estos momentos… cuando la violencia causa silencio, es que nos estamos equivocando… tras la que Extrospection creó una atmósfera cargada de emociones, tanto de la interpretación de Myriam como de la audiencia silenciosa. Y ya Wicked Game para irse del escenario después de apenas 25 minutos de cumplir perfectamente con lo que debe ser un perfecto telonero.
