Cristian de Moret. Teatro Alameda. 7 de octubre de 2020.
Cada vez tengo más claro que no es cierto eso que dicen los puristas del flamenco sobre que el cante jondo solo lo puede disfrutar plenamente quien esté lo bastante iniciado en el estilo. Anoche el Teatro Alameda estaba todo lo lleno que el actual aforo limitado permitía de un público que no ha mamado el flamenco y que, como yo, se ha acercado a él desde fuera, para asistir a la presentación de Supernova, el primer disco de Cristian de Moret. Es cierto también que probablemente pocos de ellos hayan tratado de descifrar el compás y las características propias de cada palo, aunque sea sin profundizar demasiado, como sí hice yo desde que comencé a escribir sobre conciertos en los que el flamenco era el protagonista, para poder redactar con propiedad crónicas como esta que leéis ahora.
Aun así, anoche todos los espectadores salieron muy satisfechos del teatro, porque todos se sintieron poseídos por la tremenda intensidad de lo que escucharon y en realidad tampoco era tanta la complejidad de lo que Cristian cantó, además de que su voz se vio adornada por una gran cantidad de matices gracias al apoyo de la gran banda que le acompañó: Gautama del Campo al saxo, Gonzalo Navarro a la guitarra solista, Juan Campos a la guitarra flamenca y a una esporádica guitarra rítmica también con el grupo, Pablo Prada al bajo, Alexis Vallejo a la batería y Fernando Maya a las demás percusiones. Juntos dieron forma a una música que alcanzó tal variedad que pasó por el bebop, el free jazz, las fusiones del blues y hasta la música impresionista, porque de otra forma no se pueden definir esos tempos libres de Gautama y de Gonzalo, con esas aceleraciones y deceleraciones a gusto del intérprete, las variaciones en las improvisaciones… melodías insinuadas muchas veces, de forma que como en la pintura impresionista, en la que de cerca solo se ven manchas y no tienes el efecto final hasta que no te alejas un poco para ver el cuadro total, podías prestar atención al saxo, a la guitarra, a la flauta, pero no era hasta que te asaltaba la asociación de todos, la gama diversa, inclusiva e imaginativa del jazz, sobre la que despuntaba un quejío de Cristian, que no hallabas el efecto y la marca definitoria de la música que escuchabas.
El concierto comenzó como el de la sala Malandar en el que estuvimos hace dos meses y medio, con los tangos de Jaen de Gabriel Moreno que Cristian ha rebautizado en su disco como El pañuelo, y los tangos de Granada del Romance de la cautiva; aunque si allí era la primera vez que tocaban todos juntos, aquí se dejó sentir el paso del tiempo para conjuntarse todavía más, y a pesar de que se luciesen sobre todo Gautama y Gonzalo, ahí estaban también Pablo, Alexis y Fernando bloqueando el ritmo sin clichés ni grandilocuencia, revelando sutiles interacciones rítmicas para que lo que destacase fuese la profundidad del cante de Cristian. Gonzalo además, a través de sus pedales de efectos, sacó de su guitarra unos singulares sonidos, como de teclado, que al principio me hicieron pensar que llevaban música pregrabada. Creo que al darme cuenta de que era él quien los tocaba quedé tan sorprendido como posteriormente Jorge Pardo, que cuando Gonzalo uso este efecto también en la soleá en la que Jorge participó, este no dejaba de mirarlo con expresión alucinada.
Con aires de Graná continuaron en Geometría sagrada, otra de las piezas del disco que se presentaba, en la que Cristian cantó unas granaínas de Tomás Pavón y de Antonio Chacón, variándolas después a una toná, al cante de trilla del Alosno de Soy como el oro, rematada con uno de los mejores solos de guitarra de Gonzalo de toda la noche. Los únicos cantes que escuchamos, que no estuviesen en el disco, fueron las soleares que Cristian se marcó después con Rosario la Tremendita. La percusión abrió paso a la guitarra de Cristian para callarse después y todos excepto Gautama unirse a unas tenues palmas de acompañamiento mientras Cristian se arrancaba con la soleá que Tomás Pavón dedicó a su mare de su alma para que le siguiera Rosario con otra soleá, apolá al estilo de Fosforito; Gautama remató con un excelente solo de saxo la reinvención del Niño de Marchena que hizo Cristian, y él y Rosario terminaron alternándose con una soleá de Alcalá cada uno, recreándose en el compás.
Una apertura estilística fue Dos pájaros, en el que hasta el jazz rock se convirtió en bulerías. Las posibilidades técnicas y expresivas del saxo nunca estuvieron mejor definidas anoche como en el arreón de Gautama con su instrumento en primer plano tras un corte y la aceleración de la melodía, para llegar a un final reposado. La hondura flamenca llegó con Eclipse lunar, el homenaje a las raíces de Cristian que hay en el disco, que este interpretó acompañado a la guitarra flamenca por Juan Campos. Lo que entonó Cristian aquí fueron unas seguiriyas de Manuel Torre acompasadas y lentas, remarcadas por suaves toques de su guitarra eléctrica y algunas notas bien puestas por la guitarra de Gonzalo, que nunca llegaron a quitarle el protagonismo a la de Juan. Después sí; después entró la percusión con ritmo seco y Juan pasó al segundo plano, detrás de Gonzalo. El desgarro de la profundidad arcana se mantuvo con la soleá de Camarón de Cada vez que nos miramos, que con el groove del saxo de Gautama, la flauta de Jorge Pardo y la guitarra con voz de teclado de Gonzalo deleitándose en una trinidad creativa enigmática, hirvió a fuego lento, haciendo que esta Soleá Groove produjese una emoción musical llena de sutileza que alcanzó una altura extraordinaria. Una altura a la que no pudieron llegar después Antílopez en una Yerbagüena en la que fueron prácticamente figurantes jaleando el martinete de Tomás Pavón que cantaba Cristian sentado ahora ante su teclado, aunque tuvieron brillo en alguna de las escasas frases que ellos cantaron, sobre todo en la que hablaban de músicas… una que amansa a las fieras, una que afiera a los mansos. Invitados testimoniales, al contrario que el que les siguió: Manuel Imán.
Los fandangos de Huelva con el encantamiento de la poesía popular que destilaban sus letras, en los que Antonio Rengel lloraba por su caballo, su socio en el contrabando, y Paco Toronjo nos advertía de que hay cosas que no se compran con dinero, están en el disco convertidos en blues por la guitarra de Manuel Imán; sin embargo anoche este optó por convertir los doce compases clásicos en otra suerte de blues más cálido y latino, muy al estilo del que Robert Cray suele desgranar, lo que hizo que escuchásemos una versión de esta Supernova, que da título a toda la obra, más suelta y caliente que la que conocíamos. Lo que no varió fue el inconfundible estilo de la forma de cantar con aire choquero de Cristian. Manuel Imán se quedó para la despedida, unas Alas que duraron una eternidad, para las que volvió a subir de nuevo al escenario Jorge Pardo y tras el cante por soleá de Cristian y la presentación de toda la banda, con solos de cada uno de los instrumentistas, enzarzarse ellos dos en un mano a mano lleno de mágicas improvisaciones, alternando la flauta y la guitarra en un efecto de llamada y respuesta que entusiasmó tanto al público como a los demás músicos, que estaban allí, atónitos, contemplando a los maestros.
Y así llegamos al final de una amplia paleta sonora que nunca se tragó la identidad flamenca de Cristian de Moret, plena de gusto y solera; una síntesis del mundo del jazz y del flamenco estéticamente satisfactoria, y una de las experiencias musicales más importantes que podemos vivir ahora mismo delante de cualquier escenario andaluz, por su mucho sentido, mucho conocimiento y muchísimo arte.
