Nuda + Flujo. Sala X. 27 de junio de 2021
La tarde se inició con los golpes de platillo de la batería de Charlie y las notas del teclado de José Manuel, justo como comenzaron un mes antes su concierto de debut. El del domingo también lo era en cierto modo, porque Flujo tocaban por primera vez en Sevilla. Anteriormente lo hicieron en el teatro municipal de su localidad de Los Palacios y este concierto era en la Sala X. Y lo que en aquel fue calor de un público numerosísimo, en este fue atención de un público escaso, pero que permitió centrarse mucho más en unas canciones revitalizadas y trepidantes. Que al fin y al cabo fueron las mismas que en el anterior concierto e incluso en el mismo orden, pero que en una sala realmente pensada para conciertos de rock superaron el deslavazamiento del teatro. Y no lo digo porque las canciones sean insustanciales, que no lo son en absoluto; me refiero a la forma deslavazada, sin demasiada unión artística entre lo que daba Flujo desde encima del escenario y cómo lo recibía la gente del patio de butacas; la unión era de otra clase, basada en otros conceptos que tenían más que ver con la familiaridad, la amistad… aquí fueron pocos los que vinieron a ver el concierto de la banda, pero todos los que lo hicieron crearon un conjunto hermético que desafiaba cualquier dispersión sobre lo realmente importante, que era la música; la esencia de la música.
Y yo incluso creo que los componentes de la banda se divirtieron más aquí que allí, con su poderoso set de canciones, que después de empezar con Chica primavera siguió con otra de las nuevas, Brechas, para pasarse a las que conocemos del disco que tienen editado, con Néctar del bueno y Déjame entrar, en la que Álvaro, por la cercanía a la que me refería antes, se mostró más conmovedor que nunca al interpretarla; algo de lo que también se benefició la carga emotiva de Última noche en la tierra, tras el puente agridulce, en términos duales de canción de bajo perfil de vibración, como es Gotas de cerezo, y de balada que despierta bonitos sentimientos, como es Materia gris.
A Mi California le siguen sacando más provecho que cuando la grabaron y Materia oscura brilla con su final en el que ninguno de los componentes de Flujo ahorra golpes, convirtiendo el ruido en un inmenso placer para el oído. Y anteayer sí que pudimos escuchar en directo su single, Niño del futuro, del que tuvieron que prescindir por los problemas eléctricos sobrevenidos al final del concierto de Los Palacios. Llena de tonos oscuros, metálicos, una canción que define muy bien la corriente principal del sonido del grupo, que es una mezcla segura de ritmo y tono que muestra la consistencia que tiene a pesar del poco tiempo que lleva funcionando. En muchos sentidos, lo que les he visto en las dos tardes en que han tocado en directo se siente como la punta del iceberg de lo que podría ser una fructífera carrera.
La banda que ocupaba la cabecera del cartel era de Barcelona y se llama Nuda. Y os juro por Neil Young que eso era lo único que yo sabía de ellos hasta ese momento. Y tal como empezaron su concierto me imaginé que eran todavía más noveles que Flujo, que al fin y al cabo ya han circulado por otras bandas anteriores. Pero los cuatro componentes de Nuda eran muy jóvenes como para tener una trayectoria solvente detrás y en las primeras canciones, a pesar de que la del inicio, Exposición, no estaba falta de emoción y de una estructura con un ritmo roto que la hacía muy interesante, comenzaron dejando muchas dudas flotando. Faltaba coordinación entre la batería y las guitarras, solucionadas en parte porque el bajo anclaba muy bien el sonido. Así se sucedieron No dices la verdad, Cuando miento, Heroína, con voz trémula y en ocasiones desafinada de Pol Pérez, que además de cantar tocaba una de las guitarras, Decimos adiós, Contestador, en la que comenzaron a desperezarse los riffs de Neil Roma, el guitarrista principal… y de pronto llegó Días de mierda. Esa canción fue un punto de inflexión que marcó el final de una caída que se iba suavizando con el paso de los minutos, para pasar a ser un ascenso totalmente en vertical. Era una balada gris que de pronto se rompió por unos acordes casi discordantes de la guitarra de Neil, a la que acompañaron las palmas de los espectadores marcando un ritmo más vivo que sacudió las miasmas de los cuatro chavales de Nuda y de los que les escuchábamos desde las sillas. A partir de ese momento a un solo de Neil le seguía otro de Pol, que Neil subrayaba y hacía subir un peldaño más; Pol le aceptaba el desafío y se doblaba sobre las cuerdas de su guitarra para ponérselo más difícil a Neil; pero este le sacaba a la suya luego un ritmo repetido que subyugaba. El bajista, Pol Figuereo, lo definió como un desfase. Y se quedó muy corto.
Después siguieron con Uno entre mil, una de las cuatro canciones que componen el único EP que tienen hasta ahora, publicado en diciembre pasado, que aunque era más reposada, de ritmo más indie que rock, el sonido de Nuda ya se había quedado enganchado en el ancla que ascendía desde las profundidades y estaba totalmente fuera de las aguas oscuras. Ya no volvieron a repetirse las molestas interrupciones entre prácticamente todas las canciones anteriores, en las que Pol afinaba su guitarra, en una operación que parecía no servir para nada porque antes de que terminase la nueva que se ponía a tocar las notas ya habían perdido el tono otra vez. Ahora el batería, Claudi Arimany, parecía golpear con algo más de fuerza la caja y el bombo, que antes sonaban con timidez, e incluso la alegría llegaba a la falta de riesgo de su toque… pasó a ser amplio y luminoso el tono, ahora plateado, del gris de su sonido, que antes era gris azabache. Fue otro concierto, en realidad, desde Días de mierda.
La sección rítmica se retiró del escenario para dejar solos a Neil y Pol, que bajaron las revoluciones en la interpretación de una Canción infinita a dos voces con el respaldo de una instrumentación de dos guitarras que te transportaban al Berlín de Lou Reed. En A punto de partir creo recordar que fue la canción en que despuntó la guitarra de Pol, traída al primer plano, pero daba igual porque para entonces yo ya solo tenía oídos para la de Neil, para la de el puto Neil Roma, como lo presentó Pol Pérez con el fondo de la canción Vuelve, la que quedaba por sonar de su disco.
En el tramo final del concierto Nuda todavía le metió una marcha más a sus canciones. Dijeron que la que iban a tocar ahora era tan reciente que todavía no tiene siquiera un título definido y de momento la llaman Sonrisa en el papel, pero fue la mejor de todas las que habían interpretado hasta entonces, haciendo tablas con el rato del diálogo de guitarras de Dias de mierda. No llega a ser Lucha de gigantes, que para mí es la mejor canción del pop español, ni mucho menos, pero pisa las huellas que Antonio Vega va dejando tras él cuando la canta. Y venga, ya que me he venido arriba con las referencias voy a terminar a lo grande, que fue como también lo hizo Nuda el domingo. Se despidieron con Punto sin retorno, una canción que era como el ¿Qué puedo hacer? de cuando todavía no odiábamos a Los Planetas, pero si en vez de llevar las riendas del sonido el J las llevase Kevin Shields.
Nuda es una banda que queda marcada en mi recuerdo y que sin duda volveré a ver de nuevo cuando se ponga a tiro, esperando que esta vez todo el concierto sea como la segunda mitad de este que os cuento, que fue una redención de la primera, cuya recepción no estaba siendo todo lo positiva que es necesario para conseguir una reacción entusiasta por mi parte. Pero los eclipses de sol son temporales; tras él siempre aparece el brillo. Y lo hace reforzado.