Crow Black Chicken. Sala X. 10 de marzo de 2020
Si no habéis visto la película The Commintments ya estáis tardando en hacerlo. En ella uno de los personajes dice: «Los irlandeses somos los negros de Europa; los dublineses somos los negros de Irlanda; y los del Barrio Norte somos los negros de Dublín»; pues anoche en la Sala X estuvieron unos tíos que eran del Deep South irlandés, un sur tan profundo como el americano en el que floreció el blues rock con el que nos atronaron aquí. Anoche estuvimos en el concierto de los Crow Black Chicken.
Son un trío de lo más hirsuto, compuesto, en orden inverso al volumen de la barba que lucían, por Stephen McGrathon, bajista de perilla ordenada y mechones sueltos a lo Robert Plant setentero; Gev Barrett, batería de barba completa con corte sensato a lo Levon Helm, y Christy O’Hanlon, una mezcla de Billy Gibbon y Jerry García, con coleta a lo vicepresidente de gobierno, que cantaba y aullaba melodías mutantes del delta blues sin fallo alguno y ejecutaba acordes y riffs del más puro estilo rock en una colección de cuatro guitarras a las que trataba como amantísimas esposas llamadas, en orden de aparición, Old Blue, Shrat, Big Bertha y Brownie. Durante más de una hora y media, prácticamente sin pararse a respirar, repasaron toda su discografía a base de seis canciones del primer disco, otras seis del tercero, dos del segundo de ellos (tienen dos más, pero grabados en conciertos) y una más, en la que Christy no paraba de gritar algo así como Big momma’s backdoor, que no tengo ni idea de dónde habrá salido.
Desde que comenzaron con Justice hasta que terminaron los bises con John the Revelator, su gran versión del tradicional góspel que Blind Willie Johnson metió por el palo del blues, la banda estuvo totalmente ajustada al estilo del blues rock en un concierto que me gustó bastante porque me gusta mucho este género, pero en el que faltó el chispazo que incendiase el ambiente; solamente en la parte final, justamente desde que Christy dejó la Fender a la que llama Shrak, sustituyéndola por su más clásica Big Bertha para la desconocida pieza que os nombraba antes, los Crow Black Chicken dejaron de parecer una banda de currantes sin pararse demasiado en refinar su trabajo, algo que se apreciaba sobre todo en lo poco currado de los finales de las canciones. Aunque, eso sí, se notaba que sabían perfectamente lo que hacían con sus instrumentos respectivos… coño, si incluso Stephen tocaba la cuerda prima de su bajo, cuando yo estoy seguro de que si un día esta cuerda desapareciese de todos los bajos del mundo el 99,9 por ciento de los que los tocan no se daría ni cuenta.
Coñas aparte, Stephen, el bajista, era muy expresivo y expansivo en canciones como Rumble Shake, la segunda de las que hicieron, en las que hasta parecía que hacía wah-wah con el bajo, o John the Revelator, a las que les daba unos contrapuntos melódicos muy contundentes, y otras veces se mantenía más atrás, como en Sit with Satan o Epitaph, dejando el camino libre a Christy para lucirse en solos de guitarra cortos y agudos. Este se mantenía casi estático, al lado del micrófono y Stephen era el que merodeaba por el escenario, ponía el pie sobre el monitor y con ojos de loco nos disparaba con su bajo; uno era más efectivo y el otro más efectista. Mientras, Gev Barret era una presencia extremadamente sólida, sacando de su batería ritmos potentes, sin adornos innecesarios. La combinación de los tres, sin ser esclava de clichés de su género, tampoco rezumaba frescura. Pero no estábamos allí para pedirles innovaciones musicales, sino para disfrutar de un género musical que nos gusta y que realmente disfrutamos con un sonido atronador pero clarísimo que nos hacía llegar perfectamente no solo todos los instrumentos diferenciados, sino los diferentes tonos de la voz del cantante, que iban desde el susurro hasta la aspereza del papel de lija.
Y hubo momentos muy buenos, como el Pat McManus con que empezaron los bises, una cabalgada en homenaje al guitarrista de ese nombre que lideró al también power trío irlandés Mama’s Boys; la canción Jonestown comenzó suave y se fue haciendo agresiva a medida que Christy nos cantaba sobre los cultos malditos como los del reverendo Jim Jones; antes de eso Deer meat unloaded fue una puta locura, no solo por su melodía embalada, sino por la historia que podía entenderse a medias sobre su confusión al darse cuenta en su primera gira de lo grande que era España y de que no podían encontrar té en ningún sitio, que pasaron mucha calor, chocaron con un ciervo enorme… si su sonido fuese más evolucionado y desafiasen más las normas serían muy grandes.
