Splvtterhouse. Festival Panarra Rock (Marismillas). 15 de abril de 2023
Si no habéis ido nunca a Marismillas, como me ocurría a mí hasta ayer mismo, que no se os ocurra hacer el camino por donde os indica Google Maps. Es cierto que recorreréis algunos kilómetros menos, pero la mayor parte del camino lo haréis con el susto en el cuerpo por el estado en que quedarán los amortiguadores y silent blocks del coche y con el cabreo de ir pensando: ¿por qué coño voy por esta mierda de carreterín cuando estoy viendo que a mi izquierda, a 100 metros escasos, discurre en paralelo a mí la Autovía del Sur? El trazado de las carreteras de esa comarca es demencial y la autovía corre desde Sevilla hacia el sur, atravesando todo el Bajo Guadalquivir como si fuese un camino privado al que nadie tiene derecho a acceder, supongo que como consecuencia de cuando era autopista de peaje. Tal despropósito hizo que ayer me tuviese que atravesar a la ida -para la vuelta me informé mejor- toda la inmensa marisma que hay al este de la Isla Mínima, entre el Guadalquivir y la autovía y comprobar los accesos tercermundistas que hay para los poblados de El Trobal, Vetaherrado, Cotemsa, Marismillas… si yo, que los transitaba relajadamente, a la caída de la tarde, escuchando música y encaminándome hacia la diversión, en algunos momentos llegué a acojonarme, con tramos de firme imposible, en los que difícilmente cabían dos coches que se encontrasen en dirección contraria, con incorporaciones diabólicas de un carreterín a otro en los que tienes que hacer dos giros de 90 grados en apenas 50 metros, imaginad cómo tiene que ser el camino por ahí de los autobuses escolares que lleven a los niños al colegio de Marismillas, que es el poblado más grande, los vehículos agrícolas cargados hasta los topes… la gente que vive allí no merece de ninguna de las maneras este maltrato por parte de la Diputación sevillana, ni esta dejadez de funciones y falta de servicios mínimos por su parte.
La vuelta fue mejor, pero la manera de incorporarse a la Autovía del Sur parece diseñada por los Monty Python para una de sus películas más delirantes. La autovía pasa entre Marismillas y Las Cabezas, pero solo hay acceso en dirección a esta última y tienes que pasar a través del pueblo por fuerza. Anoche al volver de Marismillas y llegar a la autovía, en vez de haber un acceso de incorporación para cogerla en dirección norte hasta Sevilla, la tienes que cruzar por un puente y seguir hacia Las Cabezas, donde entras por el norte, cerca de donde está el Cosmo’s Factory; luego tienes que atravesar todo el enorme casco urbano del municipio en dirección sur y entrar en la autovía varios kilómetros más atrás de por donde la cruzaste antes. Que sí… no os riais, que es verdad; que lo que digo no es producto de lo que bebí en el festival, que estuve muy moderado…
Llegado a este punto, todo lo malo que se puede decir de la Diputación se convierte en alabanzas para Marismillas y su gente. El Festival Panarra Rock, aunque anoche desde el escenario Juan Barea, durante el concierto de Reincidentes, dijese que deseaba un gran futuro para este festival que nacía hoy, la verdad es que nació con el nuevo siglo y esta era su edición número 23. Se celebra en un parque, delante del colegio del poblado, que se usa como backstage, y la gente se reúne delante del escenario sobre un agradable césped desde las primeras horas del mediodía hasta que a las cinco de la tarde comienzan los conciertos. Ayer fue la Cosmo’s Factory Band la primera en subir al escenario, seguida por A Piñón Fijo y Sema, que es la banda que estaba tocando cuando accedí al recinto. Después de un parón, que me sirvió para conocer mejor al paisanaje de la zona -del paisaje ya había quedado bastante servido, según os conté antes-, me acomodé para disfrutar del concierto de Reincidentes, momento álgido del festival, y posteriormente situarme en la primera fila para ver a Splvtterhouse, que era el grupo que me llevó allí, del que quería conocer las canciones que iban a estrenar de su próximo disco, además de ser el primer concierto que daban con la incorporación de un batería y el nuevo sistema de luces y láseres. Para cuando salieron ellos, bien pasada la medianoche, gran cantidad de público se había ido ya, pero la barra -con precios baratísimos- seguía abarrotada y los que se congregaron delante del escenario fueron pocos, pero muy entregados, sin dejar de saltar y montar pogos continuamente.
Lo de corto pero intenso es un tópico, pero puede aplicarse perfectamente al concierto de Splvtterhouse, que en apenas cincuenta minutos ofrecieron un espectáculo demoledor, con una puesta en escena basada en el concepto que ya tenían antes de pantalla y columnas de luces redondas en la trasera del escenario, y ahora, proyectadas hacia adelante, surfeando sobre los haces de coloridos láseres, dibujaban sobre la niebla que producían las máquinas de humo unos dibujos y formas estroboscópicas, psicodélicas, pseudo líquidas, realmente atractivas y que servían muy bien para el ambiente de pesadilla… venid conmigo al infierno, vamos a pasarlo bien… de las piezas con las que comenzaron, precisamente del disco que lleva ese título, Nightmares, siendo la que se llama así la primera de todas, para seguir con Ojos de búho, I’m Ready y Voy a hacer que grites, entre las que metieron la nueva reconstrucción que han hecho de First of the Year, la canción de Skrillex a la que ellos pusieron otra letra en su momento.
ALX y 2Tan C’mon eran tigres moviéndose en su jaula convulsivamente a un lado y otro mientras rapeaban sobre las bases llenas de pura adrenalina que les lanzaban desde la mesa de atrás DJ Zeth y Grobak, a la izquierda de donde brotaban las luces, y la visceral batería de Isra Márquez, el nuevo componente de la banda, a la derecha. Junto a los MCs, Abel The System al bajo y Alberto Etopic, el guitarrista, contribuían a que todo sonase de una manera mucho más agresiva que como lo conocemos grabado. Con First of the Year comenzaron los pogos y la excitación del personal alcanzó la velocidad de crucero que mantuvo ya hasta el final… somos Splvtterhouse y estamos esta noche, Marismillas, con vosotros, ¿estáis ready o no…? Y la gente lo estaba suficientemente. El ritmo convulso de I’m ready los preparó para luchar contra el golem que surgió del metal pesado de Voy a hacer que grites; alcohol en nuestros tímpanos.
Y comenzaron los estrenos. Doppler Ganger es un tema construido a base de frases de alto octanaje que nos salpicaban de sangre, al que siguió Inhale, una exégesis del Breathe de Prodigy que, desprovisto de gran parte de su estela break beat, apenas pudimos reconocerle la repetición de su frase de aaaaaah breeeeathe with meeee. Después Machota y cincel comenzó como si fuese una canción de Black Sabbath… metales pesados golpearon tus huevos… euforia, sudor y lágrimas; la sangre ya la habíamos tenido antes. Ran, ran, ran, suena la motosierra, repetido una vez y otra como si realmente ALX nos persiguiera con el instrumento que tanto miedo daba en manos de Leatherfeace mientras DJ Zeth destrozaba algún disco con un diabólico scratch. Sentimos la amenaza de la Motosierra a través de cada línea de bajo, de cada riff de guitarra, de cada amenaza de reducir a escombros todo Marismillas. Junto a los demás espectadores, yo mismo sentía una conmoción profunda y extraña frente a la pura anarquía que venía del escenario.
Volvieron al disco con el que iniciaron el concierto, esta vez con Bloodsuckers y la peña sumergida en una erupción de epinefrina que se terminó de disparar con Outbreak, la única extracción de su disco más reciente, el EP The End; una repetición del nombre áspera y contundente, respaldada por un instrumental que se acercaba a los Chemical Brothers cuando redujeron las rupturas de hiper velocidad de la rave a tempos del rap. Ya solamente quedaba el bis, que fue Un día de furia, una mezcla surrealista y aterradora de pirotecnia sónica de gran ritmo, lírica vitriólica e indignación sensacionalista para liarla mucho antes de acabar sus conciertos y despedirse dejando las tripas por el suelo.
Era hora de volver a casa. A la salida me acompañaron las notas que Groback esparcía desde su consola, porque cuando se fueron todos los de Splvtterhouse se quedó él allí arriba presentándole a los que quedaban su reciente EP, The Ritual. El bombo sintético acalló su martilleo cuando cerré la puerta del coche y comenzó a sonar en su interior la playlist de Sevilla Disonante 2023, que me acompañó durante todo el largo trayecto por el Bajo Guadalquivir. Se terminaba otro día en la oficina.