Rosario La Tremendita. Teatro Central. 24 de septiembre de 2021
No hace mucho tuve la oportunidad de entrevistar a Rosario La Tremendita y entre muchas cosas interesantes me dijo esto: La búsqueda para mí ha sido tratar de encontrar la sencillez dentro de la complejidad del cante y de sus textos en sí, más que en el palo. No es una novedad mezclar cantes o palos, trato de salir de todas esas reglas, y ser libre. Y anoche, en otro de los momentos del ciclo Flamenco Viene del Sur que se está desarrollando en el Teatro Central, fue libre como el viento, reunió conocimiento y sentido común para aplicarlos a la verdad del flamenco y la pureza solamente se quedó en la referencia a la heroína que hizo en la canción Concha dorada, entre quejíos llenos de ecos. Y esa mezcla de cantes y palos la demostró ya desde el principio, cuando sobre una base musical planeadora muy krautrock, comenzó a lanzar su voz, todavía con ella fuera del escenario, para iniciar su concierto con Mi nombre nunca lo mientes, con unas tonás en la onda vanguardista de Morente, que durante los siete minutos y medio que duró pasaron por las seguiriyas dolientes de Juan Feria, por las del Marrurro, por las bamberas, con la inspiración como única guía.
Anoche Rosario nos habló del disco que está preparando, de nombre Tremenda, que es un proyecto que inició hace ya algún tiempo en Sevilla, y que se va a convertir en un trabajo doble porque a pesar de la heterodoxia con la que ella se acerca al flamenco ha comprendido que está cerca de la raíz y la tradición más que nunca y que ese es su lenguaje natural; y por eso Tremenda no puede ser un disco, sino dos, como su parte derecha rapada y la izquierda de la cascada de rizos, bipolaridad; necesitaba unir esos dos mundos y por eso el planeado primer disco saldrá en noviembre y meses más tarde habrá un segundo, con lo mismo, pero con diez guitarristas invitados. Y anoche ya comenzamos a viajar por la primera mitad de ese mundo con la siguiente pieza, El falso como un vampiro, unos fandangos con sabor a Vallejo, para sacar luego nuestras emociones a flor de piel con Un mundo nuevo, la petenera de La Niña de los Peines, a la que Rosario le dio un toque de malagueñas después de que a su voz le robase el protagonismo David Sancho, hechizándonos con la magia de su teclado y su sintetizador.
Vuelta atrás en el tiempo, al 2018, cuando editó su último disco hasta ahora, el fantástico Delirium Tremens. Nos regaló su mejor momento, ese Huyo hacia el amo que me pone los pelos de punta cada vez que lo escucho, en el que mezcla su bajo, que fue cogiendo y soltando durante todo el concierto para sentarse en el cajón o rasguear una guitarra flamenca, con las armonías de jazz fusion que esparcían David, Juanfe Pérez, manejando otro bajo que con los pedales de efectos era capaz de convertir en guitarra eléctrica cuando la ocasión lo requería, y Pablo Martín Jones, el conductor y productor del espectáculo, sentado ante una batería y un set de aparatos de programación. La voz de Rosario fluía tan tierna como intrincada era la música que la acompañaba. Al final su voz subió y se mantuvo hasta fundirse con el teclado, todo se aceleró y las palmas de los dos acompañantes que tenía para el cajón y el jaleo, a los que olvidó presentarnos, pusieron el aire fiestero que precedió a la colombiana de Marchena que es la reivindicativa Oye mi voz.
Volvió a Pepe Marchena para decirnos que las siguientes eran unas tarantas inspiradas en él y en Andrés Marín, que si canta mejor que baila, baila mejor que canta. Unas tarantas que pasaron a ser fandangos en su interpretación de Mi voz, la canción que le sirvió hace unos meses para adelantar el disco futuro, claustrofóbica, sofocante, una canción hecha con música de nervios crudos, demasiado decidida e intensa para llevar unas marcas de tiempo o estilo obvias. La iconoclasia y la intensidad emocional de Rosario estaban ya más patentes que nunca y rebosaron en la Concha dorada que antes mencioné.
La esperanza y la desesperación interconectadas en unas canciones que corroían tendencias necesitaban el desahogo que llegó con las Abuelerías, en las que metió por bulerías coplas de Quiroga, Vizcaíno y Rafael de León, de quien eligió la mítica A tu vera para sanar la herida del cuplé acelerándolo al final de forma fiestera otra vez. Ahora era la alegría la que vencía al dolor, y por lo tanto era natural que siguiese con ese palo en Sueños y mentiras, que comenzó con las falsetas flamencas con bajo eléctrico de Juanfe, y que siguió ella al cajón antes de arrancarse por unas alegrías, que las empezó en Cádiz y las terminó en Córdoba preguntándole al platero que cuánto vale ponerle a los zarcillos sus iniciales. Los arreglos de Juanfe eran brillantes, pero dejaron todo el protagonismo a la voz jonda de ella. Fue la pieza más aplaudida de la noche.
Del éxtasis a lo jondo, a la soleá de la Serneta que Pablo le arregló de manera canónica porque Rosario no sabe de cuentas y sigue los ritmos de forma intuitiva. Ella la llama Negra que sea la bayeta, aludiendo a la letra que cantaba Enrique el Mellizo en una de las soleares que aquí repartió ella a su manera, aunque sin salirse nunca demasiado de la norma de Pastora, La Niña de los Peines, ni siquiera despistá por los arreglos de free jazz de la música que le servía de base. Una genialidad, que debió tener una continuación mejor que Dime, una versión de Lola Flores que me sobró porque estuvo más cercana al electrolerele que a las variaciones flexibles y expresivas de alguien como María Pelae. Pero el final sí fue digno de todo lo que habíamos escuchado anteriormente; Rosario volvió a su disco anterior para traernos Valeriana con aires de marianas y cadencias de zambra, para extenderla con palmas al compás y acordes agudos de teclado y rematarla con un final de puritito rock eléctrico a base de guitarra, bajo y batería, trueno resonante en el rincón derecho del escenario.
Volvió, claro, para decirnos en Al mal tiempo que se emborrachaba con los cantes de Pastora y de Tomás, de Fernanda y El Chaqueta; pero para decírnoslo con unos tangos a bajo y batería que demostraron que las fronteras musicales solo existen en mentes pacatas como la del espectador sentado en la fila anterior a la mía que antes del bis se levantó y se fue diciendo que ya no aguantaba más aquel horror. La Tremendita traspasó los límites de todos los géneros que componen el flamenco, su libertad estilística brilló con los palos más crudos, desnudos, salvajes y tradicionales; trascendió a las etiquetas y clasificaciones. Y excepto ese tipo de delante, nadie más en todo el abarrotado teatro se resistió a su brillo.