Stereolab. Sala X. 1 de noviembre de 2022
Hacía tiempo ya que no veía la Sala X tan llena de público como anoche. Las entradas para el concierto de Stereolab se agotaron prácticamente al ponerse a la venta y con toda seguridad hubiesen llenado otra sala que tuviese el doble de aforo; yo conozco al menos a una docena de personas que se quedaron sin localidad, y si extrapolamos este dato al resto de público asistente tendremos una idea del gran interés que generó la banda en Sevilla. Eso hizo que por allí viese a un público muy heterogéneo ya que, junto a los habituales que veo en muchísimos conciertos, había también una gran cantidad de desconocidos y de gente a la que, por el tipo de comentarios catetos que hacía, se le notaba que no solo no son asiduos de las salas, sino que para ellos un concierto como este les parecía el summun de la modernidad, a la que, por supuesto, ellos pertenecían. Nunca ha estado en mi ánimo menospreciar a nadie que vaya a conciertos, pero es que anoche este tipo de gente me tocó mucho los güevos, sobre todo cuando estaba cantando Alberto Montero, que fue quien abrió la noche. Es cierto que su propuesta de cantautor de corte clásico, con incursiones profundas al folk, no era la más apropiada para esta velada, pero eso no es óbice para gritarle entre carcajadas que cante Al pasar la barca, o para ponerse a bailotear una jota -lo que ellos entendían por una jota- mientras Alberto estaba interpretando una canción de aires folclóricos; además de que una gran parte de la audiencia no dejó de charlar durante todo el rato que estuvo en el escenario. A los músicos hay que respetarlos. Es lícito que algunos no te gusten, e incluso que no te agrade el estilo de uno que te han metido con calzador, como podría ser el caso de esta noche, en el que nos encontramos a este cantante sin anuncio previo; pero estas no son formas de demostrarlo y hay otros lugares a donde puedes irte a hablar de tus cosas mientras empieza la banda que has ido a ver.
Una vez desahogado, pasemos a hablar del concierto de Stereolab. Terminé encantado con ellos a pesar de que me costó entrar en su música y creo que también a ellos les costó coger velocidad de crucero en su ritmo motorik, pero una vez que lo consiguieron, sobre todo en el tramo en que interpretaron Miss Modular seguido de Mountain, no paramos de mostrar satisfacción ni de sudar, sobre todo de sudar, tanto arriba como abajo del escenario; hasta el punto que Lætitia Sadier, que no debió sentir el aire al que se refería en su canción I feel the air, tuvo que pedir desde su micro que conectasen el aire acondicionado después de interpretarla. Le hicieron caso y, aunque para tanta gente no es que cundiese demasiado, pero sí que supuso un pequeño alivio sentirlo durante la recta final del set, que siguió con un Pack yr romantic mind lento y algo pesado, muzak para autobuses de turismo parisinos, del que podemos decir que fue un paso atrás para coger impulso y hacer sonar luego Super electric, como un rugido, de manera espectacular.
Su repertorio sevillano le quitó el polvo a bastantes piezas de su catálogo, extenso y laberíntico; incluso rescataron Simple headphone mind, de su colaboración en 1997 con la banda Nurse With Wound, que fue con la canción que se despidieron definitivamente, tras un bis doble en el que la habían enlazado con French disko. Interpretaron también la versión completa, en sus cuatro partes, de la epopeya que es Refractions in the plastic pulse, marcando con ella el segmento más bajo del concierto durante el cuarto de hora largo que duró, algo que ya comenzaba a ser duro porque, aunque arrancaron decididamente con Neon beanbang, la segunda canción, el Low Fi que daba título a su EP de 1992, inició una cuesta abajo, lastrada también por los fallos de la pedalera de Tim Gane -solucionados rápidamente-, que ni siquiera el Eye of the volcano que hicieron entre esa y la larguísima suite mencionada, fue capaz de aligerar. UHF fue un lento ascenso y luego, ya sí, llegaron Miss Modular y Mountain para volarnos la cabeza, seguidas por Delugeoise para que respirásemos un poco antes del éxtasis que fue Harmonium, sacado adelante de una forma en la que pareció que el martillo de Thor estaba golpeando las paredes de la sala; la guitarra de Tim se volvió loca, la batería de Andy Ramsay se hizo omnipresente, el teclado de Joseph Watson se mantuvo sosteniendo una línea hipnótica, Xavier Muñoz lo apuntalaba todo con su bajo, que fue cambiando durante toda la noche por una guitarra de la que solo pulsaba las cuerdas graves de arriba, y Lætitia fue la doctora Jekyll que suavizaba y endulzaba el maremágnum con su voz y la Ms. Hyde que rasgaba frenéticamente las cuerdas de su guitarra en el desenfrenado final. Hubiese sido genial que después de un corte tan profundo como este nos hubiesen rematado con alguna canción del Emperor Tomato Ketchup, disco al que ni siquiera se acercaron, algo que echamos mucho de menos; pero nos perdonaron la vida y continuaron con I feel the air (of another planet) que, bien pensado, nos sirvió para no perecer cocidos en nuestro propio sudor.
En sus mejores momentos, Stereolab sonó de una manera genial; Andy estuvo arrollador y sin su batería nos hubiésemos dormido en Refractions in the plastic pulse -algunos bostezos vi en las primeras filas, no os creáis-; Joseph hizo un trabajo variadísimo con sus teclados, sintes y lanzando sonidos pregrabados, conduciendo a la banda tanto en sus piezas más drones como en las más jazzies, ligeras y fáciles de escuchar, como ese I feel the air al que me he referido antes. Tim, como de costumbre, se mantuvo en su rincón, perdido en su mundo de distorsión, de ruidos y efectos guitarreros, lanzando riffs en bucle, y Lætitia, alternando sintetizador y guitarra, era la que calmaba a los trescientos espectadores con su cautivadora voz, que a veces armonizaba con la de Xabier, mientras este pulsaba el bajo. Un concierto que a ratos me pareció que tenía mucha improv en las partes instrumentales, que en otros ratos fue futurista, también funky y, en los ratos demoledores, ruidoso, muy ruidoso; tanto que Concha Laverán, que se mantenía siempre por las primeras filas, tenía que dejar colgada de su cuello la cámara con la que incesantemente le tiraba fotos a Lætitia, porque necesitaba sus dos manos para taparse los oídos.
Stereolab mezcló el amor por la actitud cruda e intransigente de la Velvet Underground con el sofisticado lirismo del pop francés, consiguiendo una música vibrante y compleja, sobre todo cuando más cerca estaba de la primera premisa de esta ecuación; menos mal que fue notable en las versiones en vivo de las partes más suaves y más cercanas a la segunda, la presencia mucho más evidente de la guitarra de Tim en la mezcla. Gracias a detalles como ese la banda se convirtió en una expresión unificada del arte en lugar de dividirse en sus partes constituyentes, lo que hubiese agudizado los momentos más lánguidos. No renunciaron a exploraciones prolongadas, de lo que el desarrollo de Refractions fue evidencia, pero sobresalieron siempre con los ritmos concisos e hipnóticos. De todo eso nos ofrecieron durante más de una hora y tres cuartos anoche, aunque también nos dejaron la perturbadora sensación de que son capaces de mucho más.
